La candidatura de Massa

Carlos Mira

El lanzamiento del intendente de Tigre como candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires sólo sirvió para disparar docenas de especulaciones políticas. Porque en realidad, Sergio Massa no ha dado una sola pista acerca de lo que piensa. Salvo su categórica y bienvenida opción por la no-reelección -como concepto político y no como un “no” a Cristina-, en lo demás la nueva estrella política del país ha permanecido en la ambivalencia. Massa cree en el agotamiento de las personas y de las maneras pero no del rumbo. Supone que la sociedad está harta de las peleas y del enfrentamiento pero entiende que, en general, suscribe las líneas del gobierno.

Y puede no faltarle la razón al intendente. El pequeño detalle que él y, evidentemente, la gente que piensa así no están advirtiendo es que una cosa no es posible sin la otra: este tipo de personas, las peleas, la agresión y el atropello son la consecuencia irascible y necesaria de una línea de gobierno. La continuidad de esa línea generará las mismas consecuencias que las que Massa supone -no sin razón- tienen hastiada a la gente.

Por lo tanto Masa y la gente tienen un problema: creer que es posible construir un kirchnerismo democrático, respetuoso de la Constitución y noble en los modales y procedimientos. Error. Esa es una contradicción en los términos.

El intendente -que tiene mayores responsabilidades que la gente común- debería hacer un esfuerzo por definirse frente a los temas que hoy concentran la atención de todos. En su edición de ayer el diario La Nación, requirió la opinión de Massa sobre seis cuestiones de perentoria actualidad: la ley de medios, el cepo al dólar, el blanqueo de capitales, reforma constitucional, reforma judicial y sus proyectos para el Congreso.

Salvo en lo referente a la reelección de la presidente (no necesariamente sobre otros aspectos de la Constitución), Massa no se expidió concluyentemente en ninguno de los casos y en todos respondió con ambigüedades.

La sociedad ya tiene un ejemplo certero sobre cómo terminan los personajes que adhieren a este tipo de rol. Daniel Scioli apostó a la nada durante 10 años. Y se quedó sin nada. Massa debería reflexionar sobre la vida política del gobernador.

Habiendo hecho lo más difícil -presentar una lista por fuera del Frente para la Victoria- debería ser más preciso en el perfil social y de país que tiene en mente. Es obvio que sus aspiraciones presidenciales son inocultables. Y, develadas, es muy posible que tenga chances. Pero si el intendente cree que el rumbo actual es correcto, estaría produciendo un engaño masivo si creyera que los errores son sólo de formas, de la falta de cierta urbanidad y elegancia.

Es necesario conocer sus opiniones sobre el rol del Estado en la economía, sobre las libertades civiles, sobre el control que el gobierno ejerce sobre la vida individual, sobre las relaciones internacionales de la Argentina y la precisión de sus aliados comerciales y políticos, sobre la vigencia del derecho de propiedad, sobre la división de poderes, sobre la libertad de trabajo y del ejercicio de las industrias lícitas, sobre la eliminación de los índices de pobreza, de inseguridad y de inflación… Es necesario, en fin, conocer sus ideas de gobierno.

Es correcto que la presente postulación de Massa es a una banca de diputado. Pero no nos engañemos: el intendente ha comenzado su camino a 2015 y en ese sendero se precisan explicaciones y definiciones certeras; no sanata.

No van más los “siganme que no los voy a defraudar”, o “un país normal”, o “la fuerza de la gente”. Esos eslóganes vacíos deben acabar. La sociedad tiene derecho a saber qué vota y que se propone hacer el votado. Es necesario un compromiso; la gente está harta de sorpresas.

¿Cuántos votos habría sacado Cristina si hubiera anticipado su cepo al dólar, sus trabas a libertades cotidianas mínimas, su “vamos por todo”, su intento de copamiento a la Justicia, la intensificación de la vigilancia ciudadana a través de la oficina de impuestos? Si Massa cree que un modelo de intervención en la vida individual como éste se puede llevar adelante con buenos modales y sin empellones, debería revisar sus teorías. No es posible seguir imaginando semejante nivel de intervencionismo sin la presencia de la violencia. En todo el mundo ha sido igual: un régimen con semejante pretensión de control debe recurrir tarde o temprano a la fuerza.

Como es lógico esperar que los tocados por la “intervención” (que cada vez son más) pataleen, el que aspira a que el control no se les vaya de las manos debe ejercer el monopolio de la coacción para enervar las rebeliones. Entonces aparece primero el insulto, luego el empellón y final, y eventualmente, la fuerza bruta.

Las maneras son, por lo tanto, una consecuencia necesaria del modelo de opresión. Aunque llegue un “educadito” como Massa, si su pretensión es el control social, deberá ejercer coacción y la coacción no se caracteriza por sus buenos modales.

En el camino hacia 2015 (que no será posible para nadie sin 2013) la sociedad espera definiciones. No importa que enfrentemos una elección legislativa de medio término. La gente empieza a reclamar precisiones. Ya ha tenido demasiado de la escuela de Scioli para ver al gobernador terminar arrodillado a los pies de la presidente, casi pidiendo perdón, mientras Cristina no se priva de seguir castigándolo. La sociedad necesita un líder positivo. Un líder democrático. Un líder civil, no místico, que asuma el desafío de poner a los individuos delante de él mismo. Y la sociedad también necesita asumir ese rol de protagonista, no de una sonoridad amorfa y masiva sino de una creatividad individual que multiplique la riqueza y deje atrás los dramas de la pobreza y del subdesarrollo.