Desesperados

El aluvión de emigrados, camino al norte de Europa, ha despertado los viejos prejuicios europeos. Los de los nacionalistas neofascistas que argumentan la presencia de los que escapan como una plaga peligrosa. Basta ver las fotos de las acciones policiales y civiles en distintos puntos de la ruta hacia el norte. Hay varias imágenes de los “custodios del orden” frenando a detenidos en una zona especial y apaleándolos frente a la menor protesta.

Hay civiles mezclados entre los uniformados que patean a los que quieren proseguir. Una sola foto de lo que sucede impacta, con la misma repercusión de otras imágenes dolorosas. La policía apresa sobre los rieles de un tren a un extranjero a quien acompaña su esposa y una hija. El hombre llora con desesperación y se ha orinado en los pantalones.

Los prejuicios contra este aluvión humano también han circulado por las redes sociales. “Su destino es el interior del África”, escribió uno. “Pueden ser combatientes del Califato disfrazados”, dicen otros. Y uno, que impacta: “Hay que mandarlos a los países musulmanes en el Asia rusa”. En la búsqueda del norte, hacia el paraíso, Hungría se ha portado con maldad. No así los países balcánicos y Austria, tras la odisea de cruzar el mar. Continuar leyendo

De “chirlos” y de límites

Gran alboroto en las redes sociales con la declaración del Papa a favor de los “chirlos” de vez en cuando. Sin ser católico pero sí admirador del Papa, intenté calmar los ánimos diciendo que lo que habría querido decir era que “había que poner límites”. Con ese argumento no convencí a nadie, salvo a unos poquitos. Pero no me quedé encerrado en el rechazo y seguí reflexionando sobre el tema.

Creo que de lo que se trata es del estado de la sociedad, en general. Mis abuelos se criaron, lo mismo que mi padre y los de su generación con castigos físicos o un trato agresivo y distante. De psicología y comprensión ni hablar. Los regímenes de enseñanza eran muy severos. Yo no recuerdo haber recibido ni reprimendas ni torceduras de oreja ni abusos físicos , ni gritos en mi infancia. Sí ingresé automáticamente en el aprendizaje acerca de los límites: hasta aquí se llega, más allá es una transgresión, no es correcto, está mal. Le estoy muy agradecido a mis padres por esas claves .

Hay una límite entre lo moral y lo inmoral. Hay un límite entre lo permitido y lo incorrecto. Hay un límite entre el respeto y el abuso. Hay un límite para las apetencias con la cual nacemos. De lo contrario, todo sería un pandemónium. De eso se han ocupado filósofos y grandes pensadores. ¿Cuándo empieza mi derecho y termina el del otro? Fue por la falta de límites que se perdieron guerras, que no se pudieron evitar fracasos, que se frustraron amores, que no se alcanzó eso, importantísimo, que alguna vez se soñó.

La civilización fue progresando y retrocediendo al mismo tiempo en distintas partes del mundo. El castigo hasta hace poquísimas décadas se imponía incluso en las escuelas, fuera del hogar. Era común en Europa y especialmente en Inglaterra, donde muchos han exigido que se vuelvan a imponer habida cuenta del desorden en las aulas. Fue clásica la imagen del maestro con el puntero pegando en los dedos. Se creía en la “autoridad” firme y decidida como eje de la enseñanza.

Padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos, digo que no hay una combinación perfecta ideal para criar a los chicos. Que las famosas “Guías para padres” de poco sirven. Sin duda que la fórmula de amor constante, protección y guía es segura y creativa.

Pero también debe haber límites. Las sociedades, en gran parte del mundo y en especial en la Argentina, han ingresado en desmesuras por falta de límites. Y los límites se aprenden y se enseñan en la infancia. De la misma manera que se aprende la tolerancia frente al extraño, el respeto al que no es igual. Estudios de la UNESCO hechos en países racistas donde conviven blancos y negros han determinado que el racismo empieza a los 5, 6 años. Hasta entonces, todos son iguales, practican los mismos juegos, retozan y ríen. Es la prédica de los padres, la copia de la actitud de los otros chicos lo que lleva a los infantes a despreciar al prójimo. Tanta importancia tiene la familia como encuadre, sabiduría o desastre.

A comienzos de los años setenta Nacha Guevara cantaba algo así como “Qué psicología ni psicología, primero cuarenta patadas en el culo”. Esa letra expresaba el rechazo al abuso de la psicología demasiado permisiva en el trato con los chicos que ganó la mente de la clase media argentina en la década de los sesenta. El “filicidio”del doctor Arnaldo Rascovsky se impuso como asunto principal que los padres debían tener en cuenta. De pronto hubo más terapeutas por habitantes que en cualquier otro lugar del planeta, y en especial de los Estados Unidos. Es que algunos profesionales entendieron que la libertad total debía surgir detrás de una generación y una historia hecha a golpes. Se exageró. En una escuela primaria -este dato no es inventado ni traído de los pelos- los chicos podían orinar donde se les antojara. Una desmesura, casi una locura. Si el baño estaba ocupado, en el patio estaba bien. Todo era perdonable.

