El sonoro silencio de los gremios docentes

Claudia Peiró

Fue impactante escuchar a la Presidente retomar argumentos “neoliberales” –por decirlo en sus términos- para referirse a los docentes en su discurso de apertura de las sesiones del Congreso.

Pero más impactante todavía es el silencio de los sindicatos del sector que, de haber escuchado esos asertos en boca de algún funcionario no kirchnerista, estarían compitiendo por el repudio más enfático.

El sábado pasado, los argentinos escuchamos a la Presidente de la Nación tratar a los maestros de vagos y extorsionadores. Pero no escuchamos luego ni una sola declaración de repudio o condena a estas expresiones por parte de la dirigencia sindical docente.

No hay proporción entre la rabia desatada contra las aulas durlock del Gobierno porteño y la calma con la que fueron recibidas las sentencias que, al mejor estilo “doña Rosa”, desgranó la Presidente en su discurso. Comentarios de “alta peluquería”, como dijo alguna vez un ex ministro.

Recordemos que en su discurso Cristina Kirchner aludió primero al elevado ausentismo de los docentes. Y, segundo, acusó a los gremios de chantaje por frenar el comienzo de clases cada año en función de sus reclamos salariales. Ni el PRO se animó a tanto.

Sin embargo, en el distrito porteño, donde sí hubo acuerdo salarial con los maestros, de todas formas habrá paro, en repudio a… ¡la falta de vacantes! Un problema que no es de este año, sino de larga data. ¿O alguna vez hubo guardería pública para todos los infantes de 1 a 5 años en la Capital Federal?

Sobre el primer argumento de la Presidente, la pregunta que cabe es: ¿tiene el Gobierno nacional estadísticas de ausentismo docente? En un discurso interminable y lleno de cifras, no las hubo en esta materia, aunque no estaría de más saber de qué y de cuánto se habla exactamente. Presentismo o no, lo que el Estado debería hacer es garantizar el rápido remplazo de cualquier docente que falte, así sea un solo día. Mecanismos que están lejos de funcionar con la eficiencia necesaria.

Por otra parte, el ausentismo es un mal que corroe a toda la administración pública. Es decir, a los empleados de áreas que dependen directa o indirectamente de la Presidente. Pero frenar este flagelo y elevar la productividad de los empleados públicos no es un tema que figure en la agenda oficial. Es más fácil y más demagogo mirar la paja en el ojo ajeno.

El segundo dardo que la Presidente lanzó contra los maestros consiste en proponerles –como a todos los asalariados- que reclamen sin hacer paro, cuando cualquiera sabe que no hay conquista gremial que se haya obtenido sin apelar a la huelga.

Como patronal, Cristina Kirchner no se diferenció en lo más mínimo de los “personeros del neoliberalismo” que sus “pibes para la Liberación” denuncian, señalan y escrachan.

Lo que la Presidente debería haber explicado en el discurso del sábado pasado es por qué, si ha destinado más presupuesto que otras administraciones a la Educación, la calidad educativa sigue retrocediendo y los maestros son remunerados con sueldos indignos de su condición.

Como lo publicó Infobae en su momento, la Argentina tiene el peor resultado educativo en relación a la inversión que hace en el área. De ese “logro” debió hablar la Presidente. Para explicar por qué, con Ley de Financiamiento educativo y todo, las clases no pueden empezar porque los docentes no tienen remuneraciones a la altura de su función, por qué la Argentina no deja de retroceder en calidad educativa y por qué la escuela pública que el gobierno dice defender expulsa constantemente alumnos hacia la educación privada.

No hay plata que valga si los funcionarios no ponen a la Educación al tope de sus preocupaciones, en serio y no de palabra. Si las autoridades no respetan a los maestros –y la propia cabeza del Ejecutivo nacional los trata de vagos y extorsionadores- difícilmente éstos sean respetados por padres y alumnos; y es sabido que uno de los obstáculos para la calidad educativa es precisamente el deterioro de la autoridad del maestro.

Los funcionarios no se han preocupado por cumplir otras disposiciones de la Ley de Financiamiento educativo –como la generalización de la doble jornada escolar-, no han establecido mecanismos de evaluación y no cesan de promover el facilismo en materia educativa (por ejemplo, prohibiendo la repitencia).

En febrero de 2013, es decir hace apenas un año, Cristina Kirchner y su ministro de Educación Alberto  Sileoni presentaron un Plan Educativo en el cual brillaban por su ausencia conceptos tales como conocimiento, contenidos y calidad.

En cambio, se dieron muchas cifras sobre construcción de nuevas escuelas (incluyendo el eufemismo “mejoras” edilicias, para engordar cifras y batir récords imaginarios) y de distribución de netbooks, que en definitiva no son más que herramientas. Si la escuela argentina supo ser excelente con tiza y pizarrón, no es por la falta de computadoras que hoy se hunde cada año un poco más en el atraso.

Una de las metas anunciadas en aquel acto fue la de “disminuir las tasas de sobreedad”. Otro eufemismo: quiere decir que nadie repite. Para que un niño de 8 años no esté “retrasado” respecto a su edad, se lo hace pasar de grado aunque no haya aprendido. La mejora en las tasas de sobreedad –de las que luego se jactan las autoridades- no se debe a progresos en la enseñanza sino sencillamente a que ya no repiten.

El principal objetivo de cualquier plan educativo debería ser volver a tener una escuela en la cual los niños egresen del primer grado sabiendo leer y escribir, como sucedía históricamente. Hoy, no sólo no es el caso para un gran número de alumnos, sino que muchos llegan al final del secundario sin saber leer fluidamente, sin entender lo que leen y sin poder luego expresarlo en sus propios términos; es decir, llegan desarmados al combate laboral y profesional.

La inclusión no debe ser en detrimento de la calidad de la educación porque de lo contrario es una estafa.

De esto no habló Cristina Kirchner. Tampoco lo hacen los sindicatos docentes. Sin embargo, junto con una remuneración justa, la calidad educativa es uno de los elementos esenciales de la dignidad y la autoridad de un docente.