Un duro golpe para el futuro de UNEN

Elisa Carrió anunció su salida de UNEN aun cuando anticipó que su partido seguirá formando parte de la agrupación. Se trata de un retiro personal, individual, que la dirigente adelantó que decidió para no seguir al lado de la pusilanimidad que impide la República.

Las palabras de Carrió pueden resultar ostentosas, cargadas de un floreo solemne y aparentemente dramático, razón por la cual muchas veces se la describe como una gran oradora y como una notable “explicadora” de los problemas pero al mismo tiempo como una enorme teórica que no entiende las parcticidades de la vida real.

Ella se define como “radical”, a veces agrega, “radical de Alem”, y desde ese lugar imagina la posibilidad de un acuerdo amplio en base a las ideas de la Constitución, que, paradójicamente, permiten, justamente, la unidad en la disparidad.

Siente un desprecio visceral por el peronismo populista a quien le adjudica gran parte de la responsabilidad por la declinación argentina y en quien ve materializada la idea misma de la corrupción política.

En su búsqueda inmaculada se fue de la UCR cuando entendió que el partido había sido cooptado por el justicialismo y allí había dejado sus ideales republicanos. Fue formando sus propios partidos, Primero el ARI, Argentinos por una República de Iguales, y luego la Coalición Cívica con la que pretendía convocar a los radicales que compartieran su republicanismo.

En muchos momentos pareció que sometía la idea de configurar una expresión política competitiva a tantos requisitos de pureza que jamás lograría generar una unión útil.

Cuando se formó UNEN, con la frescura de las internas abiertas y el boom de aquella elección en Capital, parecía que había encontrado la aguja en el pajar. Pero al poco tiempo sus exigencias republicanas empezaron a encontrar resistencias en los bolsones populistas que escondía esa asociación. Su principal aliado, Pino Solanas (relación que hasta dio para que se emitieran los más variados chistes y parodias) era un peronista de la izquierda de Forja, es decir, del más recalcitrante antiliberalismo constitucional.

Otra grieta se abrió con sus propios “correligionarios” radicales que empezaron a coquetear con el peronismo de Massa para componer alianzas con el Frente Renovador. Una parte del radicalismo siempre se mostró predispuesta a unirse al peronismo. Envidió secretamente esa capacidad del movimiento creado por Perón para ganar el favor de las masas y no se le ocurrió mejor idea que entablar una especie de concubinato con él para ver si alguno de esos placeres electorales se le pegaban.

Si Carrió era sincera cuando hablaba de aquellas cuestiones de la verdadera República, esa unión no podía durar mucho. Y hoy terminó. Por cierto que para UNEN es un golpe muy duro. En términos de números significa la salida de una persona; pero en términos de volumen, no caben dudas de que Carrió significa más que su propia persona.

En la agrupación de la que hoy se despidió la acusan de querer unirse a Macri o de querer tejer con el jefe de gobierno una alianza nueva. Durante años el apellido “Macri” funcionó como un límite para muchos políticos, incluida la propia Elisa Carrió. Otro que manejó esos términos fue Ricardo Alfonsín que, al mismo tiempo que decía eso, formaba una alianza electoral mamarrachesca con Francisco de Narvaez, en una voltereta más de esa pasión radical por el peronismo que todo lo justifica.

Muchas veces parece que Carrió habla con el engolamiento de un prócer, desde el pedestal de una estatua. Muchos que no la quieren demasiado advierten lo que sería si tuviera el poder de Cristina Kirchner.

Pero hoy solo la podemos juzgar por sus palabras y sus hechos. Ella hace un esfuerzo enorme por trasmitir la idea de que ambos términos caminan juntos por la misma vereda, las palabras y los hechos. Y por ser fiel a lo que dice produce hechos de ruptura cuando advierte que la realidad de sus alianzas desmienten sus palabras. Hasta hoy, cuando creyó que ocurría eso le ha dado prioridad a su palabra.

Nadie puede adivinar lo que ocurrirá con ella ni con su futuro político. Las sucesivas soledades de un político que anda con el discurso de la República a flor de piel deberían llamar la atención de un país tan alejado de las formalidades de la ley y del valor de la ética. Carrió se ha quedado muchas veces arando en el barro. Ella dice creer en las convicciones republicanas de la sociedad, pero sus colegas -que no paran de hacer cálculos de conveniencia política- parecen pensar lo contrario.

Macri parece querer ensayar un discurso parecido. Pero tiene una enorme ventaja sobre Carrió: maneja un distrito y puede demostrar que detrás de él hay hechos, además de palabras. Quizás por ello la aun hoy diputada haya dado señales claras de que si a las palabras hay que sumarle estrategia electoral, esa estrategia debe ser asociarse al PRO.

Semejante confesión descarnada fue demasiado para muchos en UNEN. Los radicales convocaron a una “cumbre” en San Fernando para dejar en claro que ello no ocurriría. Ni Sanz ni Aguad, los más cercanos a Carrió en la estrategia “macrista”, lograron imponerse al aparato histórico del partido que hace rato dejó los efluvios de Alem en el archivo de los recuerdos.

Probablemente Carrió siga sola, dando discursos solemnes que todo el mundo alaba y que nadie acompaña. Pero no caben dudas de que en los últimos años ha sido una de las mejores descriptoras de la realidad argentina y de cómo el país fue cooptado por la corrupción, el envilecimiento de las instituciones y la pusilanimidad de sus colegas.

Entre la locura y el Tigre

Las PASO ya son historia. Pero su resultado recién comienza. La rotunda derrota del gobierno en prácticamente todo el país electoralmente útil plantea interrogantes serios para el futuro de la Argentina. Si estuviéramos frente a un gobierno normal, lo más lógico sería suponer una recepción del mensaje, un ajuste del rumbo para ponerlo más acorde a lo que la votación arrojó y una apuesta a que esa corrección sea percibida por la sociedad para recuperar, en la elección de octubre, algo de lo perdido ahora.

Pero el país no tiene un gobierno normal. El país tiene un gobierno sectario; un gobierno que, sentado en las instituciones de todos, gobierna para una facción. Como todo gobierno faccioso siempre se atribuirá el triunfo: cuando gana porque gana; cuando pierde porque esa es la señal de que su lucha contra los verdaderos poderes enquistados en el conservadurismo argentino no está terminada y que deben redoblarse los esfuerzos para vencerlos definitivamente.

Del discurso de la presidente de ayer por la noche se deduce eso. La señora de Kirchner no admite nada, ni un error, ni una culpa, ni una falla. Nada. Ellos ganaron, “porque estas eran elecciones nacionales” y porque “son el David que lucha contra todos los medios y gobierna todos los días”.

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Las PASO y el corazón común

Las elecciones primarias han convocado muy poco interés ciudadano. Casi la mitad de los argentinos no saben qué se vota, ni que se elige, ni para que sirven; llegarán a las urnas con una alegre inconsciencia.

Se trata de la consecuencia de una doble causa: la explosión natural del sistema de partidos que provocó la crisis del 2001 y la profundización adrede que el gobierno ha buscado de esa circunstancia.

Desde que Duhalde suspendió las elecciones internas previas a las elecciones anticipadas del 11 de marzo del 2003, el peronismo decidió trasladarle sus propias guerras a la sociedad. El partido ya no arregla dentro de sus propias fronteras los que le sucede internamente sino que exporta esas batallas por fuera de sus límites obligando a la ciudadanía a inmiscuirse en sus entuertos.

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