Por: Bjørn Lomborg
Un tema sobre el que estamos escuchando más y más aquí en París es sobre la llamada ayuda climática. Ha habido un enorme empujón de ONG del clima para convencer a los países ricos de gastar una fortuna en ayuda a los países pobres para que estos puedan adaptarse al calentamiento global. Este término es un cajón de sastre de dinero que los países ricos brindan a los países pobres para educación sobre calentamiento global, paneles solares, adaptación o cualquier cosa imaginable que se pueda relacionar con el calentamiento global.
El impulso ya ha tenido un efecto. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha analizado alrededor del 70% de la ayuda total al desarrollo mundial y halló que uno de cada cuatro de esos dólares ahora se desvía a la ayuda relacionada con el clima.
Ayer, el primer ministro de Australia Malcolm Turnbull se comprometió a otorgar casi mil millones de dólares del presupuesto de ayuda al desarrollo de su país al sector climático. En octubre, el presidente del Banco Mundial Jim Yong Kim indicó que habría un aumento de un tercio en el financiamiento directo del banco relacionado con el clima, lo que significa un total anual de cerca de 29 mil millones de dólares en 2020. En septiembre, el presidente de China, Xi Jinping, prometió igualar los 3 mil millones de dólares ofrecidos por el presidente Barack Obama en ayuda para el Fondo Verde para el Clima de la ONU.
El Reino Unido, por su parte, desviará 8.900 millones de dólares de su presupuesto de ayuda exterior a la ayuda relacionada con el clima durante los próximos cinco años y Francia prometió 5.600 millones al año para el 2020 frente a los 3.400 millones de hoy.
Para muchos delegados presentes aquí, el objetivo es que la cantidad gastada internacionalmente en ayuda climática ascienda hasta unos sorprendentes cien mil millones de dólares al año. Esta cifra resultó de la malograda Cumbre Climática de Copenhague hace seis años, cuando los países desarrollados hicieron una promesa imprudente de gastar cien mil millones de dólares anuales en “la financiación del clima” para los pobres del mundo hacia 2020.
Rachel Kyte, vicepresidente del Banco Mundial y enviada especial para el cambio climático, dijo recientemente al diario The Guardian que la cifra de cien mil millones de dólares fue escogida al azar en Copenhague para rescatar un acuerdo de último momento. Sin embargo, en la forma en que estas cosas suelen suceder, logar esa meta arbitraria se ha convertido en fundamental para el éxito de la Cumbre de París.
Estoy profundamente perturbado por este desarrollo y por el enfoque dado en París, basado en negociar un acuerdo que se construye en torno a la ayuda climática.
Mucho de este dinero para ayuda climática no es nuevo. No se extrae de los presupuestos existentes para cambio climático. En lugar de ello, está siendo extraído de los fondos de ayuda y de desarrollo existentes. El dinero se está desviando a las cuestiones relacionadas con el clima en detrimento de mejoras en la salud pública, la educación y el desarrollo económico.
En un mundo en el que la desnutrición sigue cobrándose al menos 1,4 millones de vidas de niños cada año, 1.200 millones de personas viven en la pobreza extrema y 2.600 millones carecen de agua potable y saneamiento, este creciente énfasis en ayuda climática es simplemente inmoral.
Como señalé ayer, una encuesta en línea de la ONU, realizada a más de ocho millones de personas de todo el mundo, muestra que los encuestados de los países más pobres del mundo clasificaron la acción contra el cambio climático en el último lugar de las 16 categorías cuando se les preguntó “¿Qué es más importante para usted?”.
Proporcionar a los países más desfavorecidos del mundo paneles solares en lugar de una mejor atención a la salud o educación es una autocomplacencia imperdonable. Las fuentes de energía verde pueden ser buenas para mantener prendida una única luz o para cargar un teléfono celular. Pero son en gran medida inútiles para hacer frente a los principales retos energéticos que demandan los pobres del mundo.
La ayuda climática es una de las formas menos efectivas de ayudar a los más desfavorecidos. Las reducciones de carbono del protocolo de Kioto habrían evitado 1.400 muertes por malaria por unos 180 mil millones de dólares al año. Apenas medio millón de dólares gastados en políticas directas contra la malaria, como mosquiteros, podrían salvar 300 mil vidas. La inversión directa en investigación agrícola y mejores tecnologías agrícolas ayudará a la agricultura mucho, mucho más que las políticas climáticas. Ayudar a la gente a salir de la pobreza es mil veces más eficaz que depender de las reducciones de carbono.
La asistencia climática no es la mayor contribución que pueden hacer los países ricos y no es lo que quieren o necesitan los más pobres del mundo.