Por: Alejandro Radonjic
Es poco probable que el kirchnerismo busque reformar la Constitución para habilitar a Cristina para un tercer mandato consecutivo. No hay votos, ni potenciales apoyos extrapartidarios ni voluntad en la sociedad.
Es más improbable aún que, de buscarlo, lo logre. Si bien no habrá una “Cristina eterna”, como pedía la diputada Diana Conti, tampoco hay que pensar en una “Cristina efímera o ausente”, es decir, prescindente de su propia sucesión o del futuro Gobierno. Sin re-re, la gran decisión (que se instalará con fuerza luego de octubre) es qué modelo de sucesión buscará implementar la Presidenta y su mesa chica. Y qué probabilidades de éxito tienen.
Hay varios esquemas a través de los cuales la Presidente puede administrar su sucesión y convertirse, como sostienen los analistas más cercanos al oficialismo, en la gran electora. Desde la recuperación de la democracia, el único presidente peronista que le entregó el bastón de mando a otro peronista fue Néstor a Cristina en 2007. ¿Cristina hará lo mismo?
La opción predilecta de la mesa chica cristinista es instalar discrecionalmente, es decir, sin un método previo o consensuado como las internas, lo que se conoce en la jerga como un “delfín”.
Al respecto, recomiendo la columna de Nicolás Tereschuk: “El formato Dilma de sucesión”. Lula, con el mismo impedimento constitucional que Cristina, escogió a una ministra bastante ignota como su sucesora. Dilma Rousseff se hizo conocida rápidamente, mantuvo unida la coalición, se impuso en segunda vuelta por 56% de los votos y hoy ostenta niveles de popularidad y aprobación similares que orillan el 80%. Este es un dato importante porque una de las falencias más señaladas de este esquema sucesorio es que, al día de hoy, no hay un candidato kirchnerista que sea competitivo electoralmente. Dado el personalismo de Cristina y nuestro híper-presidencialismo, esto no es una casualidad. Pero, con una Presidente fuerte y una base electoral sólida, transferirle votos a un candidato no es una tarea tan difícil.
Para que este esquema sucesorio sea exitoso es menester que la Presidente llegue al 2015 con buenos niveles de aprobación y una coalición unida. Los gestos de “autonomía” serán castigados, más aún si provienen del peronismo de la provincia de Buenos Aires. Néstor Kirchner aprendió rápido la importancia de controlar la provincia más grande del país sin intermediarios. Como se atestiguó recientemente en Paraná, el PJ sigue respondiendo orgánicamente a la Presidenta. Al mismo tiempo, el candidato elegido debe mantener relativamente unida a la coalición oficial. Dicho de otra manera, debe ser kirchnerista en la palabra y la acción para el sector más ideologizado y, al mismo tiempo, aglutinar detrás suyo a los intereses del aparato peronista, básicamente la permanencia en el poder.
Este esquema le permitiría a Cristina mantener un peso importante dentro de la sucesión y, teóricamente, en el futuro Gobierno. Tal como ocurre actualmente con Lula en Brasil, además, le dejaría la puerta abierta a su retorno en 2019 (la Constitución Nacional lo permite).
¿A quién elegirá como su delfín? Al respecto, podemos establecer una hipótesis: cuanto más potencia tenga Cristina como “electora”, menos poderoso (y, por ende, maleable y ‘orgánico’) será el elegido. Según el politólogo Andrés Malamud, el próximo presidente de la Argentina fue electo gobernador en 2011. La lista de potenciales presidenciales es amplia y, si bien suena extraño, Daniel Scioli también integra esa lista (aunque queda claro que no es el favorito de CFK).
Pero también podría ser un miembro del Gabinete, algún legislador nacional o un tapado, como Carlos Zannini. La lista de potenciales es larga y sus integrantes seguirán cambiando y rotando. Esta parecería ser, sin re-re a la vista, el esquema de sucesión predilecto del oficialismo. Una variación dentro de este esquema sería que, para garantizar continuidad y ofrecerle a Cristina aún más control sobre la coalición, ella se comprometa a asumir un rol dentro del futuro Gobierno, por ejemplo, como jefa de Gabinete o canciller. Pese a sus diferencias, sería similar al esquema V. Putin-D. Medvedev en Rusia.
Otra condición para que este esquema sea exitoso es que el kirchnerismo haga una buena elección en las legislativas de 2013. Si todas las variables mencionadas juegan a favor, el candidato oficial llegará a las elecciones de 2015 con un piso de 30-35% de los votos, una posición más que interesante para que nadie saque los pies del plato. Otra opción, menos probable, es que la interna se resuelva en las PASO de ese año. Así fue ungido, por ejemplo, José ‘Pepe’ Mujica como candidato del Frente Amplio.
Pero, ¿qué pasaría en un contexto de baja imagen presidencial, problemas económicos crecientes, oposición competitiva y fragmentación dentro de la coalición oficial? Es decir, un escenario similar al fin del menemismo. En ese escenario, al kirchnerismo se le haría muy difícil presentar un candidato competitivo (se arriesgaría a una derrota) y una parte del peronismo podría irse con José Manuel de la Sota, Mauricio Macri y/o el propio Scioli, como lo hicieron con Eduardo Duhalde en 1999. Este es, de hecho, el escenario que imagina el gobernador bonaerense: ser el candidato inevitable o natural del peronismo.
En este escenario, más anárquico, el juego que haría Cristina es una incógnita. Cabe, incluso, la posibilidad de que se mantenga al margen de la contienda si no logra imponer a un candidato, quizás esperando que una derrota peronista la mantenga como la líder de la oposición o del electorado kirchnerista. En ese escenario, Scioli tendría todas las fichas de ser el candidato peronista. O quizás Cristina se incline a “salir por arriba” y estimular internas genuinamente abiertas dentro del peronismo.
En síntesis, las posibilidades de una reforma constitucional hoy son escasas, más allá de que tanto el oficialismo como la oposición lo coloquen como un opción cierta. Para Cristina es fundamental mantener al peronismo unido (especialmente al bonaerense) y expectante, tanto para asegurar la gobernabilidad de 2013-2015 como para potenciar su condición de electora. La duda ya no es pingüino-pingüina sino quién será el pingüino bebé.