Lo que el 25 de Mayo dejó

Los festejos del 25 de mayo actuaron como una confirmación de que el kirchnerismo y, particularmente, la Presidente, creen que el país les pertenece.

La parafernalia de propaganda y show, meticulosamente preparados por expertos en transmisión de mensajes a las masas, fueron el capítulo central de la utilización de una fecha que es de todos para un burdo fin partidista y personal.

Como ocurre con todos los demás resortes del Estado, la mandataria usufructúa una estructura fondeada por los apretados bolsillos de todos los argentinos para beneficiarse personalmente y para sacar una tajada electoral parcial e injusta sobre los demás sectores.

De la misma manera abusa de la cadena nacional, de la impresión de dinero sin respaldo, de las agencias estatales -a las que utiliza con fines partidarios o directamente personales- y de los recursos públicos a los que gasta como si fueran la caja chica del Frente para la Victoria.

Por supuesto que la jefa del  Estado no perdió oportunidad para agregar más metros a la división de los argentinos. Lo hizo durante los cuatro días en los que dispuso conmemorar la llegada al poder de su familia, y lo coronó el lunes al trasladarse a Luján para hacer su propio Tedeum en lugar de participar del clásico que toda la vida se celebra en la catedral de Buenos Aires.

No lo hizo porque allí estaba Macri, de la misma manera que jamás asistió al Colón y por las que mandó a construir el suyo propio a razón de 3000 millones de pesos en el e edificio de la Secretaría de Telecomunicaciones.

Bautizó la impresionante obra como Centro Cultural Kirchner y lo inauguró descubriendo su emblema: una enorme letra K en celeste y blanco. Como dijera Alejandro Borenstein: “ni Idi Amin Dada se animó a tanto”. El detalle recuerda a esas películas futuristas sobre totalitarismos en donde alguna letra o emblema identifican al régimen.

¡Qué bueno sería que ese nombre hubiera sido elegido por otro gobierno! Que la misma obra y el mismo nombre hubieran sido decididos por el presidente “Gómez” o por el presidente “Zárate”. No hay nada de malo en que una obra para la posteridad lleve el nombre de un presidente. Lo malo es que la obra y el nombre sean decididos por el presidente cuyo apellido coincide con el nombre de la obra.

Eso está mal. No hay discusión posible. Hay cosas que el sentido de la decencia prohíbe. Esta es una de ellas.

Hacia el final del gobierno de Menem, el Congreso estuvo a punto de aprobar la ley para construir la red nacional de autopistas, libres de peajes. Era una obra necesaria. El proyecto había sido ideado por el equipo del Dr Guillermo Laura y era parte de las obras del programa “Metas del Siglo XXI”. Se trataba de 10000 km de autopistas gratis que unirían como una telaraña todo el territorio argentino.

Al presidente se le ocurrió entonces llamar a ese proyecto “Red Federal de Autopistas Presidente Menem”. El Congreso lo rechazó. No solo rechazó el nombre, mando para atrás e hizo perder estado parlamentarios al proyecto de ley completo. La posibilidad de llevar adelante la obra no se trató nunca más.

Menem estaba en sus días de decadencia y su egolatría y, muy probablemente la misma inclinación a creer que la Argentina le pertenecía, lo llevaron a querer poner su nombre inmortal al sistema. Un perfecto resumen de lo que es hacer todo mal: el presidente creyéndose un dueño de estancia y un Congreso vengativo sin saber distinguir entre la egolatría y el bien del país.

En los EEUU (de donde el sistema fue copiado) lleva, efectivamente, el nombre del presidente que impulsó la idea, Dwight Eisenhower, pero no fue él quien le puso el nombre a la red. El Congreso aprobó la ley bajo el nombre “Federal-Aid Highway” y solo bastantes años después otro Congreso y otro presidente bautizó el sistema de transporte y defensa con el nombre del presidente que le había dado impulso.

¡Qué bueno que ocurriera eso en la Argentina! Hoy todo se llama “Kirchner” o “Nestor Kirchner”. En varias ciudades del interior hay calles que se cruzan con el mismo nombre. La inmobiliaria de Máximo Kirchner en Rio Gallegos se encuentra sobre la Avenida Néstor Kirchner. ¿Y bajo el gobierno de quién se pusieron todos esos nombres? Bajo el gobierno de la familia Kirchner.

En esa misma línea, el 25 de mayo festejado no fue la conmemoración de la jornada de 1810. Fue el recuerdo del 2003, cuando Néstor Kirchner ganó la presidencia por una “serie de penales” que el contrario se negó a patear.

Este copamiento del país ha tenido como cómplice a media Argentina. Una parte electoralmente decisiva de la sociedad  compró el paquete de las “nimiedades seguras” antes que el de los “sueños posibles”. Se entregó a un horizonte barato porque no se creyó a la altura de imaginaciones grandes. Los Kirchner se mostraron como el vehículo que entregaría esas “seguridades mínimas”, ofreciendo un pacto por el cual serían ellos los que se quedarían con los “sueños altos”.

No hay dudas de que las dos partes de ese contrato han logrado lo que querían: los Kirchner se convirtieron poco menos que en una familia real, propietaria de la República, y aquella parte de la sociedad que concedió el pacto, consiguió su “puestito”, su “salchicha y su mortadela”, su nimiedad segura. ¡Salud Argentina, por un 25 de mayo bien diferente de aquel que soñaron los que lo forjaron en 1810!

