La clásica inocencia norteamericana

La Presidente concedió un reportaje a la revista The New Yorker que ella misma se encargó de difundir por las redes sociales oficiales. El reportaje se suponía que sería de persona a persona y con las características propias de una entrevista para un medio gráfico.

Pero el aparato de propaganda del gobierno transformó el hábitat del encentro en un verdadero estudio de televisión. El propio autor de la nota cuenta su asombro cuando entró a un lugar lleno se cámaras, artefactos de iluminación y cables.

La Presidente, incluso, lo peinó para que saliera “lindo” y cuando quizás tomó conciencia de su desubicación, pidió que alguien se acercara para hacer la tarea de un modo profesional.

El centro de la entrevista era la muerte del fiscal Alberto Nisman. El título de la nota (“A deadly conspirancy in Buenos Aires ?” [“¿Una conspiración mortal en Buenos Aires?”]) sugiere una investigación, dentro de la cual apareciera la entrevista con la señora de Kirchner. Pero pronto, esa aspiración se pierde y lo que podría haber sido una oportunidad para observar a la Presidente, quizás por primera vez, frente a alguien dispuesto de controvertirla, se diluye en un reportaje sin repreguntas y que toma como válidas las respuestas que escucha. Continuar leyendo

El ofensor ofendido

Uno se refriega los ojos frente a las declaraciones. Vuelve a leerlas para ver si no leyó mal. Pero no. Todo está bien leído. No hay errores. Lo dicho fue dicho.

“Cuando se habla de una Argentina violenta se quieren reeditar viejos enfrentamientos”, fueron las palabras de la Sra. de Kirchner en la inauguración del mural de Carlos Mugica para referirse al documento de la Iglesia sobre la “enfermedad de la violencia” que padece la Argentina.

“¿Se quieren reeditar?”, ¿quién los quiere reeditar? O mejor dicho, ¿quién los quiso reeditar? O mejor aún ¿quién los reeditó ya?

A la presidente le convendría repasar el fraseo de algunos “cantitos” de La Cámpora, o de algunos de sus ministros, legisladores, funcionarios y allegados oficiosos al gobierno. O incluso el contenido de más un discurso suyo.

¿Quien convocó públicamente por primera vez a odiar, sino Luis D’Elía?, ¿quién sino Juan Carlos Molina habló de “ellos” y “nosotros”, para decir que “para ‘ellos’, ‘nosotros’ somos basura, chorros, negros…”?, ¿quién es el que crea enfrentamientos allí?¿quién trajo a la Argentina ese idioma clasista y racial tan ajeno a nuestra tradición?

¿Quienes son los que hablan de “cipayos”, “gorilas”, “oligarcas”?, ¿quienes son los que, aquí y allá, andan metiendo esos rótulos en la frente de la gente?

¿Quiénes fueron los que empapelaron la ciudad con los nombres, apellidos y las fotos de ciudadanos argentinos bajo el título “Estos son los que te roban el sueldo”? ¿Quién elogió a los barras como la “pasión del fútbol”?

¿Quién revolvió el pasado como quien urga en la materia fecal pensando encontrar allí algo que le convenga a sus intereses?, ¿quiénes parecen justificar la violencia delincuencial vendiéndola como una consecuencia de la tarea “excluyente” que la sociedad burguesa habría hecho deliberadamente con anterioridad?

¿Quién inventó Tecnópolis para oponerse a La Rural?, ¿quién el Encuentro Federal de la Palabra para oponerse a la Feria del Libro?, ¿quién en Centro Cultural Nestor Kirchner para oponerse al Teatro Colón?, ¿quién repiqueteó con un nuevo revisionismo histórico cuyo último objetivo era defenestrar a algunos argentinos?

La presidente en uno de sus inefables tuits dijo que algunos que visitan a Francisco en Roma deberían leerlo más. ¿Lo ha leído ella? ¿Quién se ausentó de todos los Tedeums presididos por Bergoglio en la Catedral de Buenos Aires mientras el hoy Papa era Cardenal de la Argentina?

