Días de contrastes

Los días previos a la asunción del Gobierno de Mauricio Macri presentan un escenario de fuertes choques visuales, de profundos contrastes de estilos y de enormes diferencias entre las personas que, de un lado y otro, los protagonizan.

De la parte del Gobierno entrante, lo que se observa es una ostensible paz. No se perciben ni gestos, ni palabras altisonantes, no hay tonos elevados y más bien se nota un clima de tranquilidad, de sosiego y de cierta bonhomía en los rostros, en el lenguaje corporal, en los gestos y en las ideas que se trasmiten.

Hoy el mandatario electo presentó su gabinete en el Jardín Botánico, en donde tantas veces trabajó con su equipo de la ciudad de Buenos Aires, en un acto sencillo pero de mucha carga de indicios. En efecto, lo simple de la ceremonia no ocultó una catarata de mensajes implícitos que cualquier observador pudo extraer de ella por el simple hecho de mirarla.

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Frente a campañas incomprensibles

Vincent Price se hizo famoso por una risita macabra con la que decoraba algunas películas de suspenso y terror. Se trataba de una mezcla de goce y perversión que el actor transformó en su marca registrada.

Algo parecido debe estar ensayando Daniel Scioli al ver el espectáculo que ofrecen Mauricio Macri y Sergio Massa desgarrándose votos que sólo serían útiles para ganarle a él.

El ex intendente de Tigre acaba de desafiar al candidato de Cambiemos a un debate cara a cara por el segundo puesto, mientras que el líder del PRO ha pedido a la ciudadanía no despilfarrar su voto y concentrarlo en su propuesta para asegurarse un lugar en la segunda vuelta.

Si Scioli gana en estas condiciones, sería un caso de estudio en donde un candidato se impondría casi con nada, debiéndoles casi todo su triunfo a sus contrincantes.

En efecto, Scioli carece de una propuesta atrayente. Su discurso es una ensalada de kirchnerismo culposo y contradictorio. En el mejor de los casos, sus fórmulas parecen bien lejanas de lo que el país necesita en este momento del mundo.

El gobernador aún cree que su fórmula mágica de amor y paz todo lo puede. Pero hoy en día hay ciertos rigores técnicos de los que no se puede escapar y en los que él y su equipo no parecen querer meterse. Continuar leyendo

Una fórmula competitiva y coherente

Mauricio Macri finalmente decidió cuál será su compañero de fórmula para las futuras elecciones. Se trata de Gabriela Michetti su elegida de siempre y con quien llegó a la primera jefatura de gobierno de Buenos Aires con el PRO.

Como se sabe, Macri tenía en mente el diseño de unas PASO sin competencia en la ciudad, con Rodriguez Larreta como candidato único del espacio y Michetti como su compañera en la fórmula presidencial.

Pero la senadora se negó a ese esquema y quiso competir por la jefatura porteña. Perdió. Fue un triunfo para la fortaleza de Macri pero muchos intuyeron que se trataba de una primera rispidez dentro del PRO que quizás traería sus consecuencias.

Lo que ocurrió hoy parece demostrar que, en el partido, se aprendió una lección profunda: la gente sigue privilegiando la capacidad de estar juntos en las diferencias y de reivindicar el valor de los acuerdos sustanciales antes que los distingos por pretensiones electorales.

No hay dudas de que Gabriela Michetti es la figura más “externa” del PRO, no porque esté en los márgenes o no pertenezca al riñón más profundo del partido: al contrario nació a la política junto con Mauricio Macri y desde allí construyó un perfil propio.

Muy amiga de Elisa Carrió, Michetti una vez que dejó la vicejefatura del gobierno para ir al Senado, se alejó un poco del círculo íntimo de las decisiones que fueron más bien centradas por el propio Macri, Duran Barba y Marcos Peña.

Es más, el nombre del secretario general del Gobierno de la Ciudad era uno de los que más sonaban para integrar la fórmula presidencial. La concreción de esa idea le hubiera dado una pátina “kirchnerista” al PRO: se habría manifestado como otro partido en donde en la cumbre hay muy pocas personas y finalmente todo el gobierno se reduce a un minúsculo grupo de personas que toma todas las decisiones.