¿Es mejor entonces el castigo en distintas formas? No, de ninguna manera. Pero sí hay límites. Los chicos no los conocen porque no pueden, sus razonamientos no dan para ello.

¿Qué bando ganó la batalla? Ganó la permisividad. En la educación argentina ha dejado de existir el premio al esfuerzo, a la dedicación, al esmero. Y hay concesiones de todo tipo en el sistema de vida argentino para quien no estudia, para quien ocupa el espacio público y para quien abusa del poder político. Es todo lo mismo. Todos felices y sin límites en la calle, en la cancha de fútbol, en la vida cotidiana, en las empresas. Es así como se frustran cuando comienzan la rutina de un trabajo y se les impone horarios y reglas de actividad, y hay jefes que mandan y hay decisiones que a nadie le gusta pero hay que llevarlas a cabo. Es cuando aparece el límite, imprevistamente, cuando la necesidad de trabajar impera. Y hay que entenderlo o sucumbir en el intento.

También es cierto que el chico maltratado reproduce de adulto toda la violencia recibida. Padres pegadores engendran hijos que necesitan venganza o reproducen el odio y la falta de misericordia a su paso. Bordean o participan de la delincuencia. Pero tampoco el otro extremo, el de la falta de límites como muchos padres practican es fiable para lograr una generación vital, sensata y comprometida con la realidad.

El punto medio. Esa es la necesidad y el sentido común..

Sin voluntad de entendimiento no habrá salida

A esta altura de las noticias, en medio de la sangre vertida en París y la gran manifestación pública de repudio contra la violencia en la capital francesa en la que la Argentina no estuvo representada, el “Manifiesto por la Paz”, publicado a página entera o a texto completo en los más importantes medios de comunicación de la Argentina, es un importantísimo llamado de atención. Muchos son los motivos para calificarlo de esa manera.

En primer lugar, fue firmado por políticos, figuras públicas varias y periodistas. Entre tantos colegas, yo también lo hice y con todo mi compromiso. No firmaron funcionarios del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Es una importante convocatoria para que sin distinción de pertenencias religiosas, confesionales, políticas o étnicas, la sociedad entera se juegue por la libertad de comunicación y el derecho a vivir de nuestras creencias. Un mensaje piadoso, de alto grado de humanidad.

Libertad de comunicación sí, aclara el Manifiesto, pero en el marco de la responsabilidad y el respeto. O sea: la comunicación tiene un límite y es no vulnerar los derechos y las creencias diferentes a las nuestras. Hay que condenar, por sobre todas las cuestiones y siguiendo las palabras del Papa Francisco, aquello que “viole la dignidad de las personas”.

Otra frase es importantísima: “Creemos fielmente que todos los hombres tienen el derecho de expresar y comunicar en paz sus ideas y que las divergencias deben resolverse con el diálogo y la reflexión”.

El Manifiesto es, de algún modo, el mismo mensaje que viene trasmitiendo el “Diálogo Interreligioso”, un “puente” entre distintas religiones creado a instancias de Jorge Bergoglio desde la Catedral en el 2002, cuando el país se hundía en el caos, la rapiña y la posibilidad de la desintegración. Formó parte del “Diálogo Ciudadano”, donde trabajaron con ímpetu representantes de todos los sectores pero que terminó diluyéndose, como tantas buenas iniciativas en el país.

Desde entonces el “Diálogo Interreligioso” estuvo representado por Omar Abboud (de la comunidad musulmana), el rabino Daniel Goldman (por el mundo judío) y el sacerdote Horacio Marcó, representante de la corriente religiosa más importante del país e interlocutor diario de Bergoglio. Se sumaron instituciones protestantes, evangélicas y de otra fe. Desde el 2002 pusieron todo su empeño para frenar, con un muro de contención humanista, todos los enfrentamientos entre comunidades representadas en el Diálogo en otros lugares del mundo. Los conflictos en Medio Oriente no se tradujeron en agresiones en la Argentina.

Hace pocos meses, cuando el Papa Francisco viajó a Israel y al mundo árabe, fue acompañado por una delegación de instituciones judías, por el rabino Abraham Skorka, delegados de distintas religiones vinculadas históricamente a esa región y, por sobre todo, por Omar Abboud, en nombre de los musulmanes argentinos. Quedó una foto histórica, donde el Papa abraza, conmovido, a Skorka y Abboud en Tierra Santa.

Generalizar el “Diálogo Interreligioso” y otras sugerencias del Papa Francisco sería esencial en tiempos de odio, en especial en Europa. La islamofobia es enfermante y, de alguna manera, ha recrudecido con virulencia el antisemitismo con fuerza. No sólo en Francia, también en los países bajos, en las liberales naciones nórdicas, en Hungría, en Alemania. La señora Merkel, la primera figura política de Alemania, no sólo participó en París en homenaje al terrible atentado contra la revista “Charlie Hebdo” sino que pregonó para organizar en su país una marcha similar contra la islamofobia. Y marchó, con entusiasmo y pidió que se repitan las manifestaciones de paz y convivencia.

