Ataques terroristas en París

Alberto Benegas Lynch (h)

Como es de público conocimiento, se produjeron siete nuevos actos simultáneos de cobardía asesina en territorio francés. Horror, espanto y vergüenza son los adjetivos para el caso. El idioma queda corto para calificar a las bazofias humanas responsables de tamaña maldad. Puede aceptarse la calificación de insania y locura como una metáfora inocente, pero no en sentido literal, del mismo modo que no puede hacerse con asesinos seriales como Adolf Hitler, puesto que, entre otras cosas, esos calificativos implican la inimputabilidad.

Hubo un video de ISIS (respondiendo a las siglas en inglés de estos facinerosos) donde un sujeto rodeado por encapuchados se atribuye los hechos espeluznantes de marras al efecto de poner de manifiesto que fueron perpetrados con cálculo en detalle, anticipación y alevosía. Esta banda es en cierto sentido un desprendimiento de Al Qaeda, ya que su líder, Abu Bakr al Baghdadi, fue el jefe de esta última organización en Irak. Aunque, según información belga, quien comandó esta catástrofe fue Abdelhamid Abaaoud desde Siria. Los asesinos-suicidas tenían pasaportes egipcios, franceses y sirio, en este último caso había entrado al país como refugiado.

Según aparece, se trató de tres comandos que perpetraron estos asaltos en siete lugares distintos y dejaron 129 muertos y 352 heridos, muchos de ellos de gravedad. Hasta el momento de escribir estas líneas se han llevado a cabo 170 operativos por parte de la policía local.

Las primeras condolencias y condenas del extranjero fueron de los Gobiernos de España, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Uruguay, Colombia y Chile. En Francia hubo numerosos homenajes, especialmente en la Plaza de la República y en universidades y centros varios con plegarias, velas y flores, junto con otras manifestaciones de dolor y duelo. En ese país se decretó el “estado de emergencia”, lo cual no ocurría desde la guerra con Argelia.

Fue muy emotivo el traslado de un piano a las puertas del teatro donde ocurrió una de las masacres, oportunidad en la que se ejecutó la conocida Imagine de John Lennon, canción que, más en este contexto, arrancó lágrimas hasta al más insensible.

En la Universidad de California, en Long Beach, hubo un muy emotivo homenaje organizado por la presidente de esa casa de estudios, Jane Close Conoley, a raíz del asesinato de una de sus estudiantes, Nohemí González, que participaba de un programa de intercambio estudiantil en París.

Creo que lo peor que puede hacerse es vincular a estos energúmenos con una religión. Como he apuntado en otra oportunidad en este mismo medio, Guy Sorman y Gary Becker han dicho que el Corán es el libro de los hombres de negocios debido al respeto que muestra por los contratos y la propiedad. Allí se señala que el que mata a un hombre ha matado a la humanidad (5:23) y el jihad es “la guerra interior contra el pecado”.

Como también he puesto de manifiesto con anterioridad, los musulmanes en su paso de ocho siglos por España contribuyeron grandemente a la medicina, la economía, el derecho, la geometría, la música, la arquitectura y, sobre todo, demostraron gran tolerancia con los judíos y los cristianos. Su traducción de textos aristotélicos ha promovido valores centrales de la civilización y sus sistemas educativos constituyeron un ejemplo de apertura y competencia.

Sin duda que las fatales vinculaciones del poder con la religión son una grave amenaza a la libertad y a la tolerancia. Es por ello que los padres fundadores en Estados Unidos establecieron la “doctrina de la muralla” para marcar la indispensable separación de las dos esferas mencionadas.

De más está decir que lo dicho no desconoce los fanatismos de quienes usan la religión para cometer todo tipo de barrabasadas inaceptables. Eso ocurrió durante la Inquisición del cristianismo por la que Juan Pablo II pidió perdón, junto con las Cruzadas, los abusos en la conquista de América y el antisemitismo en el contexto de promover el ecumenismo. Las llamadas “guerras santas” han sido criminales, a través de la historia. En nombre de Dios, la misericordia y el amor se ha masacrado, torturado y amputado. Sería muy injusto e inapropiado calificar esto como “terrorismo cristiano”. Del mismo modo, es del todo desacertado hablar de “terrorismo islámico”. No le hagamos el favor a los responsables de los espantos como el sucedido ahora en Francia de vincularlos con la religión, con lo que la mecha del fanatismo religioso se traduce en incendios imparables y desata conductas inadmisibles para cualquier mente civilizada. Todas las concelebraciones y reuniones oficiales entre judíos, cristianos y musulmanes nos recuerdan con enorme gratitud el sello profundo del ecumenismo de Juan Pablo II.

