Por: Alejandro Radonjic
Luego de meses de especulaciones, Martín Insaurralde resultó el elegido para encabezar la boleta del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Si bien su inclusión en la lista no fue sorpresiva, sí lo fue su ubicación y, sobre todo, la falta de acompañantes de peso. En las elecciones en la provincia de Buenos Aires, el kirchnerismo siempre tiró toda la carne al asador. Y de pronto se inclina por un joven intendente que, según una encuesta de Poliarquía, es un desconocido para más del 50% de sus potenciales electores. Ese déficit fue, por lejos, el más señalado por los analistas políticos. Además, quienes completan el podio (la moronense Juliana Di Tullio y la matancera Verónica Magario) son igual, o aún más, desconocidas.
Con las PASO (determinantes, como quedó demostrado en 2011, de los resultados de las generales dos meses después) a poco más de un mes de distancia, la estrategia es, cuanto menos, arriesgada. Sus principales rivales (Sergio Massa, Francisco de Narváez y Margarita Stolbizer-Ricardo Alfonsín) son, en cambio, mucho más conocidos para el elector bonaerense. La maquinaria oficial, la más potente desde la vuelta de la democracia, deberá acelerar el proceso de “instalación” de Insaurralde.
Pero no todo depende de él, claro, y por eso la jugada es menos arriesgada de lo que parece. Insaurralde no será el único caballito que empuje. Las boletas también traccionarán “desde abajo”, vía legisladores provinciales o candidatos a concejales testimoniales, como Fernando Espinoza. En definitiva, “el voto es al sello”, como sostiene Julio Burdman. Ni siquiera Néstor Kirchner encabezando la boleta pudo evitar una derrota en 2009.
Por ello, es probable que quienes quieran votar al kirchnerismo (el famoso núcleo duro que oscila entre 25-35% del padrón), lo voten. Es difícil pensar que quienes hayan acompañando al oficialismo y tengan pensado hacerlo ahora no se inclinen por el FpV porque no sepan quién es Insaurralde o no lo reconozcan en el cuarto oscuro. Las boletas, además, ayudarán. Por lo tanto, la falta de conocimiento del lomense no pareciera ser un déficit mayúsculo para su performance. En efecto, la amenaza a ese núcleo duro no es interna sino externa: básicamente, una economía que crece poco y la irrupción de Massa, que seguramente perforará ese núcleo duro.
Dejando a un lado este déficit, hay aspectos positivos de la candidatura del intendente de Lomas de Zamora, que no fueron tan recogidos por los analistas. En primer lugar, parece ser un dirigente “querible”. Según la misma encuesta de Poliarquía, en la populosa zona sur del Gran Buenos Aires, su área de influencia natural, ostenta una imagen positiva interesante (52%) y un desconocimiento de 32% (alto pero menor al promedio provincial). Su carácter de “querible” puede asociarse a sus características personales (cada vez más decisivas a la hora de decidir el voto), a los desafíos de salud que debió superar o a sus dotes como gestor, también muy importantes para decidir el voto (tal como lo demuestran, también, los casos de Massa o Darío Giustozzi). La pregunta es si el lomense podrá pescar votos, no en territorio enemigo, sino en ese tercio del electorado volátil que no forma parte del núcleo duro opositor ni oficialista.
Al no ser un miembro conocido del elenco oficial, puede presentar cierta imagen renovadora y recorrer el espinel, tan en boga por estos días, de rescatar lo bueno y desechar lo malo. Además, los opositores tienen menos elementos para apuntar cañones contra él (como sí los hubieran tenido en caso de que, por ejemplo, Florencio Randazzo estuviera en la boleta). “No lo conozco mucho”, dijo Stolbizer, y difícilmente se escuchen críticas altisonantes desde el campo massista. Incluso Eduardo Duhalde lo bendijo. “Es un buen chico”, dijo el también lomense. Esto le permitirá a Insaurralde presentarse (hasta cierto punto, claro) “aislado” de los problemas del Gobierno Nacional.
Asimismo, el intendente de Lomas, de 43 años apenas cumplidos, ha ensayado algunos gestos novedosos y diferenciadores, como brindar entrevistas a medios opositores (casi se concreta una con Clarín) y está lejos de la épica retórica (“la reforma de la Constitución no está en la agenda” y “nadie es eterno”, dijo) y la verba inflamada del camporismo del siglo XXI. Como Daniel Scioli, forma parte del ala de “paz y amor” del kirchnerismo. Además, se refiere, sin tapujos, a la inseguridad y la inflación, casi ausentes del discurso oficial.
En definitiva, Cristina, la que puso el gancho a su candidatura, optó por la racionalidad más que por la radicalización: no haber puesto a jugar a Alicia o no haber llenado las listas boanerenses de “camporistas”, al menos en los primeros puestos, apuntan en el mismo sentido. Puso a jugar a alguien que, además de aglutinar el núcleo duro, puede pescar votos más allá de las fronteras. Poner a un joven intendente con laureles de gestión y exitoso electoralmente (superó el 66% de los votos en 2011), al igual que Massa, sirve para demostrar que el kirchnerismo también tiene una cantera de candidatos como los que hoy parece demandar y valorar más la sociedad. Si gana (las encuestas lo muestran peleando el primer lugar con su colega tigrense), ingresará a las grandes ligas.