En los últimos tiempos se escucha y lee con sospechosa frecuencia duras críticas al populismo con la sana intención de denostar al gobierno nacional. Extrañamente, intelectuales y periodistas abocados a tan noble labor omiten utilizar la acepción: progresismo. La maniobra no es inocente, por cierto. Secuestrar del idioma esta última palabra oculta una intencionalidad político-ideológica que arrastrará inevitablemente a nuevos males.
Progresismo fue la primera construcción lingüística utilizada para definir y abarcar la realidad política inaugurada en el 2003. Experimento acompañado por la inmensa mayoría de los partidos y corrientes políticas del arco nacional, que observaban azorados los profundos cambios introducidos en la década “maldita”. Privatizaciones, desregulación, convertibilidad, ruptura con el Tercer Mundo, inclusión en la economía mundial, frivolidad, entre otros. Allí, como coro griego, actuaba un sector del peronismo constituido como grupo Calafate para inyectar una dosis de izquierdismo light en un peronismo supuestamente neo-liberal, también radicales liderados por Alfonsín, el Frepaso, el Partido Comunista, el socialismo en todas sus variantes, excepto la extrema izquierda, intelectuales, periodistas, docentes, actores y un arco infinito de ciudadanos “bien pensantes”, que como Elisa Carrió, Ernesto Sábato, Beatriz Sarlo o Jorge Lanata, por caso, deliraban de alegría al ver como Menem y los malditos ‘90 se hundían blasfemados por el pueblo. El progresismo como definición los reunía a todos en un convite celebratorio.
La transversalidad procuró sintetizarlos. No pudo ser. Fue el intento frustrado de una esperanza colectiva con estética venerable. Kirchner debió refugiarse en el peronismo cuando observó que las clases medias urbanas le negaban el voto en el año 2005.
¿Pero qué es el Progresismo? ¡Digámoslo ya! Una vaga e inconcreta ideología que a la caída del comunismo se travistió. De la dictadura del proletariado a una democracia autoritaria, dónde las mayorías electorales circunstanciales deben gobernar hasta el fin de los tiempos, sin aceptar las reglas de las instituciones ni el valor de las minorías. Donde el estatismo y el intervencionismo son las únicas herramientas de redistribución de la riqueza ninguneando la participación de entidades intermedias, ONG, autogestión, o la mismísima empresa privada. Es también un cuerpo doctrinario que detesta al capitalismo global y se agazapa poniéndole frenos, esperando nuevos vientos que anticipen su final irremediable. Creen en la lucha de clases como motor de la historia y acceso al progreso, por lo tanto alientan y promueven el enfrentamiento social. Creen en la violencia como partera de la historia. La política es para ellos la herramienta que debe forzar los cambios, cambios elaborados en su intelecto por fuera del devenir histórico y forzando la realidad. Como redentores laicos de la humanidad observan con desconfianza a la religión, la familia tradicional y la sexualidad natural, alentado diversas formas de uniones matrimoniales o relaciones sociales, tanto como el aborto. No creen en el orden, la disciplina y la autoridad que se les antoja valores que perpetúan la injusticia y el bienestar de los grupos de poder. Razones por las cuales son benévolos con la delincuencia y el narcotráfico pues a su manera contribuyen a minar el orden constituido. En fin todo esto entreverado con ropa de marca, camisas de seda, restaurantes a la moda y emolumentos sobregirados. Claro que no todas las premisas citadas se dan juntas en una misma cabeza o partido hay sujetos solubles y ligeros que ven estos asuntos de manera más liviana. De todos modos confirman lo observado.
Dicho esto ¿qué tiene que ver lo enunciado con el populismo? Esta modalidad apareció en el mundo a consecuencia del desbarajuste social posterior a la Primera Guerra y a la crisis del ‘30. Hubo populismos en Europa y en América Latina. Ante la crisis del liberalismo y la irrupción del marxismo surgió el nacionalismo como dique de contención y esta doctrina fue el componente básico del populismo aunque no su análogo.
Ahora bien, la intelectualidad Argentina de aquellos años, bajo la influencia del pensamiento progresista, dictaminó que el peronismo era la versión criolla del populismo. Error que hoy continúan repitiendo, agravado, puesto que adicionan la categoría de populista al actual gobierno nacional cuando es evidente su condición de progresista, que como venimos viendo no es lo mismo. Quedará para otro artículo el debate sobre la errónea definición de populista dirigida a caracterizar al peronismo.