Razonamientos alarmantes

Muchas veces la selección de los temas que volcamos en estas columnas se hace difícil. Pero a veces los comentarios de la Presidente en cadena nacional producen un asombro tan profundo que realizar un comentario al respecto se hace esencial e ineludible.

Quiero hablar sobre sus expresiones en donde la Presidente, preguntándose “en qué mundo viven algunos”, hizo referencia al aumento de salarios en España para el período 2015-2018 de 1.5%.

La verdad uno no sabe cómo encarar los párrafos que siguen porque no se puede estar completamente seguro de que la mandataria esté hablando en serio.

En efecto, suponer que la Sra. de Kirchner nos pretende hacer creer sinceramente que en España son unos miserables porque en dos años y medio van a dar un aumento del 1.5% y aquí estamos en el paraíso porque se manejan cifras del 25/30%, resulta tan sorprendente que la posibilidad de que se trate de un chiste cargada no es completamente desechable.

De otro modo no se puede entender cómo siquiera se puede llegar a plantear la comparación entre la situación de un país en donde directamente hay deflación con otro en donde la tasa de incremento de los precios rozó en 2014 el 40%.

La Presidente incluso se enojó, diciendo “yo no sé cómo se animan a hablar”, como si quienes pidieran esos aumentos en la Argentina no vieran lo que ocurre en otros lugares del mundo, en donde esos ajustes son infinitesimales. Lo encaró  ácidamente (como es su costumbre) a Hugo Yasky como diciendo “¿de qué te quejás? Fijate lo que se aumenta en otros lugares contra lo que éste gobierno está autorizando en materia de ajustes salariales aquí… Deberías estar agradecido, antes que quejoso”.

Resulta obvio, a esta altura, preguntarse si realmente cree que se pueden comparar pasi pasu los dos casos. ¿La Sra. de Kirchner pensará que cuando los salarios se “aumentan” 30% el trabajador mejora 30% su capacidad adquisitiva porque todas las otras variables de la economía se mantienen estables y lo único que aumentan son los ingresos?

Si realmente toda la economía mantuviera los valores de su variables estables y los salarios vinieran aumentándose progresivamente al ritmo que lo vienen haciendo desde hace por lo menos 6 o 7 años, no cabe duda de que la Argentina habría hallado la fuente misma de la felicidad económica: otorgar incrementos impresionantes en los ingresos (comparados con lo que ocurre, efectivamente, en otros lugares del mundo) y por el otro lado mantener estables sus precios; todos seríamos millonarios.

En ese contexto, tampoco habría muchas explicación para la limitación de los aumentos al 25 o 30% por año: si esas movidas en los salarios son neutras en los precios, podrían darse aumentos del 100 o del 200% para acortar el camino a la riqueza absoluta.

De una manera similar, es muy común que la Presidente (lo ha hecho poco menos que en todos los mensajes inaugurales al Congreso) compare valores de la Argentina del 2003 con los de la actualidad, como si realmente creyera que se trata de términos monetarios constantes. Calculen ustedes que con las unidades monetarias que se necesitaban en 2003 para comprar un auto hoy solo se podría adquirir un teléfono celular. Pero parece que esas comparativas no le llaman la atención a la jefa del estado.

La gravedad de esta cuestión -que muchos hasta podrían pretender desechar porque considerarían inútil perder el tiempo con ella- radica en que la Presidente o está autoengañada o, al contrario, pretende engañar a los demás. No hay más que estas dos posibilidades. Y las dos, por cierto, son muy serias.

Si la Sra. de Kirchner cree realmente que su extraordinaria sabiduría ha encontrado la fórmula mágica de la felicidad,  por la vía de otorgar aumentos de salarios exorbitantes (medidos por lo que es normal en el mundo) a tal punto de sentirse ofendida porque no se lo reconocen vis a vis lo que ocurre en otros países a la vista de todo el mundo, el tema es grave por la enorme ignorancia económica que este pensamiento trasunta. Es casi de no creer. Suponer, efectivamente, que nuestra máxima autoridad está convencida de que todo el mundo nada en la abundancia por los aumentos salariales que su Gobierno ha homologado en los últimos años, sin advertir que todo eso se diluye en una alarmante pérdida del valor adquisitivo de los pesos con los que se pagan esos salarios por efecto de la imparable inflación, es de una gravedad tal que no nos quedaría otra que agarrarnos la cabeza.

Y si, al contrario, la Presidente supiera realmente la verdad pero adopta estas posturas para engañar a incautos que creen que su riqueza real aumenta por tener más billetes en el bolsillo, también estaríamos frente a un drama porque una especulación política tan baja y tan burda no cabría esperarse a esta altura del desarrollo de la democracia y de la información. Nadie podría decirlo y nadie debería creerlo. Si hay espacio para que nada menos la jefa de Estado lo diga, es porque ella cree que aún es posible que alguien lo crea. Y eso hablaría de una ignorancia promedio de la sociedad en materia económica muy preocupante.

No sabemos cuál de los dos engaños es el verdadero, si el autoengaño presidencial o la intención de engañar a la gente. Pero sea cual sea, ya sabemos que vivir en la mentira no es saludable. Sea que las digamos o que las creamos.

El asalto final a la Justicia

La indisimulada embestida contra la Corte no por obvia parece tener impacto en la sociedad, al menos de una manera electoralmente decisiva o que implique un impacto en la imagen del Gobierno o de la propia presidente. Parecería que el grueso de la cuidadanía no ha alcanzado a comprender aun que una administración con poder discrecional sobre las tres jurisdicciones del Estado es en su propio perjuicio y solo en beneficio de los que mandan.