La elección de Michetti es una señal en sentido contrario a esa interpretación. Es más, muchos decían que luego del empecinamiento de la senadora por competir en las PASO de la Capital, se había producido un distanciamiento con Macri. Quizás haya sido cierto o, tal vez, la interpretación exterior de un conjunto de analistas que le aplicaban al PRO las reglas estándar de la política clásica.

Con esta movida Macri demuestra una veta bien opuesta a la Sra. de Kirchner, que jamás hubiera perdonado un desaire de esa naturaleza; la presidente se la hubiese tenido jurada de por vida a quien fuese que se hubiera atrevido a contradecir una orden suya.

Michetti es una llave importante también para un distrito evidentemente débil para el PRO como es la provincia de Buenos Aires. La fórmula Vidal-Salvador, con Fernando Niembro como primer candidato a diputado, necesitará del apuntalamiento de alguien que tiene mucho predicamento en las clases medias y en el electorado independiente.

Si bien es cierto que el PRO no puede contentarse con el discurso “nosotros somos la nueva política” para seducir a esa franja “independiente” de los votantes (como ocurrió en Santa Fe en donde la performance de Del Sel proveniente de la no-política no fue suficiente para un triunfo claro sino que se alcanzó un empate que aun pende de la decisión de los tribunales electorales), es verdad que los acontecimientos de las PASO de la Capital (y quizás también lo de Santa Fe) hayan ayudado para que Macri insistiera con Michetti y ésta aceptara, dejando atrás roces del pasado reciente.

En ese sentido, hay que reconocer que el jefe de Gobierno porteño ha sido bastante coherente con lo que insinuaba desde el primer momento: él siempre quiso que Gabriela fuera su compañera y también interpretaba esa movida como una defensa de lo que hoy se llama “purismo” del PRO: al final de cuentas la senadora había estado con él desde mismo comienzo.  Lo que ocurre es que luego del “desafío” que Michetti le planteó a su jefe forzando una interna con Larreta, ella se forjó esa imagen de “oposición” a Macri dentro del PRO, por el mero hecho de que él endosó públicamente la candidatura de su jefe de Gabinete. Por eso la elección de Michetti es importante como señal al electorado independiente en el sentido de dejar en claro que el jefe del parido no es un sectario, como muchas movidas de la presidente autorizan a sospecharlo de ella.

Michetti tiene una relación muy estrecha con el Papa Francisco. Su confesor en Buenos Aires, el padre Carlos Accaputo, es el alter ego de Bergoglio en Buenos Aires. Eso le permite articular un discurso social no por conveniencia, sino por convicción, que la alejan del cliché simplemente librecambista con el que muchos pretenden, equivocadamente, etiquetar al PRO. De hecho sus comienzos fueron casi junto a Javier Auyero, el hijo de Carlos, el prominente dirigente de la Democracia Cristiana que hasta integró la famosa “Hora del Pueblo” con Perón y Balbín.

El triunfo del sentido común

El resultado de las PASO del domingo en la Capital tiene varias proyecciones. En primer lugar, no caben dudas de que Mauricio Macri ha salido fortalecido. El PRO como espacio unido está muy cerca de alcanzar el 50% de los votos que se precisarían para ganar la elección general en primera vuelta. En segundo lugar, la jugada (arriesgada en términos argentinos) de endosar a Larreta a riesgo de que ganara Michetti le salió bien al jefe de Gobierno y con ello ha aventado los runrunes que se habrían originado si el resultado hubiera sido el inverso: allí habría aparecido la cuadratura militar del cerebro promedio argentino preguntándose “¿Cómo va a hacer para gobernar el país un tipo al que no le obedecen ni en su propio partido?”. Eso quedó atrás con el resultado de ayer, aun cuando la Argentina no precise, justamente, de cuadraturas militares.

En tercer lugar aparece el espectáculo del FpV festejando el fracaso. Antes que nadie, los militantes de remera azul saltaban y gritaban cuando el resultado electoral colocaba a su candidato más votado (de los siete que presentaron) en un cómodo cuarto lugar con apenas el 12 % de los votos y a la agrupación completa en tercer lugar con 18% de los votos (detrás de ECO), menos aún de lo que sacaba Filmus, el eterno perdedor del distrito.

¿Creerán que el relato también tiene un capítulo “festejos” y que a fuerza de machacar con lo que es una clara actuación se puede llevar al inconsciente colectivo una imagen de lo que no es? De lo contrario, no se entiende esa demostración callejera que contrastaba claramente con las caras de los peronistas históricos que sabían perfectamente que la elección del sector no había sido buena.

