¿Para qué sirven los aranceles?

Alberto Benegas Lynch (h)

Es por cierto increíble que más de tres siglos después de que se probara una y mil veces, a partir de Adam Smith, la inconveniencia mayúscula de los recargos y las trabas aduaneras se siga porfiando en la introducción de aranceles.

Vamos a dividir nuestro análisis en diez puntos, ya que el decálogo tiene buena prensa y a los efectos de hacer el asunto lo más didáctico posible.

1. Todo arancel o tarifa aduanera significa mayor erogación por unidad de producto, es decir, de los siempre escasos recursos habrá que destinar un monto mayor para adquirir un bien o un servicio que puede comprarse más barato y de mejor calidad. Esto significa necesariamente que se reduce el nivel de vida de los habitantes del país cuyo gobierno procede a instalar las referidas trabas al comercio, puesto que, como queda dicho, deben destinar una mayor porción del fruto de sus trabajos, a diferencia de lo que ocurriría si no existieran esas trabas; en ese caso no solo podrían adquirir el producto en cuestión, sino que liberarían fondos adicionales para comprar otros bienes y servicios con lo que mejorarían su nivel de vida.

2. Los nexos causales y principios que rigen en comercio dentro de las fronteras son los mismos que se aplican a relaciones comerciales entre personas y empresas ubicadas a distancias mayores y en otros países. Los ríos, las montañas, los mares y las fronteras -siempre consecuencia de acciones bélicas o accidentes geográficos- no modifican las verdades económicas.

En realidad, desde la perspectiva liberal, las fronteras son al solo efecto de evitar la concentración de poder que sucedería en el contexto de un gobierno universal, pero pretender valores para lo local y desvalores para lo foráneo constituye un despropósito superlativo, ya que los beneficios comerciales y la cultura en general provienen de un mestizaje permanente de donaciones y entregas.

3. Debe tenerse muy presente que, igual que los progresos tecnológicos, la eliminación de aranceles permite liberar recursos humanos y materiales para destinarlos a nuevos bienes y servicios antes imposibles de concebir, puesto que los recursos estaban esterilizados en áreas anteriores, mientras que la liberación arancelaria hace posible encarar otros proyectos que redundan en el estiramiento del stock de bienes y servicios. Y no cabe detenerse en las transiciones como si fueran excepcionales, puesto que la vida es una transición permanente, ya que cada persona en cada actividad intentará mejorar la productividad, con lo cual invariablemente produce cambios y reubicaciones. El progreso es cambio; si se frena el cambio, se frena el progreso que se traslada en incrementos en salarios e ingresos en términos reales que son el resultado exclusivo de las tasas de capitalización.

4. No cabe aducir el reiterado argumento de “la industria incipiente” en el sentido de introducir aranceles mientras los empresarios se ejercitan en el ramo para no sufrir los embates de la competencia de quienes mejor fabrican el producto de que se trate (generalmente el argumento apunta a la competencia exterior, pero el punto es igual si la mayor eficiencia aparece en el interior de las fronteras). Si fuera cierta la argumentación en el sentido de que se necesita un período de entrenamiento antes de eliminar los aranceles, es el empresario en cuestión quien debe afrontar y financiar ese tiempo de ejercicio (con recursos propios o ajenos atraídos por el negocio de marras) y no endosar el peso fiscal sobre los hombros de los contribuyentes. Si no pueden financiar el proyecto y si nadie acepta invertir en esa idea, es porque el proyecto no es en verdad rentable luego de los períodos de aprendizaje o, siendo rentable, se considera que hay otros que resultan más atractivos, y como todo no puede hacerse al mismo tiempo con recursos escasos, debe dejarse de lado el proyecto.

5. En un mercado abierto el balance de pagos está siempre equilibrado, aunque el balance comercial no lo esté, puesto que lo que se importa es el resultado de lo que se exporta, más los correspondientes movimientos de capital.

6. Del mismo modo que el objetivo de las ventas son las compras, en el comercio internacional el objetivo de las exportaciones son las importaciones. Lo ideal para una persona es comprar y comprar lo que se necesita sin necesidad de vender bienes o servicios, pero eso significaría que el resto está obsequiando sus productos, lo cual no resulta posible. Lo mismo ocurre con los habitantes dentro de un país en relación con los ubicados en otros: no hay más remedio que exportar para poder importar o que ingresen capitales.

7. El mercado cambiario opera como consecuencia de la oferta y la demanda. Cuando se exporta entran divisas que reducen su cotización, con lo que se estimulan las importaciones y cuando se importa, aumenta la cotización de la divisa, lo cual, a su turno, estimula las exportaciones y así sucesivamente. Si no se cuenta con un mercado cambiario libre y se deciden “devaluaciones”, a saber, tipos de cambio decididos políticamente, inexorablemente se desajustan los brazos del sector externo con todos los efectos negativos del caso.

8. Resulta del todo contraproducente el establecimiento de “políticas de represalia aduanera”, dado que si otro país incrementa sus recargos a la entrada de productos de nuestro país, sería calamitoso duplicar los inconvenientes, es decir, “en represalia” introducir gravámenes aduaneros provenientes del país que inició la aplicación de trabas. En este caso no solo se perjudicarán los vendedores locales, sino que también se perjudicarán los consumidores de ese mismo país, que verán aumentar los precios de los productos procedentes del que primero estableció los aranceles.

9. Se ha dicho que las integraciones regionales constituyen un primer paso para el comercio mundial libre, pero es llamativo que, como decíamos al principio, después de más de tres siglos de debate, todavía estemos en un primer paso, que en verdad no es tal porque en la aplicación de los respectivos tratados (cuando se cumplen) se recurre a terminología que pone en evidencia la incomprensión del tema; como cuando se alude a la “invasión” de productos extranjeros como si se tratara de una acción bélica, en lugar de tratarse de la introducción de bienes y servicios más baratos y de mejor calidad, la “sustitución de importaciones” y otras sandeces que influyen para que en las aduanas los agentes correspondientes formulen a los transeúntes preguntas y requerimientos insolentes.

10. Por último, en esta secuencia telegráfica es de interés señalar que la eliminación de trabas al comercio no debe ejecutarse de modo gradual, sino de una vez, puesto que no es aceptable que se aleguen “derechos” contra el derecho al efecto de continuar con las mal llamadas “protecciones” (desprotecciones para la gente, protecciones para empresarios prebendarios), del mismo modo, y salvando las distancias, que no hubiera tenido el menor sentido haberles permitido a los administradores de los criminales hornos crematorios en la época nazi que “gradualmente” fueran reduciendo esa faena horrorosa. Sin llegar a este extremo, la reducción gradual de trabas y perjuicios severos al bienestar de la gente mantiene la lesión al derecho de la población, pérdida que no resulta factible recuperar.