La figura del Dr. Carlos Fayt ha sido la elegida para ensayar un copamiento a como dé lugar del más alto tribunal del país. Se trata del asalto final a lo que queda como estructura semi-independiente destinada a proteger los derechos civiles contra el poder arbitrario. Parece mentira que gran parte de la gente no entienda que ese mecanismo constitucional (que el Gobierno quiere demoler) ha sido diseñado en su beneficio y para limitar el poder avasallante del presidente y de un eventual Congreso dominado por una sola fuerza.

Los constituyentes hace 162 años fueron tan inteligentes que previeron que podía pasar lo que está pasando ahora. O fueron tan observadores que quisieron evitar otro episodio como el de la dictadura rosista.

Pero parecería que una indómita fuerza idiosincrática lleva a la sociedad a caer naturalmente en estos aluviones populistas y antidemocráticos, bajo el velo, justamente, de que esa marea sin límites que todo lo atropella es la mejor definición de la democracia.

El argumento utilizado hasta ahora contra Fayt es su salud psicofísica; crear la duda de si un hombre de 97 años está en condiciones de seguir entendiendo los mecanismos de la Constitución y si cumple con la condición de idoneidad para el ejercicio del cargo

No tengo pruebas de cómo se encuentra el juez Fayt desde ese punto de vista porque no lo veo desde hace 25 años. Más allá de que son incontables los casos de lucidez –y hasta de brillantez- intelectual en gente de edad avanzada, lo que sí parece indubitable es que es nada más y nada menos que la Presidente la que ignora por completo el diseño de la letra y, sobre todo, del espíritu constitucional.

La semana pasada, en respuesta a lo que había dicho el presidente de la Corte, el Dr Ricardo Lorenzetti, en el sentido de que la misión del Poder Judicial en general y de la Corte en particular es limitar el poder de los otros dos poderes a través del control de constitucionalidad de las leyes, la Presidente dijo textualmente: “el único control es el del pueblo”.

Pocas frases pueden condensar en siete palabras una aberración tan contundente. Resulta francamente grave que la jefa de Estado trasunte semejante nivel de desconocimiento acerca de cómo funciona el sistema republicano organizado por la Constitución. Si hay algo que los constituyentes quisieron evitar fue justamente el “llamado control por el pueblo”.

La razón es muy sencilla de comprender. “El pueblo” como ente controlador no existe: no tiene una organización jurídica, no tiene procedimientos y tampoco tiene el ejercicio monopólico de la coacción. Por lo tanto la frase “el único control es el del pueblo”, no es más que un desiderátum populista. Siguiendo ese criterio también podríamos -como reemplazamos el control de constitucionalidad ejercido por la Justicia por un control único ejercido por el “pueblo”- reemplazar las cárceles convencionales por “cárceles del pueblo” como las que usaban, justamente, las organizaciones criminales de los 70 que, en la terminología de la Constitución “se arrogaban la representación del pueblo”

De todos modos, la Presidente no es la responsable última de estas inconsistencias graves con la libertad. Ella cumple con el perfecto manual del demagogo populista endulzando los oídos de la gente que parece idiotizarse cuando escucha la palabra “pueblo”. Ella  conoce perfectamente cuáles son sus limitaciones, aquellas cosas que no puede hacer y por qué no podría hacerlas. Pero también sabe que eso no le conviene a sus intereses y a sus objetivos de ir por todo, entonces se ha propuesto testear la convicción libertaria de la sociedad. Y ese examen le está dando bien. Estira y estira la soga del poder y los argentinos siguen adormecidos, embobados con alguien que les dice que “ellos” tienen el control, que no tiene de qué preocuparse porque ella está allí para defender la “voluntad popular” contra los poderes oligárquicos y concentrados.

La Constitución quería otra cosa: quería investirnos de derechos inviolables para que, con su ejercicio, las decisiones de nuestras vidas las tomemos nosotros. Para garantizarnos esos derechos puso a nuestra disposición un Poder Judicial encargado de decirle al Gobierno: “Señor, no puede traspasar esta línea”. Pero a nosotros nos ha resultado más cómodo vivir como soldados.

Lecciones de los comicios británicos para la sociedad argentina

Los resultados de las elecciones británicas han sorprendido a medio mundo, empezando por gran parte de la propia opinión pública del país. En efecto, David Cameron el “incumbent” Primer Ministro que se presentaba a la reelección ganó la contienda con un aplastante y sorpresivo triunfo que le permitirá gobernar Gran Bretaña por cinco años más.

Ninguna encuesta arrojaba este resultado. Al contrario, todos coincidían en que se trataría de una competición pareja de final abierto. Pero finalmente el Partido Conservador, luego del escrutinio que continuó hasta la madrugada, arrojó como resultado 329 bancas en la Cámara de los Comunes, o, 3% por encima de la mitad. El escenario previo no auguraba ese resultado. La política inglesa estaba expuesta a un proceso de fragilidad y fragmentación que hacía pensar a muchos que el próximo gobierno sería muy débil. Toda esa incertidumbre comenzó a quedar atrás la misma noche del jueves cuando la BBC, Sky News e ITV dieron a conocer una muestra gigantesca de boca de urna que anticipaba el resultado. Luego la realidad superó incluso esa noticia -a esa hora sorpresiva- arrojando una diferencia mayor que las obtenidas a la salida de los lugares de votación.

El laborismo obtuvo 234 bancas, un resultado muy alejado de la performance mínima esperada por su líder, Ed Miliband, que prometía a sus seguidores recuperar el poder. En porcentajes, los conservadores obtenían un total del 36,6% de los votos contra 30,7% de los laboristas, 12,6 de los populistas antieuropeístas de UKIP, 7,7% de los Liberales-Demócratas, 4,9 del SNP y 3,8% de los Verdes.