José Levy, corresponsal en Medio Oriente de CNN, al día siguiente del horror consignó las muchas manifestaciones enfáticas de repudio por parte de numerosos musulmanes indignados porque se usa su religión y el Corán para cometer actos criminales (hay diez millones de musulmanes radicados en Francia). Destacó también con gran solvencia la interpretación espiritual del antes mencionado jihad.

Sin duda que hay pasajes confusos, contradictorios y a veces alarmantes en el Corán, del mismo modo que los hay en la Biblia, que las diversas hermenéuticas pretenden resolver de modo diferente según las correspondientes tradiciones de pensamiento. La religión, como el amor, son temas privados que no deben ser politizados y, por supuesto, no puede aceptarse bajo ningún concepto lesionar derechos bajo el ropaje de la lucha contra “los no creyentes”, los “herejes” o los “infieles”.

Estos ataques terroristas lamentablemente sirven como un camino expedito para que se cercenen las libertades individuales en nombre de la seguridad, es decir, se tiende a establecer un Estado orwelliano para protegerse del gran hermano terrorista. Es como ha escrito Benjamin Franklin: “Aquellos que renuncian a libertades esenciales para obtener seguridad temporaria no merecen ni la libertad ni la seguridad”.

En un plano muy distinto, es pertinente recordar tres reflexiones atinadas en relación con este tema de los ataques a mansalva de los terroristas que proceden de modo, como decimos, inaceptable desde cualquier punto de vista de una persona decente y razonable.

En primer lugar, la declaración del general George Washington: “Mi ardiente deseo es, y siempre ha sido, cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”. En segundo lugar y en esta misma línea argumental, John Quincy Adams escribió: “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia de todos. Es el campeón solamente de las suyas […] Alistándose bajo otras banderas podrá ser la directriz del mundo, pero ya no será más la directriz de su propio espíritu”. Por último, es de interés tener presente lo manifestado por Ron Paul, el tres veces candidato a la Presidencia de Estados Unidos, en el sentido de preguntarse cómo hubiera reaccionado el pueblo y el Gobierno estadounidense si desde el mundo árabe se estuviera bombardeando, por ejemplo, California, Texas o Nueva York, lo cual ilustra Paul con la patraña monstruosa tejida junto con sus aliados de la “invasión preventiva” en Irak.

Al debatir este tema con colegas economistas en una reunión del fin de semana próximo pasado en que ocurrieron los hechos bochornosos que comentamos, salió a relucir el interrogante de cómo debería proceder un Gobierno cuando en otra jurisdicción nacional se expropian propiedades de sus ciudadanos. Mi respuesta fue que entre privados se debe recurrir a la Justicia del país en cuestión y, si no puede resolverse por esa vía, queda en pie el riesgo que asume el interesado al invertir en otro lugar, pero nunca se justifica la intervención militar, a menos que se trate de una agresión también militar en territorio ajeno (si no son ejércitos regulares, es pertinente la operación comando).

En resumen, todos los procedimientos adecuados son permisibles para prevenir y castigar a los asesinos terroristas, cualquiera sea su signo o denominación, pero debe tenerse en cuenta, por un lado, el peligro y la injusticia de vincularlos con religiones y, por otro, no perder de vista que el eje central de la sociedad civilizada consiste en el respeto recíproco de las autonomías y los consiguientes derechos individuales. Es necesario también tener muy presente que el combate a los terroristas nunca debe llevarse a cabo con los procedimientos de los criminales terroristas, de lo contrario, se puede ganar en el terreno militar, pero indefectiblemente se pierde en el terreno moral, que es el relevante. Ya bastantes ejemplos hemos visto de esto último.