Entre la locura y el Tigre

Carlos Mira

Las PASO ya son historia. Pero su resultado recién comienza. La rotunda derrota del gobierno en prácticamente todo el país electoralmente útil plantea interrogantes serios para el futuro de la Argentina. Si estuviéramos frente a un gobierno normal, lo más lógico sería suponer una recepción del mensaje, un ajuste del rumbo para ponerlo más acorde a lo que la votación arrojó y una apuesta a que esa corrección sea percibida por la sociedad para recuperar, en la elección de octubre, algo de lo perdido ahora.

Pero el país no tiene un gobierno normal. El país tiene un gobierno sectario; un gobierno que, sentado en las instituciones de todos, gobierna para una facción. Como todo gobierno faccioso siempre se atribuirá el triunfo: cuando gana porque gana; cuando pierde porque esa es la señal de que su lucha contra los verdaderos poderes enquistados en el conservadurismo argentino no está terminada y que deben redoblarse los esfuerzos para vencerlos definitivamente.

Del discurso de la presidente de ayer por la noche se deduce eso. La señora de Kirchner no admite nada, ni un error, ni una culpa, ni una falla. Nada. Ellos ganaron, “porque estas eran elecciones nacionales” y porque “son el David que lucha contra todos los medios y gobierna todos los días”.

La sociedad no puede esperar nada bueno de semejante abstracción de la realidad, de tanto autismo, de tamaña concepción ciega. La presidente reivindicó los proyectos más agrios de su gobierno y reclamó que prontamente se los ponga en práctica. Increíblemente, exigió que tenga plena vigencia su capricho de que dejen de existir las medidas cautelares oponibles al Estado, haciendo gala de una ignorancia llamativa acerca de cómo funciona el sistema constitucional y de cómo se entiende la democracia en la Argentina. Casi con tono de incrédula incomprensión se preguntó cómo esas medidas pueden detener las leyes que dicta “el Parlamento” (no hay nadie que pueda convencer a la presidente de que no diga “Parlamento”, porque el país no tiene “Parlamento”, tiene Congreso). Se llama “Derechos y garantías”, señora presidente. Es el capítulo uno de la Constitución. Es fácil leerlo. Ésta a su alcance. Puede hacerlo.

En la Argentina, la república y la democracia consisten -al menos mientras rija esta Constitución- en que, justamente, los ciudadanos pueden oponer defensas judiciales contra las leyes que dicta el Congreso. De eso se trata la vida libre, y en eso consiste la gracia de que los individuos no queden presos de decisiones totalitarias de mayorías circunstanciales. Por encima de las mayorías de hoy está la ley de siempre. Se trata de un principio que la presidente se niega a procesar.

Son cegueras como ésta las que la condujeron a la implacable derrota de ayer. Pero son esas mismas cegueras las que hacen poco probable que la derrota de ayer tenga alguna influencia del tipo que la gente desearía en su gobierno.

El mando de la señora de Kirchner se hará más sectario de ahora en más. El encierro en una burbuja irreal se convertirá más que nunca en la única escenografía habitada por el poder. Un poder que cree que no dispone de ningún medio (cuando en realidad dispone de todos, a excepción de aquellos a los que la gente escucha, mira o lee), un gobierno que está convencido de que no es el poderoso sino el representante de aquellos a quienes el verdadero poder oprime; una presidente que vive creyendo que dice la verdad cuando, por otro lado, la sociedad ha escuchado historias que van desde la “abogada exitosa” hasta “comer con $ 6 por día”, pasando por los “20.000 millones de dólares de inversiones chinas” hasta “el tren bala”, el “aquí va a llover gasoil” y “la inflación es del 9,8 anual”.

“Nunca les mentí”, dijo ayer la presidente, cuando el país se va convenciendo cada día más de que, justamente, parte de la millonada de dólares que entró aquí la última década fue utilizada para construir una escenografía de cartón piedra, irreal, mentirosa.

