Se comprende que Kicillof no quiera hablar de pobreza

Daniel Muchnik

Desplegando sonrisas sin parar, en medio de rumores sobre su participación en una candidatura presidencial cristinista en el futuro inmediato, haciendo la V peronista (no la de la victoria a lo Churchill) en reuniones internacionales de bastante importancia y en actos locales, Axel Kicillof, Ministro de Economía, hasta ayer profesor universitario, y de inclinaciones marxistas, se ha convertido en todo un personaje mimado por la Casa Rosada.

Niega toda estadística adversa, asegura que vamos fenómeno, que el cepo importador y exportador no hace daño, que no hay atraso cambiario y hasta rechaza por inexactas algunas estadísticas del habitualmente mentiroso INDEC (que oculta y distorsiona las cifras desde su intervención en enero de 2007). El tono de la Presidenta de la Nación para llamarlo en alguna que otra convocatoria demuestra casi un cariño maternal : ” vení chiquito”, le dijo en una oportunidad. En otras cuchichean en plena confianza y en secreto a la vista de los fotógrafos.

Habida cuenta de la desaparición de las estadísticas oficiales sobre la pobreza desde 2013m Kicillof aseguró hace pocas horas :”Yo no tengo el número de pobres, me parece que es una medida bastante estigmatizante”. En declaraciones a radio Metro, el ministro afirmó : “Cuántos pobres hay es una pregunta bastante complicada”.

Sin duda es estigmatizante para una sociedad abundante en activos y en alimentos y en posibilidades advertir que hay pobres. Pero que los hay, los hay, y en cantidad. Los estadísticas de organismos, universidades y estudios privados hacen ascender el nivel de pobreza entre el 24 y el 28 por ciento de la población argentina.

Es decir,ante la cifra más dramática uno de cada tres argentinos es pobre. Un dato feroz si en la ” década ganada” el gobierno se mostró preocupado por los subsidios sociales y las distintas ayudas, aunque ahora, por el creciente déficit fiscal aparecen atenuadas.

Para seguir a Piketty, el economista de “moda”, la desigualdad es pronunciada, peligrosa y estancada. No resuelta, más allá de la catarata de subsidios que algunos especialistas y políticos han cuestionado porque no alienta la cultura del trabajo sino una dependencia extrema del Estado, que pueden implicar votos futuros para quien da el dinero.Uno de cada tres argentinos no tiene ni siquiera esperanza.La situación no se acerca a la catástrofe social del 200l/2002 pero la enfermedad está, las carencias están, faltan las obras de infraestructura.Faltan desagües, faltan tierras para los que la necesitan, no hay provisión de elementos indispensables para la vida más simple.. Y, tampoco hay, por supuesto, fuentes de trabajo dignas como para aquellos que están sumergidos puedan acceder a la dignidad de tener un puesto de trabajo.

Después de diez años de ” crecimiento con inclusión kirchnerista” la mitad de los argentinos cobra un salario inferior a 5.500 pesos por mes. Con una inflación del 30 por ciento prevista para los próximos meses. El mismo INDEC reconoció que empeoró la “distribución de los ingresos”. Esta cifra de los 5.500 pesos para muchos que tienen a cargo familias con dos hijos queda minimizada con el salario mínimo que ha manifestado la GGT oficialista y opositora para atender a las necesidades de los núcleos familiares : 10.000 pesos mensuales.

En estos días el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina ha publicado un trabajo sobre la vida de los “mayores ” en la Argentina. Dos de cada 10 personas que han sobrepasado los 60 y 70 años, asegura el trabajo de la UCA, reside en hogares que tienen que percibir ayudas monetarias. Uno de cada 5 hogares del Gran Buenos Aires padece ” inseguridad alimentaria”. El 15,9 por ciento de los que tienen mas de 60 años dejaron de ir al médico porque no les alcanza ni para pagar el transporte. Y el 17,4 por ciento de la misma capa etárea no pudo comprar remedios.

Se comprende que Kicillof no quiera hablar de pobreza. Estamos en un año electoral, se juegan muchas cartas en la pugna por el poder. No desea correr riesgos estadísticos.