Más allá de las cuestiones internas que deberá enfrentar el nuevo periodo de gobierno conservador, entre ellas una nueva amenaza separatista ya que el SNP de los escocés volvió a producir una performance notable que podría volverlo a poner en carrera de un reclamo de separación, lo interesante son las conclusiones que pueden sacarse del fenómeno en especial en comparativa con el caso argentino.

En primer lugar, Cameron ganó ampliamente las elecciones después de venir aplicando un programa económico de austeridad (aquí lo llamaríamos un “ajuste”) que comenzó a producir resultados en la economía británica y que evidentemente los ingleses, dicho esto de manera genérica, agradecen. Luego de que la performance de los números económicos alarmara al gobierno y a parte del electorado, Cameron comenzó a aplicar principios de racionalidad económica que despertaron las energías productivas y creativas de la nación, iniciando un periodo de recuperación.

Ese plan que implicó recorte y sacrificios ha sido evidentemente comprendido por una mayoría social decisiva que es la que acaba de darle el triunfo al gobierno. Esta primera comprobación demuestra que no siempre el populismo económico gana elecciones. Hay muchos pueblos en el mundo que comprenden los palotes del funcionamiento básico de una economía y terminan respaldando a aquellos que tratan de aplicar normas racionales y criterios amparados por el sentido común.

En segundo lugar, como ya había sucedido en Escocia cuando el SNP perdió el referendum independentista, los referentes derrotados renunciaron a  sus puestos como una manera de reconocer su responsabilidad en el manejo de los hechos que llevaron al pobre resultado obtenido.

Cuando uno traza una línea de comparación entre estos comportamientos y los de la dirigencia argentina, que para que abandone un sillón debe ocurrir un terremoto como el de Nepal, no puede menos que sacar conclusiones en el sentido de que finalmente los pueblos se diferencias por las conductas que sus individuos -dirigentes y dirigidos- tienen frente a la cotidianidad. En el Reino Unido acabamos de ver que una parte importante de la sociedad comprende los lineamientos básicos de la racionalidad económica, entiende que la magia populista solo trae complicaciones de largo plazo para todos y desarrolla un comportamiento electoral que premia al que sigue líneas de sentido común económico y castiga a quien promete hacerse el Rey Mago con el dinero de los demás.

Por otro lado, una dirigencia humilde acepta su responsabilidad frente a un resultado y se va, deja su puesto a otro que pueda leer mejor los códigos que la sociedad parece privilegiar.

Se trata de un contraste mayúsculo con nuestra realidad. Aquí la Pesidente habla contra los “personalismos”, en una declaración poco menos que bizarra viniendo precisamente de ella. En la Argentina encumbrados funcionarios del Gobierno con severísimas acusaciones judiciales siguen aferrados a sus puestos como una manera de que, justamente, esas posiciones los pongan a salvo de sus problemas.

En nuestro país, lamentablemente, mucha parte de la sociedad, sigue respaldando electoralmente propuestas económicas mágicas, como si realmente creyera que las cosas pueden conseguirse gratis y que el Estado es algo que no les compete porque su financiamiento en todo caso debe depender de otros, ajenos a ellos. Esa es la causa última de la inflación: un conjunto decisivo de electores que creen que lo que el Estado “les da” se lo saca a otros y no a ellos mismos vía el envilecimiento inmoral del dinero.

Sería interesante reflexionar sobre estas realidades ajenas que a veces resultan útiles para entender porque nos pasa lo que nos pasa y por qué estamos cómo estamos.

Cuadros

En ocasión de cumplirse cinco años de la asunción de Néstor Kirchner como primer secretario general de la Unasur, la Presidente -o mejor dicho el aparato de propaganda y difusión del gobierno- llevaron a cabo un acto inverosímil en el llamado salón de los “patriotas” latinoamericanos, en el que la Sra de Kirchner colgó un cuadro de su esposo y otro de Chávez.

Lo primero que llama la atención de esta extravagancia es la desconexión entre la pretendida unción que se le quiso dar al  acto con los logros propios de la Unasur, una organización que ha pasado -y pasa- sin pena ni gloria por la vida política internacional del continente y del mundo.

En efecto no puede anotarse un solo logro entre sus cometidos. Y la única misión aparente es agrupar a naciones latinoamericanas con el objetivo de producir una grieta hemisférica que las separe de los Estados Unidos. Continuar leyendo

Dos definiciones preocupantes de la Presidente

La Presidente hizo el día martes dos referencias, en su aparición en cadena nacional, que permiten entrever la concepción que ella tiene del mundo, de la Argentina y la percepción filosófica que algún modo la anima.

En un momento, aludiendo a la inversión de una empresa alimenticia, dijo que esos $ 60 millones de pesos destinados a la producción de salchichas y jamón eran la prueba incontrastable de que los argentinos estaban comiendo más salchichas y más jamón y que eso demostraba el éxito económico de su gestión.

La declaración fue impactante. Las salchichas y el fiambre deben ser dos de los elementos de menor contenido alimenticio en toda la cadena alimentaria. Su consumo incluso está contraindicado en las dietas bien balanceadas y en las que recomiendan los médicos que se especializan en nutrición.

