Frente a campañas incomprensibles

Carlos Mira

Vincent Price se hizo famoso por una risita macabra con la que decoraba algunas películas de suspenso y terror. Se trataba de una mezcla de goce y perversión que el actor transformó en su marca registrada.

Algo parecido debe estar ensayando Daniel Scioli al ver el espectáculo que ofrecen Mauricio Macri y Sergio Massa desgarrándose votos que sólo serían útiles para ganarle a él.

El ex intendente de Tigre acaba de desafiar al candidato de Cambiemos a un debate cara a cara por el segundo puesto, mientras que el líder del PRO ha pedido a la ciudadanía no despilfarrar su voto y concentrarlo en su propuesta para asegurarse un lugar en la segunda vuelta.

Si Scioli gana en estas condiciones, sería un caso de estudio en donde un candidato se impondría casi con nada, debiéndoles casi todo su triunfo a sus contrincantes.

En efecto, Scioli carece de una propuesta atrayente. Su discurso es una ensalada de kirchnerismo culposo y contradictorio. En el mejor de los casos, sus fórmulas parecen bien lejanas de lo que el país necesita en este momento del mundo.

El gobernador aún cree que su fórmula mágica de amor y paz todo lo puede. Pero hoy en día hay ciertos rigores técnicos de los que no se puede escapar y en los que él y su equipo no parecen querer meterse.

Sus fórmulas económicas son anticuadas y confusas. No se anima a hablar de liberar las fuerzas productivas argentinas, porque para ello debería desatar la maraña de regulaciones y trabas que el kirchnerismo ha montado en todos estos años y la sola propuesta de algo semejante le armaría un lío monumental en el frente camporista y cristinista de su alambicada coalición.

Por lo tanto, ha ensayado la fórmula de Fidel Pintos: una sanata que nadie entiende y que sólo anticipa atraso y más aislamiento para el país.

El gobernador sabe que no puede sostener un minuto más la situación externa del país, pero no conoce cómo hacer para que los muchos de Axel Kicillof no se enojen si amaga un arreglo con los holdouts. Esta misma semana esas corrientes protagonizarán un minievento tipo Cumbre de las Américas de 2005, en la misma ciudad en la que Néstor Kirchner le declaró la guerra a George W. Bush, acompañado de Hugo Chávez y Diego Maradona.

En efecto, mientras Scioli intente hacer buena letra con los empresarios del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA) en el hotel Sheraton en Mar del Plata, Axel Kicillof estará cerrando una especie de contracoloquio titulado “Neoliberalismo o políticas populares” en el que el ministro expondrá ante el peronismo kirchnerista y la izquierda.

Resulta increíble que el país vaya a entregarse a esta bolsa de gatos, presidida por alguien que supone que va a superar esos choques por sus apelaciones a la buena onda.

Scioli en sí mismo ha agriado bastante su vocabulario y sus modales en aras de parecerse a la clásica arisquería kirchnerista. Tiene arranques de indirectas y acideces que antes eran patrimonio de la Presidente y del grupo de fieles seguidores que la acompaña. Y si bien nadie sabe si eso lo beneficia o lo perjudica a la hora de pretender afianzar su ventaja, está claro que el gobernador debe creer que es un punto a su favor.

Macri parece decidido a no moverse un milímetro de su mensaje. Si bien pareció endurecer su postura frente a Massa pidiendo “no tirar el voto”, concentra sus apariciones en la explicación de lo que propone, pero no gasta el tiempo en una confrontación con Scioli.

Una postura de ese tipo, sin embargo, lo colocaría como un contendiente directo, enviando al electorado un mensaje subliminal en el sentido de que la opción real a la no continuidad del Gobierno es él.

Nadie sabe por qué no ha optado por una táctica de ese tipo y sí, en cambio, por enviar mensajes de batalla a Massa. Aparentemente nadie repara en el hecho de que eso sólo sirve para que Scioli profundice su risita de Vincent Price.

Si Macri simplemente ignorara a Massa y se dedicara a confrontar fuerte y directamente con Scioli, la polarización que evidentemente busca se daría por añadidura, sin ningún esfuerzo. En ese sentido, por ejemplo, la ocurrencia que tuvo el renovador de retarlo a un duelo el domingo que viene debería haberla tenido él con Scioli, para poner al candidato del Frente para la Victoria en el brete de volver a rechazar un debate y posicionarse así automáticamente como el único contrincante que puede derrotarlo.

Por eso esta campaña quedará en la memoria de muchos, no por lo edificante que resultó o por lo que contribuyó al crecimiento cívico argentino, sino por lo rara. Por haber sido tan desaprovechada por algunos y haber constituido el prólogo de un eventual triunfo tan soso como inexplicable de otros.

El país está ante una instancia decisiva; en un momento de bifurcación del mundo en donde la toma de la rampa equivocada de la autopista nos puede dirigir a un fracaso sin retorno, a un aislamiento final y a una miseria definitiva.

Todos los boletos, sin embargo, parecen estar puestos en ese destino de pobreza. Mientras otros países de la región se unen a bloques de futuro que concentrarán el 40% del comercio mundial (con la entrada en vigencia del Tratado de Comercio Transpacífico, del que forman parte Perú, Chile y México), la Argentina parece dirigirse a un encierro pobre en donde algunos se conforman con el hecho de llegar a ser presidentes a como dé lugar, aun como fruto de mil humillaciones y sin la mínima capacidad de exponer lo que realmente se piensa.