San Martín y el camino a la independencia

Claudio Chaves

El nueve de marzo de 1812 desembarcaba en Buenos Aires el Teniente Coronel don José de San Martín. Lo acompañaban jefes militares que habían combatido en España a las fuerzas de ocupación francesas y que luego de cuatro años veían agotadas sus esperanzas. No quedaba espacio en la península para los ideales del Siglo de las Luces. España se sumergía en el caos de una guerra popular dirigida por bandoleros que, como Espoz y Mina o el Empecinado, sembraban la muerte por gusto, por inclinación: “Queremos matar a alguien, (decían) ellos (por los franceses) nos han matado a los nuestros y nosotros no queremos quedar atrás”

En ese teatro de venganzas, robos y crímenes, estos jóvenes oficiales americanos, educados en la férrea disciplina militar, partieron rumbo a Inglaterra. Daban por perdida a España. Planificaron, entonces, desde Londres la creación de una nueva patria en América bajo los principios de libertad, orden y Constitución.

Ya en Buenos Aires se le reconoció a San Marrín su jerarquía militar. Nominado para crear una milicia, fundó el cuerpo de Granaderos a Caballo. Activo militante de la Logia Lautaro, organización secreta constituida en Londres, se propuso luchar por la Independencia y la Constitución; en ese sentido participó con Carlos María de Alvear en los sucesos del 8 de octubre de 1812 cuando desalojaron del poder al Primer Triunvirato y con él a Rivadavia. ¿Las razones? Se sospechaba que esos funcionarios maquinaban arreglos con España en vez de lanzarse abiertamente a la independencia. Esta ambigüedad preocupó a la Logia.

Molestó, también, la censura a Manuel Belgrano, cuando en las costas del Paraná alzó la Bandera Nacional, y lo obligaron a bajarla. Meses después, Rivadavia insistió en su impostura y ordenó al mismo General, al frente del Ejército del Norte, retroceder hasta Córdoba. ¡Gracias a Dios, el creador de la Bandera desobedeció, venciendo a los españoles en la batalla de Tucumán! Estos tejemanejes hicieron que la Logia desalojara del poder al Primer Triunvirato. Bernardo de Monteagudo, asociado a los logistas y a los hechos, escribió respecto de Pueyrredón y Rivadavia, dos de los triunviros despachados: “Hubo que derribar de un solo golpe a esos dos monstruos políticos que han nacido en medio de nosotros y cuyo veneno se ha derramado en el corazón del pueblo”.

Vino luego el combate de San Lorenzo, donde San Martín logró un importante triunfo que alzó su prestigio en la ciudad de Buenos Aires. Ciudad donde comenzaba a reunirse la Asamblea del Año XIII. La Logia procuraba que dicha reunión declarara la Independencia y sancionara una Constitución. No pudo ser. Los intereses porteños representados por Alvear hicieron que estas ideas fueran postergadas. La relación de San Martín y Alvear se rompió para siempre.

El Libertador comprendió, entonces, que en Buenos Aires estaba de más, y logró su nombramiento al frente del Ejército del Norte. Substituyó allí a Belgrano que había sufrido la doble derrota de Vilcapugio y Ayohuma. Sabía que en el norte y al frente de ese Ejército nada podía hacerse pero el objetivo de alejarse de Buenos Aires estaba logrado. El segundo paso fue alcanzar la jefatura de la provincia de Cuyo. ¡Ese era el plan! Desde allí implementaría su proyecto largamente meditado: un pequeño Ejército bien disciplinado y en condiciones de atravesar los Andes; y una vez en Chile acabar con los godos de ese país. Finalmente por mar atacar al último bastión español, la ciudad de Lima, capital del Virreinato del Perú. ¡Brillante idea! Que logró realizar…

Mientras organizaba su plan impulsó el Congreso de Tucumán.

El Congreso de Tucumán

San Martín desesperaba por la declaración de la independencia. Entonces en una carta a Godoy Cruz, diputado por Cuyo al Congreso, le explicó que reasumir la soberanía de la Patria era impostergable pues colocaba al Rey de España en el lugar de usurpador, de manera que: “¿Cuándo se juntan y dan principio a sus sesiones? ¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia?” La audacia de San Martín y Belgrano, junto a los diputados del interior, hizo la proeza del 9 de julio de 1816.

Además de la Independencia, llegó a discutirse la forma de gobierno que debíamos darnos. Con ese objetivo los diputados citaron al general Belgrano para que manifestara su visión sobre el clima contrarrevolucionario que se vivía en Europa a la caída de Napoleón. Belgrano explicó que solo se podía contar con nuestras propias fuerzas. Que las ideas republicanas puestas en valor por la Revolución Francesa habían perdido espacio y eran perseguidas, razón por la que se inclinaba por una Monarquía Inca con capital en Cuzco. Esta idea de Belgrano asumida por San Martín y Güemes fue rechazada de plano por Buenos Aires y tomada para la chacota por Dorrego, un porteño recalcitrante, que afirmaba “Este es un Rey de patas sucias”.

San Martín opinaba de modo distinto. Apoyaba esa monarquía pues no creía factible una República como la norteamericana que es “un país ilustrado, poblado, artista, agricultor y comerciante” que sin embargo tuvo serias dificultades para alcanzar la federación. “¿Qué será de nosotros que carecemos de aquellas ventajas? Si con todas las provincias y sus recursos somos débiles, ¿qué sucederá aislada cada una de ellas?”

Monarquía o República nos envolvió en acalorados debates. San Martín lo sabía muy bien. En un intercambio de opiniones con Rivadavia en 1812 el porteño le lanzó una botella a la cara al Libertador porque el General defendía la Monarquía.

Hipocresías de don Bernardino ya que dos años después mendigaba un príncipe europeo. ¡Al menos San Martín pugnaba por un Inca!