¿Cuánto de lo mismo habrá a nivel nacional? Quiero decir, no de lo que vaya a ocurrir con las PASO presidenciales, sino cuánto de lo mismo estará ocurriendo ahora, en el trajinar diario del gobierno, enviando imágenes irreales, números mentirosos, discursos cargados de datos que no son verdaderos.

“Machacar” parece ser la voz de mando: machacar con los festejos como si ganáramos; machacar con los números como si fueran ciertos; machacar con los mensajes publicitarios, como si la ornamentación artística fuera un buen reemplazo para las cosas concretas… Hubo mucho de simbólico en el “festejo” del FpV. Esos cánticos, esas banderas y el encendido (y enojado) discurso de Recalde llevaban ínsita una metáfora de lo que ocurre más allá de una noche post-elección.

En cuarto lugar surge una cuestión aspiracional para la Argentina. En efecto, si uno pudiera trazar una línea aritmética entre las PASO y las generales (que obviamente no es así) y el 5 de julio no hubiera un ganador en primera vuelta, el ballotage sería entre Rodriguez Larreta y Lousteau de PRO y ECO respectivamente.

Se trata de dos fuerzas racionales, de sentido común, centradas, simplemente normales. Ninguna de las dos es épica, ni está en guerra contra nadie. Tienen matices de visión diferentes, pero ambas aceptan las racionalidades económicas, una interpretación del mundo y una lógica política horizontal y de consenso.

Imaginemos si la sociedad entera del país pudiera tener la tranquilidad de estar en manos de fuerzas como esas a nivel nacional. Tener la certeza de que, gane quien gane, no habrá místicos aquí, ni “Generales” que den órdenes, ni supuestos soldados al mando de un “conductor”.¡Imaginen lo que sería eso! ¡No más iluminados!, ¡No más tocados por la mano del Señor! Simplemente administradores normales de la cosa pública que den cuenta de las “cuentas” y que traten de estar al ritmo de la modernidad mundial, tanto económica como políticamente.

No más relatadores de conspiraciones, no más víctimas de complots mundiales tejidos en las sombras, no más buscadores de excusas. Simplemente funcionarios públicos que estarán un tiempo a cargo de los dineros de la administración y del diseño y rumbo del país. No es demasiado lo que pedimos. Y, a lo mejor, por eso no ha funcionado esa cara “profesional” de la política en la Argentina. Precisamente porque no es épica, porque no tiene el ornato del grito, ni el adorno de la espada, ni la furia hacia el enemigo.

Ese era el programa de la Constitución: un país en paz. En paz consigo mismo y en paz con los demás. Un país concentrado en el progreso, cuyos únicos enemigos fueran el atraso, la pobreza, el quedo, la mentalidad parroquial y la visión corta. Un país con una base amplia de acuerdo que se inclina, de tanto en tanto, en un leve y calculado sesgo hacia un lado o hacia otro. Un país ruidoso, pero sin gritos; un país bravo, pero sin bravuconadas; un país ambicioso, pero no altanero; un país cálido, pero no estúpido; un país de principios pero cuya rebeldía se manifestara contra la deshonestidad y contra la aplicación privilegiada de la ley y no contra fuerzas del “mal” que nadie identifica y cuyo origen es siempre confuso y arrevesado.

Cuando uno escribe estas aspiraciones -que, en el fondo, no dejan de ser personales- se da cuenta de lo lejos que estamos de eso. Parecería que las páginas de gloria que auguraban y pedían nuestros antepasados no las hemos interpretado en el sentido de la construcción de un país moderno y de progreso, sino que nos hemos comido el “muñeco” militar de la historia y seguimos aspirando a esa gloria sobre la base de imponer a la fuerza lo que para nosotros sería “el criterio argentino”, a todo el mundo.

Como es lógico, como el mundo no está preparado para esa extravagancia, algunos se han conformado con imponer lo que para ellos es el “criterio argentino”, primero y antes que nada, a los propios argentinos, sin advertir que hay muchos de nosotros que no lo compartimos y que, desde ese punto de vista, nunca será un “criterio argentino” sino, simplemente, uno más de los tantos dogmas sectarios que la humanidad ha conocido cíclicamente.