Concluir que después de doce años de “modelo” los argentinos comen más salchichas y jamón, y que eso debe ser tomado como un índice positivo, es preocupante. Casi podría decirse, incluso, que por poco la conclusión debería ser la opuesta, esto es, que un sistema económico que solo ha podido hacer aumentar el promedio de consumo de salchichas y fiambre ha fracasado, no que ha tenido éxito.

Es más, no sería descabellado pensar que el consumo de salchichas y fiambre aumentó, justamente, porque bajó el de otros alimentos de mayor valor nutritivo. No debería sorprendernos, en esa misma línea, que también haya aumentado el consumo de harinas (pastas y otros carbohidratos) que también se caracterizan por ser alimentos de bajo contenido nutritivo y que no contribuyen ni al desarrollo cerebral ni a la capacidad de elaborar pensamiento abstracto.

La Presidente hizo su mención con un tono de reproche, como si la sociedad, encima, tuviera que agradecerle que ahora come más salchichas y más fiambre. ¿Qué debería pensar alguien que antes podía comer carne, o pollo, o pescado? El consumo per cápita de carne vacuna bajó, de hecho, en la Argentina de los últimos años, siendo la carne un gran portador de proteínas.

Pero decíamos más arriba que esa mención de la Presiente denotaba una definición implícita acerca de cómo la Sra. de Kirchner ve a la Argentina, al mundo y la concepción que ella tiene sobre el funcionamiento de la acción humana. La Presidente, en efecto, tiene una visión del mundo (y de la Argentina, dentro de él) muy poco ambiciosa, muy quedada y, en el fondo, muy pobre de las aspiraciones humanas. Escuchándola conforme con que los argentinos comieran más salchichas y más jamón, uno no podía dejar de percibir un enorme sentimiento de pena y lástima. ¡Que nada más y nada menos que la Argentina se conforme con comer salchichas! Un país que se presentó casi altaneramente ante el mundo una vez que puso en funcionamiento su Constitución; un país que estaba para llevarse todo por delante, un país donde el progreso era el desvelo de aquellos que venían a poblarlo desde los cuatro costados del globo, un país con un horizonte sin fin ha venido a caer, 162 años después, en un conformismo de salchichas y fiambres.

La segunda “perlita” presidencial llegó cuando pidió a todos que pensaran cómo estaban en 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia. Lo hizo con una advertencia. Dijo: “No me vengan con el tema del esfuerzo da cada uno porque yo me pregunto si en 2003 la gente no se esforzaba, si la gente no quería trabajar, si la gente no quería irse de vacaciones… Hoy es posible gracias a lo que hicimos nosotros.”

Esta es otra manera indirecta de confirmar cuál es la aproximación filosófica de la Presidente a la vida, a la generación de riquezas y a la relación entre el individuo y el Estado. La Sra. de Kirchner está convencida de que lo que puede conseguir una persona, bajo cualquier circunstancia, es gracias a la acción del Estado; que si sólo existiera esfuerzo y dedicación personal no sería posible el progreso.

Está claro que, al contrario de lo parece ser su pensamiento respecto de lo que ocurrió en 2003, en ese momento el trabajo se perdía (aunque aquí habría que aclarar que los tiempos de la presidente también están errados porque la situación de empleo respecto de 2001 ya había comenzado a consolidarse hacia 2003) porque el Estado había quebrado; había estafado a toda la sociedad, le había robado sus ahorros y nadie estaba dispuesto a poner un peso en el país.

Hoy en día, doce años después, la situación en el sector privado (el único verdaderamente productivo) no ha variado mucho: las economías regionales están expulsando gente porque el modelo económico del gobierno las mató, la industria -terminado el auge producido por la devaluación y la pesificación asimétrica- no absorben mano de obra y el único que aumentó dramáticamente su dotación de personal es el Estado. En 2002 el presupuesto de salarios del sector público consolidado del país era de 25000 millones de pesos. Hoy es de 560 mil millones.

Esto significa que la Presidente adhiere a la teoría de que es el Estado el dueño del destino y el que marca el techo y el piso de los sueños individuales (si es que en un esquema así pudiera existir el concepto de “sueños individuales”) No es el esfuerzo ni la dedicación individual sino la acción del Estado lo que le permite a las personas acceder a lo que deseen. Una concepción diametralmente opuesta a la letra y al espíritu de la Constitución, que llamó a todos los hombres de buena voluntad que quisieran habita el suelo argentino a venir a trabajar aquí, en donde un orden jurídico justo le prometía no quedarse con el fruto de su trabajo.

Está claro, a estas alturas, que ninguna de estas cosas son novedades. Que la Presidente tiene en mente un perfil conformista para la sociedad (“agarren esto y agradézcanlo porque con otros van a estar peor aún”) y que está convencida de que lo que las personas logran no lo logran por ellas sino por la acción del Estado, es un clásico al que ya nos tiene acostumbrados.

Pero verlo y escucharlo repetido una y otra vez no deja de extrañar y de causar cierta pena por el potencial riqueza que estas ideas han evaporado de la Argentina.

Las confesiones brutales de la Presidente

No hay caso: la espontaneidad es tremenda. Puede provocar confesiones brutales, sincericidios gruesos. Y en días exultantes puede ser más peligrosa aún. Fue lo que ocurrió el jueves con la Sra. de Kirchner y su “Aló Presidente” del día en que la Sala 1 de la Cámara Federal había desestimado la denuncia de Nisman-Pollicita-Moldes.

Era notorio que la Presidente estaba eufórica. No había más que notar su tono de voz y sus expresiones.

