El contagio del laboratorio cordobés

Ceferino Reato

Córdoba inauguró una ola de saqueos novedosos, orientados tanto a supermercados como a negocios de electrónicos, tecnología y ropa deportiva, que está contagiando al resto del país. “La Docta” confirma así su capacidad anticipatoria: allí suelen producirse hechos que luego se expanden a nivel nacional.

Así ocurrió, por ejemplo, con la Reforma Universitaria de 1918 y con el golpe que derrocó al presidente Juan Perón, en 1955, que comenzó allí bajo el lema “¡Cristo vence!”.

Más acá en el tiempo, Córdoba fue el gran laboratorio donde se mezclaron las fuerzas, los valores y las ideologías que detonaron la tragedia de los setenta, como explico en mi último libro ¡Viva la sangre!, que está ambientado en esa ciudad seductora entre agosto y octubre de 1975, meses antes del golpe del 24 de marzo de 1976.

En primer lugar, fue la sede del “Cordobazo”, una revuelta popular que comenzó el 29 de mayo de 1969 y también duró 36 horas; los obreros organizados en sindicatos autónomos tanto del peronismo como de la CGT, aliados con los universitarios, derrotaron a la policía y tomaron el control hasta que intervino el Ejército.

Aquel “Cordobazo” hirió de muerte a la dictadura del general Juan Carlos Onganía y convirtió a esa ciudad en la capital simbólica de todos quienes soñaban con la revolución socialista, que era, según el catecismo marxista, el destino inexorable no solo de nuestro país. “¡Vamos a hacer de Córdoba la capital de la Patria Socialista!”, prometía Agustín Tosco, el recordado secretario general de la filial de Luz y Fuerza.

Tanto era así que Córdoba se convirtió en la meca interna de los grupos guerrilleros que surgieron luego del “Cordobazo”, Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Sus cúpulas nacionales, encabezadas por Mario Eduardo Firmenich y Mario Roberto Santucho, vivieron allí durante varios meses porque querían estar cerca de la clase obrera local, que giraba alrededor de la industria automotriz, la más pujante de su tiempo.

Montoneros y ERP se postulaban como la vanguardia armada de esa clase obrera, que era joven, calificada y ganaba los salarios más altos del país. Por ejemplo, apuntalaban las luchas sindicales con el secuestro o la muerte de empresarios y gerentes de las empresas en conflicto.

La política tiene su dinamismo: Córdoba también anticipó la reacción de quiénes se sentían amenazados por aquel clima de época; de los contrarrevolucionarios, para utilizar un lenguaje de la época. El primer “grupo de tareas” nació, precisamente, allí, en octubre de 1975, cuando fue fundado el llamado Comando Libertadores de América, que tenía hasta un campo de reunión de detenidos y dependía del jefe de la guarnición local del Ejército, que ya era encabezada por el general Luciano Benjamín Menéndez.

Gobernaba el peronismo, la presidenta era Isabel Perón, y los militares se encaminaban al golpe de Estado, favorecidos por la violencia política y el terror que provocaba entre los ciudadanos.

A nivel nacional, hubo 1.065 muertos por razones políticas durante 1975; pertenecían a la izquierda, el centro y la derecha. Córdoba era un infierno de sangre: en los seis meses previos al golpe 69 personas fueron detenidas o secuestradas y aún permanecen desaparecidas.

Los militares ensayaron allí el método -“Disposición Final”, según las palabras del ex dictador Jorge Rafael Videla-, que luego masificarían en todo el país.

Rebeldes y vanguardistas. Córdoba siempre fue una sociedad compleja, atravesada por varias identidades y diversas líneas ideológicas y políticas. La “Córdoba de las campanas” es uno de los mitos más difundidos sobre la identidad local y alude a su posición como centro relevante del conservadurismo religioso durante sus primeros siglos de vida, luego de la fundación en 1573. Pero, de esa Iglesia surgió en los sesenta una corriente de sacerdotes reformistas que derivó en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, cuyo primer encuentro se realizó precisamente en Córdoba.

Luego, la Reforma Universitaria originó el segundo mito: la “Córdoba rebelde”, que aludía a una ciudad liberal, reformista, laica, plural, democrática; la fortaleza de una clase media que avanzaba hacia un horizonte infinito, con centro en la Universidad Nacional, fundada por los jesuitas hace 400 años. Más adelante, con el desarrollo industrial, surgió el tercer mito: la “Córdoba revolucionaria”.

Los saqueos indiscriminados de esta semana reflejan una Córdoba diferente. Es, por un lado, uno de los centros más dinámicos de la Argentina rica del complejo sojero, pero ahora aparece una cara distinta, amarga: ciudadanos que protagonizan una violencia capilar en busca de comida pero también de artículos suntuarios; correlato, tal vez, de la opulencia de unos y la corrupción de otros. Una “Córdoba anárquica” que, como en el pasado, amenaza con otro contagio a nivel nacional.