Por: Bjørn Lomborg
El suburbio de Alajo, en la ciudad capital de Ghana, Accra, está muy alejado de los hoteles de lujo de París. Pero los burócratas y los políticos aquí en Francia están negociando un tratado sobre el clima para “ayudar a los más pobres del mundo”, incluyendo miles de millones de dólares en garantías de ayuda climática a las naciones en desarrollo.
He argumentado en mis artículos que este tipo de ayuda no es lo que se quiere. He señalado una encuesta mundial masiva de 8 millones de personas mostrando que la gente en los países más pobres del mundo clasifica la política climática en último lugar, detrás de otras prioridades políticas.
Pero para entender mejor por qué es esto —y para dar voz a aquellos a quienes los activistas climáticos dicen representar— el Copenhagen Consensus entrevistó a personas de todo el mundo. Una de ellas fue Esther Gyan, viuda y madre de ocho hijos, de 46 años de edad, que vive en Alajo.
Alajo es un suburbio pobre densamente poblado. Las paredes de las viviendas están hechas de barro, madera no tratada y tejas de zinc. Hay un desagüe deficiente que crea inundaciones.
“No es fácil estar aquí para mí y mis hijos, como usted puede ver por sí mismo”, Esther le dijo a nuestro entrevistador. “Soy una persona muy infeliz viviendo precariamente. La calidad de vida que soñé para mis hijos está lejos de la realidad. Si no soy capaz de cuidar de ellos, ¿cómo van a convertirse en ciudadanos responsables en la comunidad? Yo sólo ruego que no vayan por mal camino. No es extraño que haya tanto robo en la comunidad en estos días. ¿Cómo esperan que los pobres como nosotros podamos sobrevivir?”.
El marido de Esther no le dejó una herencia. Ella mantiene a la familia con la venta de golosinas hechas de azúcar y hielo. En un buen día, hace 20 cedis ghaneses (5 dólares). Esther no puede obtener un préstamo bancario porque no tiene garantía, por lo que está atascada, sin opciones.
La encuesta de las Naciones Unidas sobre políticas prioritarias realizada a 8 millones de personas incluye 68 mil respuestas de personas que viven en Ghana. La educación es su máxima prioridad, al igual que lo es para Esther.
Cinco de sus hijos viven con ella; cuatro están todavía en la escuela primaria, pero Esther no puede permitirse el lujo de enviar al quinto a la escuela secundaria. “Incluso los que van a la escuela a veces se niegan a ir porque están avergonzados de su viejo uniforme escolar. Sus compañeros de clase se burlan de ellos y a veces llegan a casa llorando. Por desgracia, no tengo dinero para coserles otros nuevos”.
La seguridad alimentaria es la segunda mayor prioridad para los ghaneses. Esther se las arregla para cocinar “comidas decentes” con el dinero que gana, pero no puede permitirse el lujo de frutas y verduras. A veces la comida principal es banku, una masa de maíz o yuca fermentada, sin ningún tipo de pescado o carne.
El entrevistador del Copenhagen Consensus le preguntó a Esther si sentía que la gente en los países ricos entendía los problemas que ella enfrenta. “Por supuesto, estoy segura que saben”, dijo. “A ellos simplemente no les importa; todo lo que escuchamos son grandes [palabras] aquí y allá”.
Esther probablemente se sorprendería al saber que los activistas en París afirman que hablan en nombre de los pobres del mundo cuando dicen que un tratado de carbono es la principal prioridad. El clima es en realidad la prioridad política más baja de los ghaneses: viene en el número 16 de 16 temas.
Así que Esther es representativa de Ghana —y de los encuestados de todos los países más pobres del planeta— cuando dice del cambio climático: “Honestamente, tengo problemas más urgentes en que pensar. No creo que el cambio climático sea uno de ellos”.
El dinero puesto en el cambio climático, afirma Esther, debe ser gastado en salud y educación. “Yo no tendría que preocuparme tanto por la salud y la educación de mis hijos si eso se hiciera en primer lugar”.
De vuelta aquí en París, los negociadores están a punto de firmar compromisos de reducciones de carbono que le costarán a la economía mundial al menos 1 billón de dólares al año. Teniendo en cuenta la transformación que esta suma podría hacer en las vidas de miles de millones de los más pobres del planeta, mal nutridos y preocupados por la educación básica —como los niños de Esther— esto es simplemente inmoral.