Salir de la descomposición

La herencia que recibió Cambiemos del Frente para la Victoria ha sido devastadora. No hay una sola cosa en su lugar. En materia de cloacas institucionales, la fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci ha puesto de manifiesto la podredumbre a la que ha llegado la connivencia entre el narcotráfico, la política y las fuerzas de seguridad.

A esta altura ya nadie cree que los tres delincuentes simplemente tuvieron la oportunidad de escapar y lo hicieron. La gobernadora María Eugenia Vidal llevaba exactamente catorce días en el gobierno cuando los asesinos del triple crimen salieron por la puerta principal del penal de General Alvear. No hay casualidad cuando no parece haber casualidad.

Los zafarranchos que ocurrieron sobre fin de año, cuando se decía que los delincuentes estaban rodeados (después de haber herido gravemente a dos policías) y en los días siguientes, cuando cambiaron varias veces de auto, “visitaron” a la suegra de Schillaci y compraron en una verdulería no son más que la evidencia de una cadena de corrupción que antes de estar buscándolos parecería estar avisándoles los próximos movimientos.

El Gobierno de Mauricio Macri debe enfrentar varios frentes al mismo tiempo y no puede darse el lujo de fallar. Si lo hace, el regreso del populismo será definitivo a la Argentina y esta vez vendrá radicalizado de verdad. Continuar leyendo

El inverosímil cambio de Daniel Scioli

No caben dudas de que Daniel Scioli ha operado un cambio sustancial dentro de su propia persona. Hasta su rictus aparece forzado, como emitiendo espasmos de sonrisas programadas que, en más de una ocasión, saltan al protagonismo en un momento inadecuado, como ligeramente desfasadas, para luego dar lugar al regreso de otras muecas de nerviosismo igualmente impostadas.

Debe ser que ni él cree lo que ha comenzado a decir. Dicen que cuando uno dice cosas en las que no cree, la química del organismo emite sustancias que transforman las expresiones de la cara. Pues algo parecido le debe estar sucediendo al gobernador, porque las imágenes que entrega su presencia son completamente inéditas. Son tan inéditas como el contenido de sus declaraciones, aun cuando esos mismos dichos sirvan para aclarar un poco más los tiempos que vienen.

Scioli se crió en una familia de comerciantes. Su padre, José, que empezó bien de abajo, se transformó en un gran empresario del retail, con muchas sucursales de su famosa casa de artículos para el hogar. Fue, junto con Héctor Pérez Pícaro, lo que hoy son Garbarino y Frávega.

Esa crianza le enseñó cuántos pares son tres botas. En otras palabras, quién es el que crea la riqueza de un país, de quién depende la creatividad y, fundamentalmente, quién es el principal generador de trabajo en una sociedad. Continuar leyendo

Frente a campañas incomprensibles

Vincent Price se hizo famoso por una risita macabra con la que decoraba algunas películas de suspenso y terror. Se trataba de una mezcla de goce y perversión que el actor transformó en su marca registrada.

Algo parecido debe estar ensayando Daniel Scioli al ver el espectáculo que ofrecen Mauricio Macri y Sergio Massa desgarrándose votos que sólo serían útiles para ganarle a él.

El ex intendente de Tigre acaba de desafiar al candidato de Cambiemos a un debate cara a cara por el segundo puesto, mientras que el líder del PRO ha pedido a la ciudadanía no despilfarrar su voto y concentrarlo en su propuesta para asegurarse un lugar en la segunda vuelta.

Si Scioli gana en estas condiciones, sería un caso de estudio en donde un candidato se impondría casi con nada, debiéndoles casi todo su triunfo a sus contrincantes.

En efecto, Scioli carece de una propuesta atrayente. Su discurso es una ensalada de kirchnerismo culposo y contradictorio. En el mejor de los casos, sus fórmulas parecen bien lejanas de lo que el país necesita en este momento del mundo.

El gobernador aún cree que su fórmula mágica de amor y paz todo lo puede. Pero hoy en día hay ciertos rigores técnicos de los que no se puede escapar y en los que él y su equipo no parecen querer meterse. Continuar leyendo

La continuidad de la vida bajo control

Si gana Daniel Scioli, los controles de precios y la administración de los dólares continuarán. Al menos eso anticipó el secretario de Comercio, Augusto Costa, a empresarios de varios sectores. Fue durante una reunión que el funcionario mantuvo ayer.

Esta simple verificación confirma que lo que está en juego el 25 de octubre no es solamente la elección de un presidente, sino la decisión sobre un modelo de vida, sobre una concepción del mundo y de las libertades del hombre común.

No se trata aquí simplemente de elegir un partido u otro, sino de seguir moldeando un modelo de sujeción y yugo que mantiene atadas las fuerzas creativas de los individuos a planillas de Excel y a autorizaciones de personajes que se creen superhombres y con mayor capacidad que el hombre común para administrar sus negocios y su plan de vida. Continuar leyendo

La estupefacción del gobierno dueño

Lo que está ocurriendo en la Argentina es francamente bizarro. Los problemas se acumulan y nadie los atiende. El gobierno de la señora de Kirchner parece paralizado detrás de paranoias incomprensibles para alguien que se ufana de haber construido un aparato estatal que todo lo controla y que a todo puede dar respuesta.