Los dilemas de Macri

La interna del PRO en la capital ingresa en su recta definitiva. Horacio Rodriguez Larreta y Gabriela Michetti han quedado oficialmente solos en la contienda, luego de que Christian Ritondo retirara su candidatura: ahora es uno contra otro.

Mauricio Macri decidió hacer explícito su apoyo al jefe de Gabinete. Lo hizo en una nota en Facebook y en la cena de Mirtha Legrand el sábado. Muchos asesores le habían aconsejado al jefe de Gobierno mantenerse formalmente imparcial en la disputa, aun cuando todas las señales que emitiera fueran a favor de Larreta. Pero Macri finalmente desoyó esos consejos y se jugó por quien él considera “la continuidad de una gestión”.

Con esa jugada el ex presidente de Boca pone en la primera línea de fuego su propio nombre en las PASO de abril en la ciudad. Si Larreta ganara, esa movida se interpretaría como un fuerte respaldo del votante del PRO hacia la candidatura a presidente de Macri; si perdiera, probablemente aparecería allí un nubarrón.

Gabriela Michetti es altamente popular en el votante PRO que no es un “PRO ciego”, es decir, en radicales desencantados hace tiempo con su partido y con su inmovilismo inútil, en sectores de clase media que reconocen el fracaso de opciones anteriores de tinte, digamos, socialdemócratas o de centro izquierda. A todos ellos la administración de los últimos ocho años de la ciudad les demostró que se puede ser altamente democrático (en el sentido estigmatizante del término que la centro izquierda siempre utiliza contra la centro derecha) y al mismo tiempo hacer eficiente al Estado local en la prestación de servicios ciudadanos.

Estos votantes “toleran mejor” a Gabriela Michetti que a Horacio Rodriguez Larreta. No se sabe si perciben en el jefe de Gabinete cierta alcurnia por la que siempre han sentido un secreto rechazo o si la senadora, siendo mujer, discapacitada y muy valiente los ha cautivado más.

Macri quería a Gabriela en su fórmula presidencial. Quería evitar unas PASO verdaderas para que Horacio fuera un candidato en solitario. Pero esa especulación no funcionó. En alguna medida la aceptación final del jefe de Gobierno a lo dispuesto por Michetti para sus propias aspiraciones políticas es un dato que habla a su favor: no pretende ejercer un liderazgo “digital”; da su opinión y expone claramente cuál sería su preferencia, pero si no están de acuerdo con él deja que los acontecimientos fluyan sin interferirlos. Se trata de una novedad mayúscula en la Argentina, tan acostumbrada a un caudillo frente a cuya voluntad mueren los pareceres y los deseos de los demás.

Todos los analistas coinciden en que el PRO estaría en condiciones de ganar la Capital en primera vuelta sea cual sea su candidato, Larreta o Michetti, hoy virtualmente empatados en las encuestas. La Ciudad tiene una Constitución que a dispuesto un balotaje verdadero: es decir aquí se precisa el 50% mas uno de los votos para ganar; no rige la mentira nacional impuesta por el peronismo en la reforma del ’94 según la cual se puede ganar con el 45% de los votos con una diferencia de 10 puntos sobre el segundo. Nada de eso. Aquí se precisa una mayoría absoluta verdadera. Y todos los sondeos indican que el PRO la supera con cualquier aspirante.

La imagen positiva de Macri supera el 70% en el distrito y eso quizás se está convirtiendo en un arma de doble filo. Quienes han trabajado profesionalmente para alcanzar esos números están fascinados con el resultado y se olvidan qué pasos se siguieron para lograrlo. Es cierto que el estar al frente de un Estado autónomo como es la ciudad de Buenos Aires le permite al jefe de gobierno exhibir una gestión que los vecinos pueden transformar en imagen positiva. Pero Macri también ha hablado, ha opinado sobre los temas nacionales. Y mucha gente se sintió identificada con ese discurso.

Sin embargo, desde que pelea cabeza a cabeza la elección presidencial en las encuestas y desde que alcanzó estos niveles de popularidad en su distrito, se ha llamado a silencio. Ha bajado notoriamente su nivel de exposición y casi no ha opinado sobre Nisman, sobre los fallos de la Justicia desestimando las denuncias de Pollicita y de Moldes, no se lo ha escuchado sobre la candidatura a juez de la Corte de Roberto Carlés (desde el PRO han dicho que no lo votarán, pero Macri no se ha explayado sobre lo que ese nombre significaría en la Corte… En ese sentido Massa ha sido mucho más explícito). Si bien últimamente ha dicho algo cobre el cepo cambiario, hay mucha gente que espera definiciones más contundentes sobre cómo un eventual gobierno suyo puede hacer que el país regrese al círculo de naciones libres de Occidente.