Esas desconexiones del contexto real desembocaron ayer ruidosamente en las urnas y le hicieron perder más de 25 puntos porcentuales de votos al kirchnerismo en todo el país. Hasta cofradías irreductibles como Jujuy, San Juan, Catamarca y Santa Cruz también cayeron por efecto de un cansancio monocorde de un cuento que ya no resiste el peso de la realidad. Pero sin dudas, la derrota en la provincia de Buenos Aires y por el margen por el que se verificó es la nota que indica una alarma notable para la manera que tiene el peronismo de entender el poder. Nadie sabe en cuanto se convirtió el lunes a la mañana la diferencia de casi 6 puntos del domingo a la noche. Los vasos comunicantes del peronismo siempre han sido muy “fluidos” frente a mensajes tan claros.

La señora de Kirchner hizo una referencia a 2009. Fue el único momento en donde su discurso entabló un vínculo con la derrota. La presidente dijo que habían superado aquella instancia y que también la superarían ahora. Pero el país debe recordar a que precio el gobierno recuperó el centro del ring: su avance sobre la nueva mayoría fue desenfrenado en el periodo de Congreso que mediaba hasta el 10 de diciembre, para sacar las leyes que quería (entre las que se incluía la de Medios) con su vieja mayoría. No sería extraño esperar una embestida similar.

La presidente no dio ninguna muestra de tender ninguna mano. No admitió nada que nos permita deducir que episodios como el desagradable espectáculo que dio el fiscal kirchnerista en la mesa en que votó Macri, van a empezar a olvidarse. Al contrario: lo más probable es que ese espíritu divisionista y lleno de rencor se multiplique.

La Capital en ese sentido pudo ser testigo ayer de un día histórico: el inicio de una convivencia civilizada de ideas opcionales pero compatibles. UNEN consiguió la mayoría de los votos (si se sumaran todas sus listas) y el PRO ganó la elección contando los candidatos de a uno. Lilita Carrió felicitó y dijo que se alegraba porque “su amiga” Gabriela Micheti había ganado y Macri dijo que había “muchos votos PRO” en la interna de UNEN. El país carece de ese escenario; la Argentina no tiene dos partidos con posibilidades de gobernar, que no se odian entre sí y que son compatibles en muchas de sus visiones. Eso lo tienen los países desarrollados. Y entre otras cosas, son desarrollados por eso.

Los procesos eleccionarios en populismos del tipo del que gobierna hoy en la Argentina no pueden analizarse con la lógica de los procesos eleccionarios de las democracias reales. Un triunfo como el de Massa en el distrito que todo el mundo mira y una caída libre del gobierno en el resto del país, serían, bajo otras condiciones, elementos suficientes para suponer un retoque en el gabinete, un llamado a una mesa de consenso, una “bajada de copete”.

El gobierno que hizo alarde de la “voluntad mayoritaria” ha visto descender esa mayoría al piso. El gobierno que tomó como eslogan de campaña la frase “en la vida hay que elegir” se encuentra con que la gente no lo eligió. Pero en lugar de tomar esos datos de la realidad y procesarlos para elaborar una respuesta racional ha preferido construir de inmediato una realidad paralela. “Son elecciones nacionales”, dijo la señora de Kirchner dando validez a una suma inverosímil. Ya antes Florencio Randazzo había suministrado datos que consistían en sumar los votos del FPV (y de los demás participantes) en todo el país cuando claramente no todos competían en todas las jurisdicciones. El único que lo hacía era, justamente, el oficialismo. Darle entidad a ese dato es lo mismo que adjudicarse una victoria futbolera en un partido que nunca se jugó. La propia presidente endosó la única interpretación válida para estas elecciones (el resultado de la provincia de Buenos Aires) cuando tomó de la mano a Insaurralde y lo subió a su propio caballo, hasta para ir a saludar al Papa. ¿Acaso fue Cristina a Río de Janeiro con Jorge Obeid, candidato en Santa Fe? No, no, fue con Insaurralde.

E Insaurralde perdió. Es una derrota que se traslada por carácter transitivo a la presidente. La señora de Kirchner se encerró en su propios pensamientos hasta posar su dedo incontrovertible sobre la cabeza del intendente de Lomas de Zamora. Será precisamente esa relación entre la decisión tomada y quien la tomó la que diseñe la respuesta a lo que ocurrió ayer. Conociendo los antecedentes de que disponemos no se puede esperar algo distinto a la profundización: más agresión, más cepo, más descalificaciones, arremetida contra la justicia, posible intervención de medios. Habrá que ver cuánta de esta locura es compartida por quienes ya empezaron a calcular cuanta distancia hay desde donde viven hasta Tigre.