La reacción frente al programa PPT del domingo por la noche más que desmedida fue incomprensible. Sólo alguien muy fatigado por el poder podía no ver la magnitud del daño que se autoinfligiría tomado por el camino que tomó el gobierno.

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Dejar de fumar

Los datos de las últimas encuestas en la provincia de Buenos Aires señalan que los bastiones del FpV en ese distrito son los sectores más pobres del conurbano y del segundo y tercer cordón metropolitano, como así también los sectores empobrecidos de las áreas rurales. Los sectores medios huyen del kirchnerismo en dirección a otras fuerzas. El fenómeno se repite también en la Capital.

El dato es interesante porque permite la posibilidad de intentar una mirada sobre la idea de la igualdad o sobre cómo ésta parece estar interpretándose fundamentalmente en la sociedad (sabemos que las “interpretaciones” de los políticos -en especial de los que, justamente, hacen de la igualdad el eje de sus discursos- distan mucho de ser sinceras y son, más bien, palabras estudiadas para ser dirigidas a aquellos que están esperando escucharlas).

Frente al aparente endoso de “los pobres” al FpV, cabe preguntarse ¿es ese voto, un voto “esperanza”, es decir un voto que se emite porque se cree que el FpV será la vía, justamente, para salir de la pobreza; o es un voto “de clase” que parece destinado, más bien, a atornillar a la gente en la condición que ya tiene?

El tema es también importante desde el lado de la política: ¿se ofrece el FpV como opción para sacar a esa gente de la pobreza o, al contrario, su interés es mantenerlos allí (y si es posible ampliar esa base) porque esa es justamente su materia prima electoral?

Parte de la oratoria oficial para conquistar esa porción de la sociedad es muy interesante desde el punto de vista sociológico. El argumento básico consiste en convencerlos de que ellos son desiguales a otros argentinos; que esa desigualdad es fruto de que esos otros argentinos los han perjudicado y que el FpV es la vía de su defensa, porque el FpV “son ellos”. Los destinatarios de esta línea de discurso parecen creerla.

Sin embargo, un análisis más detenido sobre la misma cuestión puede arrojar una interpretación diferente.

Efectivamente en la sociedad hay diferencias. Llamamos “diferencias” a las que se manifiestan en los ingresos materiales de las personas. Concretamente, unas ganan y tienen más que otras.

Según el discurso oficial, esa diferencia fue obtenida a expensas de los pobres porque gobiernos cómplices de los poderosos le permitieron a éstos apropiarse de una porción más que proporcional de la renta, en un típico caso de injusticia social. La teórica misión del gobierno “nacional y popular” sería retomar esa renta de los sectores “poderosos” y devolverla a los pobres que fueron “estafados” por aquellos.

Sin embargo, si bien uno se fija, las condiciones para que los así llamados “poderosos” se hicieran de sus diferencias estaban disponibles para todos los que quisieran usufructuarlas. Que unos las hubiesen aprovechado y otros no no puede ser reputado, a priori, con un acto “injusto socialmente”, sino simplemente como un costo de oportunidad del cual unos sacaron ventajas y otros dejaron pasar. Ese es, al menos en teoría, el esquema que rige en las sociedades consideradas “libres”.

Esos que hicieron “la diferencia”, a su vez, están sometidos a la misma ley y a las mismas autoridades que “los pobres”: deben acatar el poder de policía del Estado, y las leyes, los actos administrativos y los jueces pueden inclinar su suerte (incluso su suerte económica) del mismo modo que todo eso puede hacerlo con “los pobres”. “Los pobres” y “los ricos” son, en ese sentido, mucho más “iguales” de lo que parecen. Lo que los ha diferenciado son las decisiones que unos y otros han tomado en la vida; pero frente al Estado son más iguales entre sí de lo que los funcionarios del Estado lo son de los “pobres” (y, naturalmente, de los “ricos”).

Esos funcionarios (en tanto grupo y en tanto individuos) sí parecen disfrutar de un nivel de desigualdad y desequilibrio respecto de los ciudadanos comunes -sean estos “pobres” o “ricos”- realmente notorio. Por empezar, ellos, desde su lugar de poder, se instalan por encima y por los costados de la ley, haciéndola muchas veces inaplicable a ellos mismos, lo que los coloca en una zona de impunidad que es, por definición, bien distinta de aquella en la que están los ciudadanos, sean éstos “ricos” o “pobres”.

En segundo lugar (y esto tiene lugar paradójicamente en países como la Argentina, cuyo gobierno es discursivamente “pobrista”), desde su lugar de poder, son los funcionarios del Estado los que, muchas veces, transforman en “ricos” a ciudadanos comunes por entrar en connivencias espurias con ellos. Esas connivencias son las que explican la riqueza de ciertos “privados” que no se habría verificado si hubiera sido solo por las decisiones que el “privado” tomó. Con lo que, irónicamente, es muchas veces el gobierno “nacional y popular” el que fabrica “desiguales”, en lugar de que esa situación sea el resultado del éxito, la creatividad o el ingenio particular de un individuo.

