¿El mejor amigo del hombre?

Andrea Estrada

La noticia sobre la matanza de 31 perros en la isla de Bali como medida preventiva por un brote de rabia que contagió a varios humanos y el video que circuló en estos días por Internet pusieron en el tapete una problemática que aqueja también a nuestro país, pero de la cual nadie habla. Pareciera más fácil horrorizarse por esta masacre en la cual un grupo de oficiales se ríe del sufrimiento de los perros mientras les aplican una inyección letal, que pensar que en nuestro país –recientemente en Neuquén y Santa Cruz y durante los meses de noviembre, en los centros turísticos de la costa– se llevan a cabo prácticas similares.

En general, la web se presenta como un sitio propicio para que los propios abusadores suban filmaciones o fotos del maltrato animal como si se tratara de una gracia. Recuerdo el caso de los jóvenes cordobeses que le dieron a un Pitbull ginebra con gaseosa para emborracharlo y abusar de él; o el famoso escalador Dean Potter, que se lanzó en paracaídas desde la montaña Elger en Suiza junto con su perra, a la que filmó durante la caída y a la que le puso lentes de sol como si fuera un humano; o el joven que bajo el lema “Qué sorpresas trae la Pepsi”, subió las fotos de un cachorro al que había metido dentro de una botella descartable de esa gaseosa.

Obviamente, todas estas aberraciones –que no provocan gracia, sino un profundo repudio, aunque en los foros se siga discutiendo si la perra disfrutó o no de la caída libre– están penalizadas por la ley. En nuestro país, en el año 1891 se sancionó la llamada ley Sarmiento, que fue reformulada en el año 1954 pero que hasta el momento no ha sido actualizada. En ella, se prevé pena de prisión de entre 15 días a un año a quien cometa actos de crueldad o malos tratos a los animales. Por otra parte, en noviembre de 2008, fecha histórica para los proteccionistas de animales, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires Daniel Scioli firmó la ley 13.879 que rechaza las matanzas como método de control poblacional de perros y gatos, y obliga a los municipios a usar la castración como método ético para controlar los nacimientos. Esta ley no eutanásica para animales prohíbe concretamente “en las dependencias oficiales de todo el ámbito de la Provincia de Buenos Aires, la práctica del sacrificio de perros y gatos, como así también, todos los actos que impliquen malos tratos o crueldad”. Pero lamentablemente, como la Argentina se autodeclara país no eutanásico, no existe ninguna documentación que registre y menos aún que contabilice las masacres y eutanasias a pequeña escala que se hacen en los centros de zoonosis de nuestro país.

Este desinterés del Estado, que se extiende en distintos grados a la ciudadanía, está cubierto en parte por asociaciones sin fines de lucro que trabajan de manera gratuita en el salvataje y posterior adopción de perros de la calle. Tal como afirma Laura Rama, directora de la Fundación Viva la Vida por el Bienestar Animal, “Las personas que nos ocupamos de los perros y gatos de la calle somos consideradas de alguna manera seres excéntricos o marginales, a tal punto que nos cuesta mucho trabajo conseguir ayuda financiera porque nuestra actividad no está vista como algo serio”. 

Pero además, esta defensora de los derechos de las mascotas considera que los animales domésticos tienen el mismo derecho que los seres humanos a vivir una vida digna. Su argumento es que si la humanidad ha evolucionado de tal manera que nos hemos podido dar cuenta de la crueldad con la que hace apenas un par de cientos de años tratábamos a los leprosos, a los cuales se depositaba y olvidaba en los leprosarios, es probable que en un muy corto plazo, nos demos cuenta también del terrible error que estamos cometiendo con las mascotas, a las que el ser humano ha incorporado a su vida por conveniencia de su propia especie.

Por otra parte, el aberrante caso del violento Lucas Bigliotti, que en una pelea de pareja metió a su hija de un año y medio en el lavarropas –práctica que según su exesposa, solía repetir con animales dómésticos– prueba que, tal como sostiene Laura Rama, para que la humanidad mejore “es necesario, entre muchas otras cosas, que toda forma de vida se valore y se preserve con dignidad”.