Ahora, vivir sin odio

Carlos Mira

Resulta difícil entender a la Presidente. Salvo que estemos frente a un caso médico, la única explicación posible a algunas de sus intervenciones es el ejercicio de un cinismo sin límites.

Concentrémonos solo en tres frases. Por la primera de ellas la señora de Kirchner llamó “a no vivir con odio”. Obviamente resulta plausible que la Presidente entregue semejante invitación. No hay dudas de que el aura con la que debe haber vuelto del Vaticano ha operado verdaderos milagros en su persona.

De otro modo no se entiende cómo compatibilizar esta repentina onda con lo que han sido sus interminables retahílas de indirectas, sarcasmos, chicanas, escraches públicos a terceros, sus mensajes con el claro objetivo de culpar a unos argentinos de lo que les sucedía a otros argentinos (en una clara muestra de que si ésa no era una invitación al enfrentamiento, el odio y la división, “¿esas muestras dónde están?”, como diría cualquier tribuna futbolera).

Toda la presidencia de la señora de Kirchner ha sido una pléyade florida de estas intervenciones. No se ha privado de nada en materia de señalar a quien se le ocurriese como el responsable de las miserias de aquellos a quienes quería adular. ¿Qué sentimientos pensaba la Presidente que despertaría con esas apelaciones en su auditorio?, ¿acaso ondas de amor y paz hacia los destinatarios de sus admoniciones?, ¿creerá que su preferido Luis D’Elía invita a una convivencia armoniosa con el diferente cuando dirige sus llamaradas de rencor a los que no coinciden con él, a los que tienen un determinado color de piel, o a los que viven en ciertos barrios? ¿No ha incluido acaso entre los “héroes latinoamericanos” homenajeados con el salón ad hoc de la Casa Rosada que lleva ese nombre, a Ernesto Guevara que dijo “el odio como factor de lucha, el odio intransigente, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar… nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar?”

Pero ahora resulta que no “debemos vivir con odio”. Será que entendimos mal. Bienvenido sea el cambio señora Presidente. Pero permítasenos dudar de la franqueza de sus palabras y que, al contrario, pensemos que se trata de una más de sus clásicas “aprovechadas de volada”, según sea el viento que sople.

Resulta obvio que su clásica oratoria incendiaria sonaría muy contradictoria con el aura despertada por el Papa Francisco. Y el Papa Francisco es muy popular. Tanto que obligó a un formidable recule de todo el oficialismo, incluida la mismísima Hebe de Bonafini. Estamos ante una era de un “odio no-conveniente”.

La presidente también dijo “no podemos tener la soberbia de pensar que nunca nos equivocamos”. Es particularmente llamativa la coincidencia de los rubros tocados por la señora de Kirchner con aquellos a los que se refirió el Papa en la ceremonia de su asunción. Francisco dijo que no se podía vivir con odio, con envidia y con soberbia. Cuatro días después la Presidente hace estos mismos comentarios luego de haber hecho de la soberbia el sello distintivo de sus intervenciones. Su tono doctoral, que no concibe la falla propia, ha sido la contracara de lo que dice ahora. No sólo por la altanería y el engreimiento con que siempre se maneja en público sino porque la señora de Kirchner no admite el error o la equivocación. Cuando alguien se las ha señalado, lo menos que ha hecho es convocar a una cadena nacional (con corte de aplaudidores incluida) para embadurnarnos con cifras y estadísticas que, según ella, demuestran lo acertada que estaba ella y lo equivocados que estaban quienes se atrevieron a retrucarla.

¿Cuál ha sido la última vez que alguien -cualquiera- recuerda la admisión de un error de una equivocación (sobre cualquier cosa) que haya hecho la Presidente?, ¿en qué circunstancias?, ¿cuándo?, ¿refiriéndose a qué? Pero ahora resulta que nos dice: “No podemos tener la soberbia de pensar que nunca nos equivocamos”. De nuevo: bienvenido sea este súbito cambio, señora Presidente. Pero permítanos no creerle. Sus pergaminos le juegan en contra.

Y, finalmente, en la más desopilante de todas las afirmaciones, Cristina dijo: “Hay algunos que quieren que nos peleemos, pero no les voy a dar el gusto”. Resulta evidente que la Presidente cree que el plan para volver zombies a una mayoría decisiva de argentinos ha tenido éxito. Porque sólo quien suponga dirigirse a un conjunto de estúpidos puede creer que, siendo quién inició peleas con medio mundo, va a ser tomada en serio ahora cuando dice que los que quieren que nos peleemos entre nosotros son otros.

El kirchnerismo desde que esté en el poder ha hecho del conflicto, de la confrontación y de la pelea su verdadero leit motiv. Donde existían, los exacerbó y donde no existían, los creó. Para ellos, el gobierno no gobierna; libra una lucha. ¿Contra quién? Contra los enemigos del pueblo, contra los poderes escondidos de las corporaciones. Su discurso bélico -al que defienden como correcto, porque en efecto creen que hay que pelear- es la mejor evidencia de la falsedad que tienen ahora las palabras de la Presidente.

Según sea que le ha convenido, el gobierno se ha peleado con:

los periodistas,

los empresarios,

los comerciantes,

los sindicalistas,

la iglesia,

el Uruguay,

el Brasil,

el campo,

Macri,

los EEUU,

los medios,

los jueces,

los gobernadores,

Obama,

los militares,

el FMI,

el BM,

España,

Shell,

el Club de Paris,

el Gobierno de la Ciudad

Repsol,

Chile,

el Papa,

Clarín,

Coto,

el Reino Unido,

Scioli

el socialismo,

el inmobiliario Saldaña,

la Bolsa,

De la Sota…

Prácticamente no ha dejado títere con cabeza. Pero ahora resulta que “los que nos quieren hacer pelear” son  otros, no el gobierno. Habremos escuchado mal, entonces.

Pregunta inocente: ¿la presidente aspirará a que le crean? Porque si alguien le cree el caso médico lo tiene el país, no ella.