Todos los especialistas han hecho conocer sus reflexiones al respecto. La islamofobia como reacción frente al crecimiento vertiginoso de la población de ese origen y el antisemitismo como búsqueda del chivo expiatorio de la crisis económica decisiva en el viejo continente. Todos son víctimas del prejuicio y la intolerancia extrema. Y en esa actitud férrea no hay posibilidad de distinciones. Los que atacaron matando a “Charlie Hebdo” son inmigrantes musulmanes de segunda o de tercera generación, jóvenes sin trabajo que buscan en el fundamentalismo la justificación de la violencia total. No en vano se viene advirtiendo desde hace meses en el prensa europea que miles de jóvenes franceses y europeos varios de familias musulmanas sin marcos de referencia partieron para pelear en Siria y en Irak o fueron entrenados en el Yemen.

Sin voluntad de entendimiento entre las distintas comunidades y creencias no habrá salida. Considerar que la primera generación de musulmanes que llegaron a Europa, después que cesara el hambre de posguerra en la década del cincuenta, lo hicieron para ser usados en la limpieza de los baños y en las tareas pesadas, como un castigo del viejo colonialismo, no sirve de mucho para poder reflexionar con seriedad. Europa era el paraíso del trabajo y del vivir con cierta decencia para esos colonizados desposeídos. Entonces no hubo prejuicios por parte de franceses o alemanes. Si emergieron cuando no pudieron dar trabajo a los hijos y nietos de aquellos inmigrantes, cuando los arrinconaron en barrios periféricos a las grandes ciudades. Acabado el socialismo como alternativa, con el fracaso de las administraciones en sus países, a algunos no les quedó otra tentación que el extremismo religioso.

Revertir esta pesada carga necesitará un gran esfuerzo de todos.

La autocrítica de los empresarios

Los integrantes de la Asociación Cristina de Dirigentes de Empresa (ACDE) aceptaron el jueves, frente a dos economistas (Javier González Fraga y Orlando Ferreres) y un dirigente político (Eduardo Amadeo), formular una autocrítica de gestión frente a las presiones del poder estatal. Por lo que se sepa es la primera vez que se da un paso tan importante. Sería un aporte fundamental para la nación futura que todos los sectores, de todos los colores y procedencias, revisaran su actuación en el pasado para no repetir errores gruesos que perjudican la credibilidad y fomentan la impunidad. O generan daños en distintas direcciones.

Es indudable que en el caso de los empresarios la movida ha sido incluso sugerida por el Papa Francisco: hay que actuar con coraje, hay que cuidar las instituciones, hay que erigir la credibilidad como un bien supremo. Durante todos estos años de administración kirchnerista-cristinista los empresarios fueron especialmente maltratados. En casi todas las áreas, como si se tratara de enemigos del proyecto de gobierno. Un clima “anticapitalista” estuvo presente en la mente de varios funcionarios. Incluso prosiguió, de manera salvaje, cuando se les echó la culpa de generar la inflación. O cuando se ubicó a jóvenes casi sin experiencia, pero leales al gobierno, en los directorios de distintas compañías, a la fuerza, sin el consentimiento de los mayores responsables de las mismas.

Quizás la expresión máxima del maltrato, el líder de la desconsideración fue Guillermo Moreno, con sus modales de barra brava, de compadrito de barrio, de fanfarrón de café. Siempre con bombos y cánticos partidarios. Imponiendo criterios, acompañado permanentemente de algunos expertos en karate o en boxeo. Esa misma compañía que luego amenazó a los que trabajaban en el Indec cuando Moreno lo intervino en enero de 2007 para demostrarle al mundo que las estadísticas oficiales argentinas eran mentirosas, arbitrarias y alocadas.

Las anécdotas sobre su comportamiento se convirtieron en leyenda.  Con aquellos llamados a los domicilios particulares de los empresarios de madrugada, dando órdenes, O atendiendo a algunos representantes del sector privado con un revólver sobre la mesa.  O aquella convocatoria que hizo en su Secretaría y cuando, al ingresar, vio sentados a sus invitados gritó: “¡En este lugar, cuando entra el Secretario ustedes se paran para manifestarle respeto!”.  O cuando aplicó sanciones millonarias a los economistas privados que elaboraban índices de inflación que de ninguna manera coincidían con el Indec pero que se acercaban definitivamente a la verdad. No era una burla. Fue un disparate, un despropósito, una desmesura que no veía desde el segundo gobierno de Perón cuando fueron a la cárcel los comerciantes intermediarios por agio y especulación. La inflación continuó, claro, porque la gestaba el Estado mismo.

Ahora bien, los empresarios soportaron las sevicias de Moreno sin chistar. Salvo el titular de Shell, Juan José Aranguren, cuya empresa recibió multas y amenazas por doquier. Aranguren subió varios escalones hasta la categoría de héroe. