El papa Francisco ha dado su versión del mercado. Es muy negativa. La tituló Evangelii Gaudium o Alegría del Evangelio. Llega a decir que el capitalismo mata, cuando es evidente que, en los últimos dos siglos, las libertades políticas, la economía de mercado y la empresa privada, combinadas, han sido los factores que han mejorado y alargado sustancialmente la existencia de las personas. Antes de la revolución industrial la vida de los hombres, sentenciaba Hobbes, “es solitaria, pobre, sucia, brutal y corta”. Gracias a la democracia liberal y al empuje de los empresarios dejó de serlo.
Francisco, incluso, cita a San Juan Crisóstomo, un pico de oro del siglo IV d.C. que fue el peor de los antisemitas del antiguo mundo cristiano, y hace suya una frase de juzgado de guardia: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son los nuestros, los bienes que poseemos; son los suyos”. Como se pregunta el economista argentino Alberto Benegas Lynch: ¿estará incitando a los italianos pobres a que asalten los tesoros del Vaticano con ese alegato contra los derechos de propiedad?
Dice Francisco: “Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.
Curiosamente, sin referirse a ella, Francisco niega, implícitamente, la encíclica “Centesimus Annus” promulgada por Juan Pablo II en 1991 tras el colapso del comunismo. El polaco fue un decidido apologista del mercado, tal vez porque había vivido la experiencia del colectivismo marxista, o acaso porque estaba bajo la poderosa influencia intelectual de su asesor Michael Novak, autor de ese libro extraordinario que sigue siendo El espíritu del capitalismo democrático.
Como todo el mundo es hijo de su circunstancia, el argentino es un detractor del mercado. Creció en medio de la jerigonza peronista en materia económica (aunque los peronistas no lo quieren demasiado y algunos, injustamente, lo acusan de contubernio con la dictadura militar). En todo caso, es muy difícil haber alcanzado la edad adulta en medio del ruido y la furia del populismo y que no hayan quedado cicatrices y deformaciones.
En definitiva: ¿con cuál de los dos papas se queda uno? Allá los católicos con ese dilema. Yo, gracias a Dios, soy agnóstico.
Michelle Bachelet, que también es agnóstica, sin embargo, no anda muy lejos del papa Francisco en su rechazo al mercado. Coinciden en la sospecha de que esa maligna forma de asignar bienes y recursos es culpable de los bolsones de pobreza que hay en el mundo y, especialmente, de la desigualdad que se observa en Chile. Ella va a redistribuir la riqueza, porque no cree, como le sucede a Francisco, que el crecimiento de la economía revierta espontáneamente en una disminución de la distancia que se observa entre ricos y pobres.
Aceptémoslo con cierta melancolía: América Latina es mayoritariamente populista. En conjunto, la sociedad latinoamericana está más cerca del criterio del papa Francisco y de Michelle Bachelet que de quienes pensamos que el mercado y no los funcionarios públicos o los comisarios políticos es el resorte económico que disminuye la pobreza y crea y redistribuye la riqueza de una forma menos imperfecta y más ajustada a la moral.
Chile, precisamente, es un caso que lo demuestra. Al menos, eso piensa el socialista experto noruego Erik Solheim, presidente del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE, quien propone a este país como un ejemplo de disminución de la pobreza en América Latina. En 25 años los chilenos pasaron de un 46% de pobres al 14 y se colocaron a la cabeza de toda la región en nivel de desarrollo.
Es verdad que Chile, de acuerdo con el índice Gini, es un país muy desigual en el que el 10% más rico recibe 35 veces más ingresos que el 10% más pobre, pero ese dato no revela toda la complejidad de la desigualdad.
El país menos desigual del mundo es Azerbaiyán. Jamaica y Sierra Leona tienen mejores índices de desigualdad que Estados Unidos y Chile. ¿Y qué? El igualitarismo es una quimera perversa que conduce a la miseria colectiva. Que se lo pregunten, si no, a los chinos de la terrible era maoísta o a los cubanos. Incluso, que se lo pregunten a Raúl Castro.