¿Quién trasmitió la idea del campo como la última basura de la Argentina?, ¿quién estigmatizó a Roca, a Alberdi a Sarmiento y a otros tantos argentinos que fueron importantes para muchos argentinos?, ¿quién la emprendió contra ciudadanos privados para tratar de vincularlos artificialmente con la dictadura militar?, ¿quién creó aquella imagen tremenda de la gente que “secuestró los goles”, como antes secuestraba personas?, ¿quién ha llamado “zánganos” a los opositores?, ¿y quién “papagayos” a los defensores de la seguridad jurídica y del clima de negocios?

Pero lo más inaudito de todo es que estos procedimientos no fueron una consecuencia inadvertida e indeseada de una política sino la aplicación consciente y perseguida de un plan pensado y llevado a cabo de acuerdo a las enseñanzas divisionistas de Laclau.

¿Quién creo “Justicia Legítima” para llevar la grieta también al seno de la Justicia el enfrentamiento de la calle?, ¿quién martilló cuatro años con el latiguillo “Clarín miente” y con la idea de que había que crear un conglomerado de medios partidarios (fondeado con dineros de todos los argentinos) para contrarrestar aquella “influencia”?, ¿quién pronunció, con la cara llena de furia, la frase “vamos por todo”, como si nada debiera quedar en pie de lo que perteneciera a todo aquel que no fuera kirchnerista?, ¿quién ha trasmitido la idea de que todo el mal que sufren algunos argentinos se debe a la “culpa” de los otros argentinos?, ¿quién ha estimulado la bronca de unos contra otros?

El reguero de división, de rencor -en muchos casos de odio directo- que se ha creado en estos años solo puede ser comparado al tiempo de Rosas o a los últimos años del Perón de los 50.

Es tan incontrastable la realidad que ha ocurrido desde el punto de vista de la división social en la Argentina en los últimos años que la pretensión de la presidente de endilgarle también esa culpa a los demás raya con el cinismo. El mismo que cualquier podía advertir en D’Elía pidiendo amor luego de convocar al odio.

Dicen que la presentación de los abogados de Apple en su millonario juicio contra Samsung fue muy sencilla. Parado frente al jurado, el abogado de la “manzanita” dijo: “Seré muy breve: solo voy a limitarme a preguntar cómo era un teléfono Samsung antes del iPhone”

En este caso en que la presidente pretende echar un manto de dudas sobre quién creó el clima de enfrentamiento en la Argentina, también sería muy útil responder la simple pregunta: ¿Como era el clima social de la Argentina, hace 15, 18 o 20 años? ¿Cómo era antes de los Kirchner?

La Argentina antes de los Kirchner tenía muchos inconvenientes. Pero con gran esfuerzo iba dejando que el tiempo opere sobre sus viejas heridas y apostando a que un pasado negro quedara definitivamente atrás. La prédica de las Bonafini de este siglo enterró aquel intento de paz. Ese odio repugnante, visceral, intransigente triunfó. A los codazos se hizo espacio en los huecos elevados del poder y desde allí se enseñoreó en el rencor, en la rabia y en la negativa a cualquier reconciliación. En esas almas solo reside una inconmensurable sed de venganza y una incontenible vocación por no dar el brazo a torcer.

El documento de la Iglesia no es ningún descubrimiento. La violencia de la Argentina actual no es algo opinable: es la triste realidad, un puerto de llegada al imperio de una terminología, de una postura, de una propuesta frente a la vida. El gobierno no quiso tenderle la mano a nadie que no fuera propio. Bajó desde las alturas un lenguaje de intolerancia a la diferencia que es tan evidente como las mentiras económicas. Ningún discurso que convierta en ofendido al ofensor borrará esa realidad que todo argentino imparcial y de sentido común conoce y sufre todos los días, desde hace 11 años.

Lo que está ocurriendo es un plan

Hace una semana titulábamos esta columna Todo nuevo bajo el sol del crimen, en referencia a unos comentarios de la Presidente sobre el delito. La Señora de Kirchner decía en aquel momento, mostrando una tapa de Clarín del año 1993, que nada había cambiado en la Argentina en materia de inseguridad, que “no había nada nuevo bajo el sol”, en alusión a que los que delitos de hoy no habían empezado con su gobierno.