Ya horas antes se habían comenzado a expresar funcionarios y operadores cercanos al Gobierno en el sentido de que “hay que respetar los fallos de la Justicia…” y “no se puede decir que un fallo no me gusta porque no salió como quería…”

¿Perdón? ¿Hay que respetar los fallos de la Justicia? ¿No se puede decir que un fallo no me gusta cuando no sale como queremos? ¡Pero si eso es precisamente lo que el Gobierno hace cuando algún juez osa con contradecirlo, investigarlo o poner bajo juzgamiento las conductas de sus funcionarios!

¿O no fue la mismísima Presidente, acaso, la que acuñó la frase del “partido judicial”, insinuando que los jueces hacen política para producir un golpe? Entonces, va de nuevo, ¿qué es eso de que “hay que respetar los fallos de la Justicia”? ¿O la Presidente y sus funcionarios sugieren que solo hay que respetar los fallos que los favorecen a ellos y lanzar consignas golpistas o de “partido judicial”  cuando le son adversos?

Porque si fuera así entonces estaríamos ante la confesión lisa y llana de que solo se aceptaría una Justicia que condene a enemigos y absuelva a a us amigos o al propio Gobierno y a sus funcionarios. ¿Y entonces para qué tenerla? ¡Si ya conoceríamos sus fallos de antemano: si el oficialismo, sus funcionarios o sus amigos son una parte del caso, la sentencia los favorecerá! ¡Siempre!

Otra salida estomacal de la Presidente fue la referida a las cadenas nacionales. Como sabe que aburren, la Sra. de Kirchner intentó justificarse. ¿Y qué dijo? Bueno, dijo que “una (cadena nacional) de tanto en tanto… Después de todo ‘nosotros’ nos tenemos que bancar las cadenas nacionales de ‘ellos’ todos los días, con mentiras, refritos, todo el día diciendo lo mismo, repitiendo la misma noticia 50 veces… Nos tenemos que bancar (‘nosotros’) que nos metan miedo (‘ellos’)… No voy a decir cuál pero la abuela de un ministro toma Rivotril por las cosas que mira y escucha por la televisión…”

Se trata de un párrafo para la historia. Yo no sé si la presidente piensa lo que dice o -de vuelta- si una espontaneidad incontenible en un día, para colmo, exultante, la traiciona sin querer. Pero las confesiones tácitas que aparecen en ese sólo pasaje, alarman.

¿Cuál es el escenario ideal que impera en la cabeza presidencial respecto del periodismo, la libertad de expresión y los medios? ¿Cree la presidente, sinceramente, que ella debe hacer un esfuerzo de “compensación” para “equilibrar” lo que dicen los medios libres y por lo tanto debería estar al aire todo el tiempo con “su” versión de las cosas? ¿Tendrá como escenario ideal el de un caudal de cadenas nacionales igual al que los medios independientes disponen utilizando su propio aire? Según su escenario ideal, ¿el Estado debería expropiar del aire de los medios privados tanto tiempo como el que disponen ellos para poder trasmitir las “verdades” del Gobierno? ¿O quizás, mejor aún, el escenario ideal sería el de que los medios privados deberían callarse y solo debiera escucharse la voz oficial?

Y si todas estas posibilidades de escenarios ideales se verificaran en los hechos, ¿sería eso una democracia? Porque en la democracia, la posibilidad de expresar disidencias existe y no por eso los presidentes o los primeros ministros atosigan a su gente con largas peroratas en cadenas nacionales. Salvo, claro está, en países como Venezuela, que ha materializado en gran parte lo que seguramente coincide con el ideal presidencial: que solo se escuche la voz de Maduro.

La Presidente también olvida que lo que ella llama “cadenas nacionales de “ellos”, están sujetas a los vaivenes de zapping, algo que su obligatoria presencia en la pantalla impide. Si le molesta que un determinado medio reúna una porción importante de la audiencia total, debería preguntarse por el estrepitoso fracaso de su táctica de copamiento de los medios que, pese al dinero que se despilfarra en pagar estructuras y comunicadores a sueldo, no logra que nadie los mire.

Y por supuesto, en la misma parrafada sincericida, aparece de nuevo el “nosotros” y el “ellos” como si solo ella representara la argentinidad y los que dicen cosas que no le gustan fueran extranjeros y no argentinos; como si el país estuviera dividido en dos y solo uno fuera “la Argentina” y el otro quién sabe qué.

La confesión tácita y brutal de la Sra. de Kirchner vuelve a reafirmar que ella actúa como la Presidente de sólo un conjunto de argentinos; de su conjunto. Que hace rato que no le interesa ser la presidente de todos y que no encuentra en el escenario social de que los ciudadanos puedan convivir armónicamente pese a sus disidencias, ninguna ventaja respecto del sistema que a ella debe gustarle: el de la barraca militar en donde todo debe estar pintado de un solo color, una sola es la voz de mando, una sola es la noticia, una sola es la versión que sirve, donde no hay “partidos” sino “conducción” y “obediencia” y donde solo una es la verdad.

