Por: Claudia Peiró
El nombre de Alicia Oliveira está asociado a los momentos fundacionales de la lucha por el restablecimiento de los derechos humanos en la Argentina. Es bueno recordarlo, en esta etapa en la que muchos partidarios de la violencia como método de acción política se escudan –sin mediar autocrítica- detrás de las siglas “DDHH”, travestidos en jueces de una etapa negra de nuestra historia de la cual fueron parte.
Alicia Oliveira no fue una jueza del Proceso; lo enfrentó.
Estuvo en 1979 en el pequeño núcleo de abogados fundadores del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) –del que poco rastro queda en la ONG actual-, junto con Emilio Mignone y Augusto Conte, ambos ya fallecidos, Marcelo Parrilli y otros.
Me consta que puso en riesgo su vida varias veces; como en 1979, en plena dictadura, cuando fue una de los ghost writer del durísimo documento que el Partido Justicialista –en soledad, porque el resto del arco político no lo acompañó-, presentó a la misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA que visitó la Argentina. Era una contundente denuncia de la represión ilegal, en un momento en que la dictadura estaba en su apogeo.
Alicia trabajaba entonces con el dirigente catamarqueño Vicente Saadi, promotor de la iniciativa, y el texto de denuncia llevó la firma de Deolindo Bittel y Herminio Iglesias, respectivamente vicepresidente 1º y 2º del PJ.
Me consta que puso en riesgo su vida muchas veces, no sólo por su posicionamiento político en aquellos años, sino porque tuvo disposición y coraje para ayudar a quienes eran perseguidos. Como cuando viajaba al Brasil, hacia fines del Proceso, para acompañar a exiliados que regresaban al país, todavía bajo estado de sitio y por lo tanto todavía en la ilegalidad y con riesgo de ser arrestados o incluso secuestrados. Ella aceptó acompañarlos, cruzar con ellos la frontera, por si eran detectados. Como su amigo Jorge Bergoglio, nunca se jactó de las cosas que hizo en esos años.
Eso sí: no se quedó callada cuando él fue calumniado por gente allegada a un Gobierno con el cual incluso simpatizaba. Alzó su voz para dar testimonio de la conducta de Jorge Bergoglio – entregado por el Gobierno a la furia de una jauría hipócrita- durante los años del Proceso.
El hoy Papa Francisco tiene muchos defensores; pero el entonces Cardenal Bergoglio fue abandonado hasta por quienes se decían sus fieles seguidores. Alicia Oliveira, en cambio, se enfrentó incluso con lo que hoy ya es más una casta que un movimiento de derechos humanos, en defensa del buen nombre de su amigo Jorge. No le importó ir contra la corriente.
Alicia era una mujer menuda, de aspecto frágil, pero con gran fortaleza de ánimo, generosa y valiente. Y, como a su amigo Bergoglio, jamás la movió el rencor.