Vistas las cosas así cabe volver a preguntarse si los pobres pueden tener esperanzas de que un gobierno como el de la señora de Kirchner los saque de su condición o al contrario lo que pueden esperar es que los hunda más en ella. Incluso uno podría preguntarse si al gobierno, siguiendo este criterio, no le convendría ampliar su base de pobres llevando a más gente a esa condición, antes de sacar de allí a los que ya están.

En ese sentido es notable lo que ha sucedido, por ejemplo, con los jubilados. Desde que el kirchnerismo llegó al gobierno la pirámide jubilatoria prácticamente se ha invertido: hoy 7 de cada 10 jubilados ganan “la mínima”. A esta situación se llegó, paradójicamente, de la mano de un discurso populista, de haber “favorecido” a los pasivos y de “aumentos como nunca antes se habían registrado”. Sin embargo, los jubilados son “igualitariamente” más pobres que antes. Lógico. El gobierno parece regirse por la máxima “si son los pobres los que me apoyan, pues que haya más pobres”, lección uno de cualquier manual de marketing.

La estafa intelectual que supone incentivar el odio de clases es un camino bien pensado para lograr varias cosas al mismo tiempo. Entre los principales objetivos que se consiguen siguiendo esa estrategia habría que consignar:

1.- Se trasmite la idea de que los funcionarios del Estado de un “gobierno nacional y popular” son “gente del pueblo”, mientras que si esos funcionarios no pertenecieran a un gobierno de ese tipo en lugar de favorecer al “pueblo” (palabra malintencionadamente usada para referirse a los “pobres”) favorecerían a los “ricos” y “poderosos” (Este argumento cae cuando los números y la realidad de las villas miseria muestran que los “pobres” han crecido en Argentina y la riqueza está más concentrada que hace 10 años. Es tanta la devoción del gobierno por los pobres que los multiplica por millones).

2.- Se expande la convicción de que hay “desigualdades” entre los ciudadanos que no derivan de las decisiones que unos y otros toman en la vida, sino de gobiernos cómplices con los poderosos (El punto cae cuando se contrasta la multimillonaria suma de subsidios -200 mil millones de dólares- que el gobierno derivó a manos privadas amigas durante los últimos 10 años; efectivamente el gobierno fabrica “desiguales”: se trata de sus socios).

3.- Se crea un escenario de “ausencia de responsabilidad por las decisiones propias”. La desgracia de la pobreza es el resultado de la acción de otro; no de la acción propia. De este razonamiento se sigue la idea de que el gobierno nacional y popular castigará a los que provocaron la pobreza de los pobres.

4.- Cuando una porción mayoritaria del electorado muerde estos anzuelos se logra que una nomenklatura verdaderamente desigual se instale en las poltronas del Estado, con el poder de hacer la ley, de ejecutarla y de juzgarla; casta que se pone por encima de los gobernados y que desde allí ejerce el poder con el solo fin de conservarlo; siendo válido, a esos fines, cualquier medio y cualquier método.

5.- Desde su desigualdad real esa nomenklatura le enrostra a la sociedad riquezas, impunidad, violaciones flagrantes a la ley a la que los demás deben someterse, uso de los recursos públicos como si fueran propios y una vida feudal de la que no goza ni el más millonario de los ciudadanos privados.

6.- Mediante la explotación de estas falsedades, se logra perfeccionar un enfrentamiento entre los “pobres” (a los que se les explota su voto) y los “ricos” algunos de los cuales -paradójicamente- terminará haciendo negocios con la nomenklatura.

El gobierno “nacional y popular” y la historieta de la “igualdad” y de los “poderosos” es, en fin, un cuento inventado por unos cuantos vivos que, como el cuento de la buena pipa, nos ha fumado a todos. Desgraciadamente no parece haber en la sociedad civil demasiada voluntad para dejar de fumar.

La candidatura de Massa

El lanzamiento del intendente de Tigre como candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires sólo sirvió para disparar docenas de especulaciones políticas. Porque en realidad, Sergio Massa no ha dado una sola pista acerca de lo que piensa. Salvo su categórica y bienvenida opción por la no-reelección -como concepto político y no como un “no” a Cristina-, en lo demás la nueva estrella política del país ha permanecido en la ambivalencia. Massa cree en el agotamiento de las personas y de las maneras pero no del rumbo. Supone que la sociedad está harta de las peleas y del enfrentamiento pero entiende que, en general, suscribe las líneas del gobierno.

Y puede no faltarle la razón al intendente. El pequeño detalle que él y, evidentemente, la gente que piensa así no están advirtiendo es que una cosa no es posible sin la otra: este tipo de personas, las peleas, la agresión y el atropello son la consecuencia irascible y necesaria de una línea de gobierno. La continuidad de esa línea generará las mismas consecuencias que las que Massa supone -no sin razón- tienen hastiada a la gente.

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