Nuestro argumento en aquella oportunidad fue que, al contrario, en los últimos años se había profundizado un cambio sustancial en la visión clásica sobre la delincuencia y el delito en el sentido de que ahora una corriente minoritaria pero muy presente en el activismo judicial y político había ganado el centro de la escena ideológica batiendo el parche de que los delitos y los delincuentes no son una actividad ilícita que proviene del simple hecho de violar la ley y de causar daños materiales o físicos a las personas, sino que son la consecuencia de un mal anterior -del verdadero y único mal, según esta idea- que comete la sociedad al excluir a determinada población del goce de una vida igualitaria.

Esa exclusión sería el resultado de la aplicación de medidas racistas, sexistas y oligárquicas que basándose en el color de piel, en el origen social o en el sexo de las personas, intencionadamente condena a una parte de ellas a la pobreza, a la marginación y a la miseria.

La reacción de esas personas contra la sociedad racista, oligárquica y sexista sería lo que a su vez ésta llama “delitos” porque los considera atentados contra su propiedad o incluso contra su vida. Como esa sociedad nefasta es la que tiene el poder de reprimir, sanciona leyes para hacer penalmente responsables a los que en realidad son sus víctimas; víctimas de la exclusión y de la segregación.

Esta teoría fue ratificada ayer en una participación en la Feria del Libro por dos fiscales del poder judicial de la nación. Los doctores Javier De Luca y Alejandro Alagia expusieron esta tesis en defensa del proyecto de nuevo Código Penal, explicando que la pena al llamado “delito” debía ser reducida a una mínima expresión porque su convalidación era una manera de continuar el daño que se le había hecho a las personas a quienes la concepción del actual código conservador y oligárquico persigue.

Estas personas, según ellos -y en coincidencia con lo que explicábamos hace una semana- son las verdaderas víctimas y su persecución y condena no sería más que un ensañamiento de la sociedad que, no conforme con el daño que ya les causó, los persigue y los encierra.

Ratificando lo que decíamos el 24 de abril, los delincuentes y el delito serían en realidad manifestaciones de respuesta de las víctimas de la sociedad hacia la sociedad: una forma de emparejar los tantos de la Justicia. La sociedad no sólo debería abstenerse de perseguir y castigar penalmente a estas personas sino que debería aguantar los “actos de justicia” que se comenten contra ella (robos, violaciones, asesinatos) porque esas conductas no serían delitos sino manifestaciones de un conflicto social no propuesto ni querido por quienes los cometen sino por la sociedad que los segregó.

Siguiendo esta línea de ideas, llegaríamos a la conclusión de que la presente situación en la que vivimos en la Argentina no es la manifestación del fracaso de una política de seguridad mal implementada o mal concebida sino el resultado querido por la concepción que logró imponer su punto de vista en el poder judicial y en las corrientes de opinión política.

Esto es lo “nuevo bajo el sol”. Hace 20 años estas teorías (como también ocurre con ellas en todo el resto del mundo civilizado en donde no puede anotarse un solo país que las aplique) estaban en los márgenes del pensamiento político, judicial y penal de la Argentina. Allí aparecía el inefable juez de los inmuebles de usos múltiples, Eugenio Zaffaroni, explicando sus alambicadas ideas sobre las verdaderas víctimas y los verdaderos victimarios, pero poco más podía anotarse en ese sentido. Veinte años de constante repiqueteo en la Academia no ha transformado a estos pensamientos en mayoritarios pero sí en minoritariamente influyentes.

El kirchnerismo ha sido un recipiente apto para recibir los agregados de estas ideas y hoy es la manifestación política que abre paso a su implementación. Las ideas que en materia social ha desplegado el gobierno han introducido, en efecto, en la sociedad, quizás por primera vez de manera masiva, los conceptos de racismo, clasismo, sexismo, segregación, exclusión. Se ha valido de una impresionante penetración en los medios para machacar sobre estos conceptos y ha logrado transformar en políticamente correcto el pensamiento según el cual la sociedad debe sentirse culpable por lo que le ocurre a parte de sus ciudadanos. Y en alguna medida debe pagar por ello. Ese pago consistiría en aceptar que se la robe, se la viole y se la mate porque esos actos equilibran la balanza de la igualdad y la Justicia.

