Culto a la personalidad y otros excesos

Daniel Muchnik

El gobierno se jacta de una obra magna cultural. Bienvenida sea. Es la transformación del edificio de Correos en importante centro de actividades creativas. Este emprendimiento se suma a los ámbitos culturales que ha presentado por su parte la Ciudad -la Usina del Arte, la remodelación del Teatro Colón y la transformación de cines de barrio derruidos en salas respetables- y que son entrañables para mucha gente.

La Secretaría de Cultura de la Nación y no otra oficina estatal debería ocuparse de crear o ceder fondos y controlar después para que las provincias también encaren sus trabajos en el ámbito de la cultura, en todas sus expresiones literarias, teatrales, musicales, y en todas las nuevas variantes paralelas y contemporáneas.

El problema es que ya eligieron nombre para el ex-Correo Argentino. Se llamará Néstor Kirchner. En el país, en muchos de sus principales centros urbanos y también en localidades más pequeñas, hay calles, bustos, monumentos, diques, grandes avenidas, establecimientos educativos, salas de reuniones, premios, emprendimientos de distinto tenor como certámenes de todo carácter y color, que ya llevan el nombre de Néstor Kirchner. Para gran parte de la ciudadanía que no sigue los ritmos de la política cotidiana el asunto puede pasar inadvertido. Pega, sí, en los chicos y en los adolescentes que llegan a considerar a Néstor Kirchner como una especie de Dios bienhechor, como consecuencia de la propaganda y el continuo machacar.

Todo cambió: nada de Avenidas 25 de Mayo, Nueve de Julio, General San Martín, Caseros, Urquiza o Perón. Ahora han mutado por el ex-presidente fallecido. Una razón es que gobernadores e intendentes han querido cumplimentar algún deseo de la Casa Rosada. O bien demostrar -ante la ausencia de un federalismo genuino- buen comportamiento a fin de obtener recursos para obras públicas, por ejemplo.

En términos políticos eso se llama “Culto a la Personalidad”. Lo practicaron hasta la fatiga todos los regímenes totalitarios y antidemocráticos. Pasó en la Unión Soviética con Lenin y Stalin, en la Italia fascista con Mussolini, en la China de Mao, perpetuada actualmente con monumentos al “líder y guía inspirador”, en los países comunistas que accedieron al poder después de la Segunda Guerra Mundial, en la Yugoeslavia de Tito y en la Alemania hitleriana. También existe la misma patología en naciones con regímenes autoritarios en el Asia y en regiones desmembradas de Moscú y que tienen presidentes eternos. Y en la Argentina tenemos la experiencia de los tres gobiernos peronistas con la devoción por Perón y por Evita.

Ningún kircherista-cristinista admitirá que la administración que conduce el país desde hace doce años es despótica, autoritaria y practicante de este “culto a la personalidad”. Kirchner héroe. Kirchner mágico. Kirchner personaje de historieta. Libros sobre Kirchner. Un hombre poderoso, que hace milagros. Todo es exaltación. Pero la “grieta” existe y hay quienes opinan con autoridad que el abuso de nombre con respectivos elogios a su persona es patrimonio del autoritarismo. Sí o sí. Basta viajar por el mundo o compenetrarse de algunos procesos históricos.

Pero no es la única decisión empecinada de la actual administración política. La escasez de dólares lleva a un control severo y persecutorio sobre ciertas operaciones. Hay empresas que no pueden pagarle a sus proveedores del exterior. Hay compañías con containers detenidos en el puerto desde hace meses. El cepo frena la producción, altera la vida cotidiana.

Y hay ciertas disposiciones de la AFIP, cuidando la entrada y salida de dólares que llevan al asombro. Me voy a permitir usar un ejemplo personal. Compré tres libros de investigación, que no se consiguen en Buenos Aires, a través de Amazon España, quien cumplió diligentemente. Repito: tres libros por algo menos de 70 euros. El courrier encargado de entregarme el libro, y que ya cobró sus servicios a Amazon, me informó que no podría cumplimentar la operación si yo no llenaba unas planillas por las que la AFIP me autorizaba a ingresarlos. Por tres libros debí cumplimentar los requisitos, que no son fáciles de llenar, como si me hubiera transformado en un importador millonario. Recién entonces, con el visto bueno de la AFIP recibí los ejemplares indispensables para mi trabajo. Si hubiera demorarlo en hacerlo, el operativo me llevó casi una hora, tendría que haber pagado una multa al courrier, que no es de bajo monto.

Así de intrincada es la vida argentina. La de los empresarios, la de los profesionales, la de cualquier ciudadano lector o investigador. Dependemos de resoluciones complejas, burocráticamente pesadas, mientras el gobierno promete no tocar el cepo ni mejorar nuestras relaciones en los ítems del sector externo. Así es la vida en un país encerrado, cercado, vapuleado.