La presidente candidata

Seguramente Cristina Fernandez de Kirchner será candidata a diputada por la provincia de Buenos Aires. La Presidente no puede quedar a la intemperie de las amenazas judiciales. Su gobierno está recurriendo a todo tipo de retorcimiento jurídico para forzar un pronunciamiento favorable de la Sala 1 de la Cámara Federal; un pronunciamiento que desestime las denuncias de Nisman, Pollicita y Moldes. Cualquier jurista que se precie de tal deberá armarse de mucho valor para firmar un papel cuyo objetivo sea el archivo de las actuaciones. Lo han tenido otros -como Oyarbide, por ejemplo- en ocasiones y en causas anteriores. Pero Oyarbide es un caso perdido. El juez -si se lo puede llamar así- solo aspira a seguir cobrando su sueldo y a disfrutar del nivel de vida que ese ingreso le permite. Pero ha renunciado hace rato a la honra del puesto y a la dignidad de la magistratura. Continuar leyendo

Una acumulación de intrigas sin resolución

La Dra .Sandra Arroyo Salgado volvió a elevar la temperatura del caso Nisman el día jueves, cuando desde San Isidro y flanqueada por eximios peritos forenses, presididos nada menos que por el Dr. Osvaldo Raffo, brindó una conferencia de prensa en la que taxativamente afirmó que a su ex esposo lo habían asesinado. “La teoría del suicidio y del accidente, están descartadas”, dijo.

Apoyada en precisos datos técnicos la jueza federal fundamentó la postura de la querella en que había pruebas forenses de que el cuerpo había sido movido, de que no presentaba un espasmo cadavérico como afirmaron los peritos oficiales y que la hora de su muerte había que situarla a unas 36 horas antes de la autopsia, entre las 20 y las 22 hs. del sábado 17 de enero.

Eso da casi un día completo de tiempo a quienes quisieron manipular la escena del crimen para moverse con impunidad. Es posible, incluso, que cuando el periodista del Buenos Aires Herald, Damián Pachter, tuitea por primera vez la noticia, no hubieran estado terminados los trabajos escenográficos que querían plantarse. De allí las amenazas que recibió y su consecuente salida del país.

La fiscal Viviana Fein llamó ahora a los peritos de parte para que la vean personalmente esta semana que viene. Pero no caben dudas que la autoridad con la que habló Arroyo Salgado, el nivel de los antecedentes de sus peritos -encabezados, repito, por quien es considerado por sus propios colegas como un prócer de la medicina forense- y hasta el formato ordenado, técnico y prolijo de su conferencia de prensa, han introducido un elemento nuevo de un enorme paso en el caso.

Llamó la atención, incluso, el contraste entre la impecable presentación de la ex esposa de Nisman y el nivel de chapucería que ha rodeado tanto a la investigación oficial como a las referencias que el Gobierno ha manejado hasta ahora.

Al fiscal Nisman se le ha dicho de todo desde que falleció: que era gay, que era un playboy bon vivant que no dejaba mujer en estado vertical, que era un borracho (Pagina/12 y el sitio del Ministerio de Justicia InfoJus dieron a conocer un supuesto informe oficial que decía que el fiscal tenía 1.73 gr de alcohol en sangre, cuando en realidad tenía 1.72 gr de alcohol en el estómago, propio de la metabolización química que hace el hígado de los azúcares que se ingieren) que era un “loquito” que tomaba pastillas, que lo había matado Lagomarsino fruto de una pelea pasional, en fin, una difamación tras otra en una lógica coherente con la tendencia del Gobierno a culpar al mensajero antes de ocuparse del mensaje.

Por lo demás, se siguen acumulando intrigas que no se aclaran. ¿Qué pasó con la mujer incinerada a solo pocos metros de la Torre Le Parc? Nadie se ha presentado a reclamar por ella; nadie ha notado su falta. Aparentemente no era hija, ni madre, ni hermana, ni sobrina, ni tía de nadie. Era alguien completamente desvinculado de toro otro ser humano vivo de este mundo (o de este país) que se interesara por su suerte, una vez que dejó de tener noticias de ella. No hay datos de filiación porque la carbonización no dejó rastros.

Algunos se preguntan si había alguien más con Nisman la noche de ese sábado en su departamento. Alguien puesto, que le abrió la puerta a sus asesinos y que también pagó con su muerte

Su complicidad en el caso. Alguien que luego fue quemado a pocos metros de allí.

El periodista Jorge Asis afirma saber que la fiscal Fein contó delante de un grupo de gente de su confianza que ella ocultó pruebas “porque esto sería un escándalo nacional si se conocieran”.

Como se ve, el caso va tomando unas proporciones de seriedad que no sabemos si el Gobierno meritúa como debe o si apuesta, como lo ha hecho otras veces -incluso con éxito- ante diferentes circunstancias, al olvido y a que otro maremoto de noticias tape lo viejo.

Pero a primera vista este caso es muy pesado para que ocurra eso. El viernes la Dra.Kamelmajer de Carlucci -una de las autoras de la reforma del Código Civil y Comercial- afirmó que tiene la certeza de que el fiscal fue asesinado por un conjunto de agentes iraníes de inteligencia que actúan en el país. Se trata de una versión más de una ensalada cada vez más densa, que no se sabe si ha sido provocada a propósito para que nada se sepa y nada se resuelva o si es un desquicio real por la impericia con que los investigadores judiciales se han manejado hasta ahora.

Lo cierto es que la Presidente debería tomar este caso con seriedad en su propio beneficio. Las tácticas de difamación y enchastre no solo no dan resultado sino que aparecen con una carga de deshumanización que seguramente no le estará haciendo ningún favor a su imagen.

Es mejor aceptar el problema y encararlo antes que apostar a una acarralada de cizañas de las que nunca sale nada bueno.

No hay ninguna guerra

A fuerza de repetir frases hechas, las realidades se van formando como un callo que luego nadie se toma el trabajo de esmerilar. Algo así está ocurriendo con la llamada guerra entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. En rigor de verdad no hay tal guerra. O mejor dicho, no puede haberla.