Si uno mira retrospectivamente (y ni hablar si lo hace de modo comparativo con los países donde prevalece la libertad sobre el reglamentarismo y la regimentación) la Argentina ha olvidado cómo es vivir en libertad. El cuento de la rana hervida lentamente es extraordinariamente gráfico respecto de cómo un sistema gradual de restricciones a los derechos civiles ha hecho que hoy se tomen como naturales situaciones que en países libres serian verdaderamente anómalas o ni siquiera nos vengan a la cabeza soluciones simples si antes pensar en la intervención de alguna autoridad estatal. A tal punto el kirchnerismo nos enfermó de “estatitis”.

En el tema compraventa de divisas, por ejemplo, hay mucha gente que no concibe la idea de individuos libres comprando y vendiendo moneda extranjera libremente, como podrían hacer, por ejemplo, los exportadores y los importadores sin la intervención de autoridad monetaria alguna. Después de todo la riqueza dineraria es la expresión de la producción de bienes y servicios y esa producción la concreta el sector privado, no el Estado. Por lo tanto son los particulares los que deberían establecer el valor de equilibrio de las demás monedas contra el peso en un sistema de flotación libre.

Macri debería dejar atrás el miedo a perder votos y ser más audaz, apostando a los que podría ganar si le entrega a la gente el aroma de un perfume que hace rato no huele: aquel que proviene de la libertad.

La hora del republicanismo

Contrariamente a lo que normalmente hacemos en estas columnas -que dedicamos de modo monográfico a un tema- hoy se me ocurrió hacer un par de comentarios sobre otros tantos temas que seguramente a poco que los analicemos bien los encontraremos conectados, aunque nuestro fin hoy no sea estrictamente ese.

En primer lugar, lo ocurrido en el fin de semana en Gualeguaychú en la Convención Nacional de la UCR no puede dejar de mencionarse con un hecho de una enorme importancia para el futuro político inmediato.

La aprobación allí del acuerdo con el PRO y la CC para competir en primarias abiertas comunes y elegir un candidato a presidente representativo de ese espacio introduce por primera vez en muchos años una inusitada claridad a lo que está en juego en la Argentina.

Quizás, incluso, el Gobierno tenga razón en decir que esa coalición significa una amenaza para la visión del mundo que el kirchnerismo le ha impreso a la Argentina en todos estos años. Por supuesto que la representa; de eso precisamente se trata: de otorgarle de modo claro, tajante, definido una opción real a la sociedad.

Sanz habló de que por primera vez en mucho tiempo surgía la posibilidad de que el republicanismo democrático le gane al populismo autoritario. ¿Y cómo creen que tomará eso el populismo autoritario? ¿Creen acaso que lo aceptará mansamente? ¡Por supuesto que no! Por supuesto que pondrá el grito en el cielo, mentirá, profundizará su demagogia, continuará despilfarrando recursos públicos en su propio beneficio político mientras pueda. ¡Por supuesto que hará todo eso!

Pero la cuestión aquí es no distraerse del aspecto central que la sociedad tiene por delante. Lo que dijo Sanz quizás pueda ser explicado más dramáticamente aun como para que no queden dudas respecto de aquello ante lo que estamos: se trata de que la sociedad argentina resuelva quien estará en su centro motor de ahora en más: si el Estado o la persona individual. De esa sola definición surgirá todo lo demás. Antes de que me salten encima, digo: hablo de un sesgo, no de extremismos. La sociedad deberá decidir si su sesgo esta puesto en el Estado o en la persona individual.

Si lo pone en el Estado, con ello vendrá lo que ya conocimos -allí sí, con marcado extremismo- respecto del autoritarismo, el cierre económico, los distintos “cepos” a que ha sido sometida la libertad en el país, el tipo de política exterior que ha tenido la Argentina y el uso incontrolado de recursos públicos en una trama que muchos de nosotros ni siquiera imagina. Esa sería la continuidad.