El domingo, en un acto del kirchnerismo puro en donde estuvieron presentes y hablaron Milagro Sala, Carlos Zanini, Luis D’Elía y el candidato a presidente preferido de Hebe de Bonafini, Aníbal Fernández, también habló el director del SEDRONAR el padre Juan Carlos Molina que dijo que para “ellos”, “nosotros somos basura, chorros, negros…”

Sin bien Molina no aclaró lo que debía entenderse por “ellos” y por “nosotros”, no es difícil interpretarlo si seguimos las instrucciones que surgen de estas ideas.

De modo que los que creen que son honestos deberían revisar sus conceptos. Los que, creyendo aquello, esperan que en algún momento se persiga a quienes en su criterio son los delincuentes, también deberían ir pensando en cambiar sus convicciones.

Lo que está en marcha es un plan. No es la consecuencia de la mala praxis, de las malas leyes o de la mala suerte en la aplicación de una política de seguridad. No, no, no. Lo que está ocurriendo se quiere que ocurra. Y como tal, seguirá ocurriendo.

El gobierno cívico-militar

Desde que comenzó la alianza del gobierno con el Ejército y con su jefe, el general César Milani, quedó más clara la concepción castrense del kirchenrismo. Toda la postura del gobierno y de la presidente -e incluso de su esposo- respecto de los Derechos Humanos no ha sido otra cosa más que la confesión de una estrategia de populismo electoral para conquistar la simpatía política de un sector de la sociedad pero no la convicción de una concepción civil del gobierno, sino todo lo contrario: el kirchnerismo es un movimiento militarizado y, como consecuencia, tiene una inclinación natural hacia las Fuerzas Armadas.

Experimenta respecto de ellas las sensaciones de amor-odio que existe entre quienes comparten una visión del mundo. No se distinguen entre sí porque interpreten la vida de modo radicalmente diferente sino simplemente porque, de modo circunstancial, uno puede ocupar el lugar del poder y el otro no. Pero en tanto se logre compatibilizar esa posición y se pueda alcanzar un acuerdo más o menos civilizado para compartirlo, el kirchnerismo y los militares son perfectamente homogéneos.

Ambos son verticales y no reconocen más que una voz de mando. La disidencia es castigada; la opinión libre no existe. Sus estamentos se dividen en grados y su terminología es llamativamente parecida.

Se trata de un modelo que el chavismo ha llevado a su máxima expresión en Venezuela, en donde, claramente existe un gobierno cívico-militar. Más de la mitad de los ministros de Maduro son militares. El presidente de la Asamblea es militar y la presencia de las armas en la vida de todos los días es completamente evidente.

Aquí, desde hace un tiempo, la presidente inició un movimiento que comprende la participación de La Cámpora, las madres de Plaza de Mayo (línea Bonafini) y del ejército para desarrollar la idea de las fuerzas armadas al servicio del “proyecto nacional y popular”. No es necesario remarcar el perfume a fascismo que emana de esa idea.

Estas tareas han comenzado por lugares emblemáticos también: las villas miseria. Y allí se ha anotado el nuevo actor del melodrama televisivo argentino, Luis D’Elía, cuyo involucramiento, en un cóctel que combina fuerza, armas, uniformes, villas miseria, marginalidad e inteligencia militar, tampoco es casual.

Este último componente -la inteligencia militar- es un tema vidrioso y altamente preocupante. Que los militares se dediquen al espionaje interno para proporcionarle datos al gobierno sobre ciudadanos potencialmente “molestos” en combinación con la formación de una alianza clasista con los que la presidente y D’Elía llaman “negros” o “morochos” es de una peligrosidad mayúscula.

Se trata de un proyecto orquestado y pensado, no surgido por casualidad. Aquí se persigue la instalación de un modelo de sociedad regimentada, atemorizada y vigilada por la presencia militar y por la formación de milicias populares reclutadas entre los marginados del propio modelo económico que el gobierno impuso.