El Poder Judicial es un órgano del Estado que no actúa por sí mismo. Salvo en los delitos de acción pública del Derecho Penal, en donde la Justicia tiene el deber de actuar de oficio más allá del interés que muestre el particular damnificado en iniciar o impulsar la causa.  En todos los demás casos ningún juez ni ningún fiscal puede mover un dedo si no hay un particular que les pida su intervención.

Cuando el Gobierno se enoja porque la Justicia detiene sus proyectos tachándolos de inconstitucionales o los demora por la aplicación de medidas cautelares es -siempre- porque un ciudadano privado le ha pedido auxilio a los jueces para que lo protejan.

De modo que el oficialismo equivoca su enojo y, fundamentalmente, yerra el destinatario de sus diatribas. Si los jueces actúan es, primero, porque los particulares se lo piden y, segundo, porque encuentran en esas inquietudes razones legales o constitucionales suficientes para poner en marcha la protección.

La Presidente entonces, en lugar de dirigir insultos velados, sarcasmos inútiles y ácidas indirectas a los jueces, debería preguntarse por qué tantos ciudadanos quieren protegerse de ella; por qué tantos particulares golpean la puerta de los juzgados para decir “Sr. juez, por favor, sálveme de este atropello”.

Para eso fue creada la Justicia, para estar pronta a atender esos ruegos. En los absolutismos no había alternativas, ni plegarias que funcionaran: la voluntad omnímoda y arbitraria del monarca disponía de la vida y la hacienda de todos como si todo le perteneciera. El rey no daba explicaciones ni nadie podía pedírselas. Tampoco existía un cuerpo que revisara sus arbitrariedades. Lo que él decidía era ley porque se suponía que su poder derivaba de Dios.

La Sra. de Kirchner parecería en muchos casos querer replicar aquellos esquemas de la Edad Media. Pretende trasmitir la idea de que su poder deriva de una entidad sobrenatural (que ella llama “voluntad popular”) y que como tal, ella y sus decisiones, no pueden ser discutidas por nadie.

Pues bien, ese esquema terminó en el mundo pretendidamente civilizado hace 4 siglos. No hay aquí ninguna entidad suprahumana de la cual derive un poder que se deposite en cabeza de nadie. Todos somos iguales ante la ley y el “poder” dejó de ser uno para transformarse en tres. Lo único que importa en el Estado de derecho es la capacidad del sistema para defender derechos concretos de personas concretas. Ningún colectivo difuso a cuyo caballo quiera subirse algún  delirante con intenciones de replicar los absolutismos del pasado, puede reemplazar el sistema de derechos civiles y de limitación del poder el Estado.

Dentro de ese esquema, la Presidente debería primero saber  que sus decisiones están sujetas a las restricciones que ese sistema de derechos individuales les impone. Porque no hay nada superior a los derechos individuales.

Si una decisión presidencial viola un derecho, el titular del derecho agredido podrá pedir la intervención de un juez para que haga cesar los efectos de esa medida presidencial respecto de su persona. Luego, por supuesto, la influencia de la jurisprudencia hará posible que la iniciativa del presidente cese no solo para ese particular damnificado sino para todos los que aleguen estar en su misma condición.

Pero allí no hay ninguna guerra. Lo que está pasando es el funcionamiento normal de la Constitución. Es lo que ocurrió con la Ley de Medios y con la “democratización de la Justicia”: las iniciativas están paradas porque hay particulares que las discuten y que lograron o declaraciones de inconstitucionalidad o medidas cautelares que los protegen.

Presentar proyectos para restringir o suprimir las medidas cautelares o para dificultar el control de constitucionalidad de las leyes, son todos intentos de pretender volver a instaurar un sistema de gobierno absoluto, previo a la civilización del Estado de Derecho.

En cuanto a las actuaciones de la justicia federal penal -si bien, como dijimos, ésta sí tiene la obligación de actuar de oficio cuando entra en conocimiento de la comisión de un delito- las causas en trámite (casos de corrupción, de lavado de dinero, de desvío de fondos de la obra pública, de enriquecimiento ilícito, etc.) también fueron activadas por personas, sean estas particulares o diputados representantes del pueblo que han creído conveniente llamar la atención de los jueces para que éstos verificaran el uso de los recursos del Estado, que no son -obviamente- de propiedad de los bolsillos de quienes gobiernan, sino de toda la sociedad.

De modo que la postura de la Presidente y, en general, de todos los aplaudidores profesionales que integran su administración, acerca de que el Poder Judicial les ha declarado una guerra porque quiere “gobernar” en su lugar, es, como mínimo, una burrada; un indicio de que no tienen la más pálida idea de cómo está preparado el sistema para funcionar, y, como máximo, un intento directo, pero enmascarado, de replicar a los gobiernos absolutos de los siglos XV o XVI.

La Presidente pretende replicar en el país la organización militar que ella le da a su propio partido. Pero fuera de aquella estructura hay otra gente que no está dispuesta a someterse a su mando indiscutible como si lo están sus militantes y sus seguidores. No hay problemas en que voluntariamente ellos hayan elegido esa manera de vivir y de entender las relaciones humanas. El problema consiste en que se lo quieran imponer por la fuerza a todos. Los que no están de acuerdo con esa organización social tendrán siempre a la Constitución y a los jueces para defenderse. Y eso no quiere decir que el Poder Judicial este en guerra con el Ejecutivo. No hay nadie en guerra con la presidente. Es ella la que se la ha declarado a todos los que osen no obedecerla. El problema es que así podrá vivir dentro de su partido. Pero no tiene derecho a imponer esas maneras y esos perfiles a quienes no se han afiliado para ser sus seguidores.