El cambio radica en sacar al Estado del centro de la escena nacional y poner allí a los ciudadanos libres, emprendedores, revestidos de derechos que le permiten avanzar, pero a los que no se les garantiza por ley tocar el cielo con las manos; el cielo se gana con trabajo, con esfuerzo, con inventiva, con una buena interrelación cooperativa y al mismo tiempo competitiva.

El papel del radicalismo, en ese sentido, resulta clave. El partido está advirtiendo que su tradición estatista (que no es la original de Alem sino la que surgió de los hechos de Avellaneda) está llegando a su fin; que los avances del mundo moderno no se logran con la presencia asfixiante de una nomenclatura estatal que se cree dueña de la vida de las personas, sino dotando a estas de ese vuelo liberal que las desata de los elefantes burocráticos poniendo en sus manos el diseño de su destino.

Ese cambio estructural rompe con un mito imposible (aquel que dice que el radicalismo podía ser un “peronismo prolijo y amable”) e introduce una novedad estelar en la política argentina de los últimos 50 años. Sin dudas puede entregar una oportunidad que la sociedad debería pensar muy bien antes de dejar pasar alegremente.

Un duro golpe para el futuro de UNEN

Elisa Carrió anunció su salida de UNEN aun cuando anticipó que su partido seguirá formando parte de la agrupación. Se trata de un retiro personal, individual, que la dirigente adelantó que decidió para no seguir al lado de la pusilanimidad que impide la República.

Las palabras de Carrió pueden resultar ostentosas, cargadas de un floreo solemne y aparentemente dramático, razón por la cual muchas veces se la describe como una gran oradora y como una notable “explicadora” de los problemas pero al mismo tiempo como una enorme teórica que no entiende las parcticidades de la vida real.

Ella se define como “radical”, a veces agrega, “radical de Alem”, y desde ese lugar imagina la posibilidad de un acuerdo amplio en base a las ideas de la Constitución, que, paradójicamente, permiten, justamente, la unidad en la disparidad.

Siente un desprecio visceral por el peronismo populista a quien le adjudica gran parte de la responsabilidad por la declinación argentina y en quien ve materializada la idea misma de la corrupción política.

En su búsqueda inmaculada se fue de la UCR cuando entendió que el partido había sido cooptado por el justicialismo y allí había dejado sus ideales republicanos. Fue formando sus propios partidos, Primero el ARI, Argentinos por una República de Iguales, y luego la Coalición Cívica con la que pretendía convocar a los radicales que compartieran su republicanismo.

En muchos momentos pareció que sometía la idea de configurar una expresión política competitiva a tantos requisitos de pureza que jamás lograría generar una unión útil.

Cuando se formó UNEN, con la frescura de las internas abiertas y el boom de aquella elección en Capital, parecía que había encontrado la aguja en el pajar. Pero al poco tiempo sus exigencias republicanas empezaron a encontrar resistencias en los bolsones populistas que escondía esa asociación. Su principal aliado, Pino Solanas (relación que hasta dio para que se emitieran los más variados chistes y parodias) era un peronista de la izquierda de Forja, es decir, del más recalcitrante antiliberalismo constitucional.

Otra grieta se abrió con sus propios “correligionarios” radicales que empezaron a coquetear con el peronismo de Massa para componer alianzas con el Frente Renovador. Una parte del radicalismo siempre se mostró predispuesta a unirse al peronismo. Envidió secretamente esa capacidad del movimiento creado por Perón para ganar el favor de las masas y no se le ocurrió mejor idea que entablar una especie de concubinato con él para ver si alguno de esos placeres electorales se le pegaban.

Si Carrió era sincera cuando hablaba de aquellas cuestiones de la verdadera República, esa unión no podía durar mucho. Y hoy terminó. Por cierto que para UNEN es un golpe muy duro. En términos de números significa la salida de una persona; pero en términos de volumen, no caben dudas de que Carrió significa más que su propia persona.

En la agrupación de la que hoy se despidió la acusan de querer unirse a Macri o de querer tejer con el jefe de gobierno una alianza nueva. Durante años el apellido “Macri” funcionó como un límite para muchos políticos, incluida la propia Elisa Carrió. Otro que manejó esos términos fue Ricardo Alfonsín que, al mismo tiempo que decía eso, formaba una alianza electoral mamarrachesca con Francisco de Narvaez, en una voltereta más de esa pasión radical por el peronismo que todo lo justifica.