La división clasista y racial de los argentinos es funcional a esta idea, porque parte de su fuerza se extrae y se basa en que una parte de la sociedad crea que la otra parte la excluye y que es el Estado (encarnado en el gobierno y eventualmente en los militares del proyecto nacional) el que está allí para defenderlos.

En esa línea el ejército, La Cámpora y Bonafini, empezaron a trabajar en la Villa La Carbonilla de La Paternal. Está previsto que hagan trabajos de urbanización en el asentamiento durante los próximos tres meses. La ley de seguridad interior les prohíbe intervenir en cuestiones vinculadas con la seguridad del lugar. Estarán allí de lunes a viernes, de 8 a 15, para abrir calles, terminar de instalar las cloacas y construir espacios comunes. La iniciativa en La Paternal es la primera en territorio porteño, pero, además de en La Carbonilla, efectivos del Ejército desarrollan actividades similares en Florencio Varela desde principios de año.

Tanto el ministro de Defensa, Agustín Rossi, como Estela de Carlotto salieron a respaldar estas iniciativas, como si fueran alfiles al servicio de una causa, igual que un ejército mandaría a sus coroneles a sostener una cabecera de playa. De nuevo las similitudes entre el accionar del kirchnerismo y la estrategia militar.

Resulta francamente sorprendente que, luego de 30 años de democracia, la Argentina vuelva a caer en esta concepción fascista de la vida, propia de los años cuarenta. Se trata de un retroceso cronológico enorme; de una declaración de guerra a la modernidad, al progreso, al civismo y a la libertad.

Para llevar a adelante este proyecto la presidente ni siquiera se ha detenido frente a los antecedentes muy discutibles del general Milani. El Jefe del ejército está sospechado de haber participado en la desaparición de personas durante la dictadura militar y también está acusado ante la Justicia por enriquecimiento ilícito.

En este sentido, no puede dejar de mencionarse que este ambicioso intento de proyectar un modelo de sociedad determinado, se hace en un momento de debilidad política del gobierno. La presidente no está proponiendo esta alianza entre “los pibes de la liberación”, el ejército, las Madres y las villas miseria en su pico de gloria: lo está haciendo con su poder en decadencia y con su imagen pública seriamente deteriorada.

Esto demuestra que la presidente no se da por vencida. No renuncia a la concepción de país que quiere imponer aún más allá de su propio límite político. En alguna medida es cierto que, más allá de los negocios, de la corrupción y del dinero, la Sra. de Kirchner se ve a sí misma como una revolucionaria de Champs Elysees que cree posible legarle al país una dictadura de clases de la mano de Louis Vuitton.

No sé cómo será posible detener esto. La típica confianza argentina del “no pasa nada” es muy funcional a que el objetivo pueda conseguirse. Detrás de los que consideran que no de qué preocuparse porque el poder de los Kirchner “ya está fritado”, se haya probablemente el mejor aliado para que ese poder resurja.

El comunismo como enfermedad del alma

Desde que Thomas Jefferson escribió “nosotros el pueblo de los EEUU [...] sostenemos estas verdades como autoevidentes: que todo los hombres han sido creados iguales y que tienen derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de su felicidad” han pasado 237 años.

El mundo ha conocido desde allí muchas ideas e incluso muchos experimentos extravagantes que costaron tragedias y millones de vidas. Pero nadie, hasta ahora, había estatizado la felicidad.

Sin embargo desde la semana pasada ese hito ha sido alcanzado: el hombre que habla con los pájaros, el impresentable presidente Nicolás Maduro, ha creado en Caracas el Viceministerio de la Felicidad Suprema.

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Ahora, vivir sin odio

Resulta difícil entender a la Presidente. Salvo que estemos frente a un caso médico, la única explicación posible a algunas de sus intervenciones es el ejercicio de un cinismo sin límites.

Concentrémonos solo en tres frases. Por la primera de ellas la señora de Kirchner llamó “a no vivir con odio”. Obviamente resulta plausible que la Presidente entregue semejante invitación. No hay dudas de que el aura con la que debe haber vuelto del Vaticano ha operado verdaderos milagros en su persona.

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