Las PASO y el corazón común

Carlos Mira

Las elecciones primarias han convocado muy poco interés ciudadano. Casi la mitad de los argentinos no saben qué se vota, ni que se elige, ni para que sirven; llegarán a las urnas con una alegre inconsciencia.

Se trata de la consecuencia de una doble causa: la explosión natural del sistema de partidos que provocó la crisis del 2001 y la profundización adrede que el gobierno ha buscado de esa circunstancia.

Desde que Duhalde suspendió las elecciones internas previas a las elecciones anticipadas del 11 de marzo del 2003, el peronismo decidió trasladarle sus propias guerras a la sociedad. El partido ya no arregla dentro de sus propias fronteras los que le sucede internamente sino que exporta esas batallas por fuera de sus límites obligando a la ciudadanía a inmiscuirse en sus entuertos.

De hecho, desde que esta estrategia está en marcha, puede decirse que los partidos ya no existen y que los que hay son personas que forman a su alrededor estructuras dispersas y frágiles que van uniéndose en nombres de fantasía inventados para la ocasión. Ninguno de ellos podría llamarse “partido” si uno fuera estrictamente sincero.

Salvo los que nutren sus fuentes en el antiguo radicalismo o en la izquierda, los demás son variaciones del peronismo. El PRO en la Capital podría ser un fenómeno particular, cuyo precedente más parecido sería el desarrollismo frondizista, pero dado que carece aún de una estructura extendida, el partido que fundó Mauricio Macri no puede analizarse aún en términos nacionales.

De modo que lo que tenemos delante es, en realidad, una puja de peronistas que alquilan gratuitamente a la sociedad para que se expida sobre sus diferencias. Sin embargo, aun con la participación inconsciente del pueblo, ninguno de los candidatos se resigna frente al veredicto: todos irán, de todos modos, a la disputa final en octubre. Esto es, aun cuando la gente se inclinará por Massa el domingo, Insaurralde y De Narváez seguirán en carrera como si fueran de partidos diferentes.

A su vez los “peronismos no oficialistas” (Massa, De Narváez, Rodriguez Saá, Amadeo, etcétera) tampoco conforman una alternativa distinta pero unida; van cada uno por su lado. No se sabe muy bien qué diferencias hay entre ellos, ni por qué están separados, pero lo cierto es que la ciudadanía ve multiplicada una oferta en la que no distingue diferencias y sólo sospecha arreglos de conveniencia.

Francisco De Narváez, por ejemplo, lleva como segundo candidato de su lista de diputados a Omar Plaini, el secretario general del gremio de los canillitas, que llega allí como consecuencia del acuerdo del “Colorado” con Moyano. Pero hasta hace poco Plaini era el principal operador en la calle de los bloqueos a La Nación y Clarín, en abierta concordancia con el gobierno kirchnerista.

Massa, a su vez, ha “vendido” esta mezcolanza como un acto de superación y en su lista conviven intendentes que han sido oficialistas hasta anteayer y hombres del PRO de la provincia de Buenos Aires.

En el espacio “UNEN” de la Capital (que es el único que, en apariencia, ha convocado a una interna verdadera) también conviven corrientes y pertenencias pasadas que hacen difícil que uno imagine cierta coherencia. Así, por un lado Gil Lavedra y Prat Gay y, por el otro, Terragno y Losteau -que tienen pasados más bien moderados- , comparten un espacio con Pino Solanas, un admirador de Chávez que, en su momento, se expresó en favor del pacto con Irán.

La Argentina debe ser el único país del mundo que convoca obligatoriamente a una elecciones que llama “primarias” en donde los electores no pueden elegir, porque los candidatos ya están elegidos e irán a la elección general aun cuando pierdan la primaria. Ningún estudioso de la ciencia política mundial puede explicar ni conoce un caso igual.

Este panorama confirma que el país vive en una enorme confusión de ideas. No hay dudas que esa irregularidad fue provocada por el peronismo que, con su impronta, parece obligar a todo el mundo a identificarse como “peronista” para tener alguna chance electoral. Muchos consideran, por ejemplo, que hasta que Macri no haga algún acuerdo importante con el peronismo no tendrá chances. Lo tiene en la Capital con la corriente que lidera Christian Ritondo, pero muchos creen que para ser presidente necesita del grueso caudal peronista del resto del país.

El peronismo, así, es todo. En el conviven Cristina Fernández y Eduardo Amadeo; Massa y Moyano; Santilli y Abal Medina; De Narvaez y Ricardo Forster.

La política argentina, por lo tanto, ha pasado a ser una lucha de personas o, más bien, de egos. Nadie renuncia a nada, ni siquiera después del resultado de una elección. Se arman escenografías con los nombres que otros países usan para denominar a distintos estadios políticos de su proceso electoral pero aquí son meras representaciones; un “como si” que parece dejar contentos a los que ponen esta obra en escena pero que poco tiene que ver con un mecanismo que ayude a mejorar la eficiencia de la administración.

Estos desajustes distorsionan completamente el funcionamiento del sistema constitucional. En ese sentido, todas las elecciones en el país se han convertido en elecciones “presidenciales”. Los candidatos del domingo –que en su gran mayoría serán los candidatos de octubre- hablan y se expresan no como si lo que estuviera en juego no fuera una banca entre otras 257 sino como si fuera a cambiar el gobierno. Y eso se debe a que la Argentina no ha sabido hacer funcionar el sistema previsto en la Ley Fundamental que está pensado para que las elecciones intermedias compensen el rumbo que el país lleva pero, también, para que dicha compensación en nada signifique una crisis institucional o una imposibilidad de gobernar.

En ese sentido, es curioso lo que hoy confiesa De Narvaez: en 2009 la oposición no pudo hacerse de la presidencia de la Cámara de Diputados (como hubiera correspondido) porque Felipe Soláy Elisa Carrió argumentaron que semejante movida habría significado un “golpe institucional”. Si eso fue cierto, no caben dudas que los dirigentes más importantes del país no entienden como el sistema constitucional funciona y, al contrario, sólo están preparados para actuar bajo un esquema en donde “o tengo todo o no tengo nada”. Nada diferente de lo que piensa Cristina.

Esta es la razón básica por la que el país está dividido: nadie está preparado para “transar”. Es más, este mismísimo término (“la transa” = “la trenza”) ha sido adoptado como un sinónimo del negociado espurio que esconde el robo, la corrupción y el acuerdo de cúpulas a espaldas de la sociedad.

Si estas distorsiones no se corrigen la Argentina nunca podrá vivir “cordialmente” dentro de un sistema civilizado de discusión racional. La palabra “cordial” obviamente deriva del latín “cordis” que quiere decir “corazón”, esto es, una referencia clara a la armonía y la concordia (otra palabra derivada del mismo origen). El escenario de las PASO más bien confirma un país fragmentado bien lejos de aquel ideal en donde lata un corazón común.