Muchas veces parece que Carrió habla con el engolamiento de un prócer, desde el pedestal de una estatua. Muchos que no la quieren demasiado advierten lo que sería si tuviera el poder de Cristina Kirchner.

Pero hoy solo la podemos juzgar por sus palabras y sus hechos. Ella hace un esfuerzo enorme por trasmitir la idea de que ambos términos caminan juntos por la misma vereda, las palabras y los hechos. Y por ser fiel a lo que dice produce hechos de ruptura cuando advierte que la realidad de sus alianzas desmienten sus palabras. Hasta hoy, cuando creyó que ocurría eso le ha dado prioridad a su palabra.

Nadie puede adivinar lo que ocurrirá con ella ni con su futuro político. Las sucesivas soledades de un político que anda con el discurso de la República a flor de piel deberían llamar la atención de un país tan alejado de las formalidades de la ley y del valor de la ética. Carrió se ha quedado muchas veces arando en el barro. Ella dice creer en las convicciones republicanas de la sociedad, pero sus colegas -que no paran de hacer cálculos de conveniencia política- parecen pensar lo contrario.

Macri parece querer ensayar un discurso parecido. Pero tiene una enorme ventaja sobre Carrió: maneja un distrito y puede demostrar que detrás de él hay hechos, además de palabras. Quizás por ello la aun hoy diputada haya dado señales claras de que si a las palabras hay que sumarle estrategia electoral, esa estrategia debe ser asociarse al PRO.

Semejante confesión descarnada fue demasiado para muchos en UNEN. Los radicales convocaron a una “cumbre” en San Fernando para dejar en claro que ello no ocurriría. Ni Sanz ni Aguad, los más cercanos a Carrió en la estrategia “macrista”, lograron imponerse al aparato histórico del partido que hace rato dejó los efluvios de Alem en el archivo de los recuerdos.

Probablemente Carrió siga sola, dando discursos solemnes que todo el mundo alaba y que nadie acompaña. Pero no caben dudas de que en los últimos años ha sido una de las mejores descriptoras de la realidad argentina y de cómo el país fue cooptado por la corrupción, el envilecimiento de las instituciones y la pusilanimidad de sus colegas.

Entre la locura y el Tigre

Las PASO ya son historia. Pero su resultado recién comienza. La rotunda derrota del gobierno en prácticamente todo el país electoralmente útil plantea interrogantes serios para el futuro de la Argentina. Si estuviéramos frente a un gobierno normal, lo más lógico sería suponer una recepción del mensaje, un ajuste del rumbo para ponerlo más acorde a lo que la votación arrojó y una apuesta a que esa corrección sea percibida por la sociedad para recuperar, en la elección de octubre, algo de lo perdido ahora.

Pero el país no tiene un gobierno normal. El país tiene un gobierno sectario; un gobierno que, sentado en las instituciones de todos, gobierna para una facción. Como todo gobierno faccioso siempre se atribuirá el triunfo: cuando gana porque gana; cuando pierde porque esa es la señal de que su lucha contra los verdaderos poderes enquistados en el conservadurismo argentino no está terminada y que deben redoblarse los esfuerzos para vencerlos definitivamente.

Del discurso de la presidente de ayer por la noche se deduce eso. La señora de Kirchner no admite nada, ni un error, ni una culpa, ni una falla. Nada. Ellos ganaron, “porque estas eran elecciones nacionales” y porque “son el David que lucha contra todos los medios y gobierna todos los días”.

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Las PASO y el corazón común

Las elecciones primarias han convocado muy poco interés ciudadano. Casi la mitad de los argentinos no saben qué se vota, ni que se elige, ni para que sirven; llegarán a las urnas con una alegre inconsciencia.

Se trata de la consecuencia de una doble causa: la explosión natural del sistema de partidos que provocó la crisis del 2001 y la profundización adrede que el gobierno ha buscado de esa circunstancia.

Desde que Duhalde suspendió las elecciones internas previas a las elecciones anticipadas del 11 de marzo del 2003, el peronismo decidió trasladarle sus propias guerras a la sociedad. El partido ya no arregla dentro de sus propias fronteras los que le sucede internamente sino que exporta esas batallas por fuera de sus límites obligando a la ciudadanía a inmiscuirse en sus entuertos.

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