Estados Unidos: la clase media en caída

Daniel Muchnik

Son muchos los latinoamericanos que, después de vacacionar o pasar largas temporadas en Florida, California o Nueva York, creen que aquella península, aquel estado y esta ciudad son la expresión de los Estados Unidos. Se equivocan. Porque Estados Unidos es muchísimo más que eso. De la misma manera hay quienes sostienen que Estados Unidos es el paraíso tecnológico y la tierra soñada para vivir,  para consolidarse, triunfar, convertirse en vencedor. Es muy probable que sea el destino de algunos pero no de todos. 

Esas imágenes “rosas” no se acercan a la verdad. El que no tiene capacidad de consumo es un paria en los Estados Unidos de estos días. Y el que consume se endeuda con las tarjetas de crédito, conminado a pagar tasas usurarias. La clase media está cayendo en picada. En promedio una familia norteamericana de clase media enfrenta una tasa de compromiso con los bancos emisores de las tarjetas de 30.000 dólares aproximadamente.

Eso es vivir del crédito para enredarse cada mes un poco más en la telaraña de los compromisos. Los sistemas de seguridad social se han achicado y la educación pública es, definitivamente, un desastre. Por ello existen y crecen los centros de enseñanza privados que cobran cifras millonarias. Una universidad sin tanta “marca” recepciona cerca de 60.000 dólares por año y por alumno, salvo aquellas que ofrecen sistemas parciales de becas. Parte de lo que queda de la  clase media prefiere dejar a un lado los ahorros para la jubilación y hacerse cargo de los costos de la educación. Porque sin educación de alto nivel será imposible para sus hijos sobrevivir en el futuro inmediato, por la falta de empleos de calidad. 

“La clase media está desapareciendo en los Estados Unidos”, pronostica, en casi todas sus notas, el economista y Premio Nobel Paul Krugman, un especialista norteamericano de calidad y con decenas de miles de seguidores. El presidente Barack Obama, en Washington, ha dicho que la mayor carga que soporta su país es la desigualdad. ¿Esta encrucijada emergió con la crisis financiera-económica y social que se desató en 2007? No, viene de muy lejos. El problema es que gran parte de los norteamericanos todavía no han tomado demasiada conciencia. En el 2008 las encuestas mostraban que el 6 por ciento de la población se consideraba “clase baja”, por debajo del nivel oficial de pobreza. Sólo el 2 por ciento se definía como clase alta  y el 1 por ciento no sabía dónde podía ubicarse. El 91 por ciento de los ciudadanos, con ingresos de entre 15.000 y 250.000 dólares se consideraba de clase media. Pero para Krugman esta autodefinición de “clase media” no sirve. Y mostró dos ejemplos. El primero: un alto porcentaje de personas con significativos ingresos, superiores a los del nivel de pobreza, no tiene seguro de salud. El segundo: muchos trabajadores no tienen activos financieros (un símbolo definitivo de buena vida en los Estados Unidos) ni plan de jubilación. Parte de ese sector de población no puede pagar la educación privada.

El incremento de la desigualdad es el factor individual decisivo para entender el achicamiento notable de los ingresos de la clase media. Pero esto no se entiende en el estamento más rico de la sociedad y en el Partido Republicano (donde pesa el grupo del Tea Party) que están a favor de los grandes cortes en los programas sociales. Bien se sabe los Republicanos tienen casi cercado al presidente Obama, a quien le rechazan propuestas de mejoramiento en el Congreso y le cuestionan todos los rincones de su administración. Parte del Partido Demócrata de donde surgió Obama no ofrece resistencia a la embestida Republicana.

En un país que se asienta en los sondeos de opinión y en las estadísticas, un  poco de números ayuda a esclarecer: entre 2001 y 2008 el 66 por ciento del incremento de los ingresos favoreció al 1 por ciento más rico. Hace 60 años, la relación de salario de un jefe medio con respecto a la de un trabajador medio era de 30 a 1. Desde el 2002 es de 500 veces a 1. 

Más: el 10 por ciento de los más ricos acapara el 50 por ciento de la renta nacional. Por cada nuevo empleo creado hay seis ciudadanos desempleados. En el 2010 casi 1.700.000 ciudadanos  se declararon en quiebra personal. Casi un 40 y pico por ciento más que dos años antes. Finalmente: 43 millones de personas reciben ayuda alimentaria (food stamps) y el 24 por ciento de los niños viven por debajo del umbral de pobreza.

Para los demócratas y los “liberals” norteamericanos todo empezó con Nixon en el gobierno cuando los grandes grupos empresarios consiguieron increíbles ventajas impositivas, negándose a mantener algunas bondades de del  Estado de Bienestar creado por el presidente Franklin Delano Roosevelt en la década del treinta y del cuarenta para hacerle frente a la Gran Depresión. Hasta 1933 Estados Unidos era extremadamente desigual. Los ricos extremadamente ricos y los pobres extremadamente pobres. Entre 1935 y 1945, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial la brecha entre ingresos de los que más conseguían y los que menos recibían se fue diluyendo. Aquella guerra donde las mujeres reemplazaron a los hombres en la construcción de aviones, submarinos y barcos para la pelea generó una dinámica tal que no sólo terminó con la Gran Depresión. En los años dorados, por ejemplo, es decir los de la década del 50, el ingreso medio familiar se duplicó respecto a 1929. Para Krugman este cambio se asentó en un esquema impositivo que exprimía a los grupos económicos más poderosos. 

Desde Nixon las corporaciones vienen obteniendo importantes privilegios. Las conquistas que se mantuvieron hasta 1980 iniciaron un declive pronunciado. Al New Deal lo desmantelaron, pieza por pieza.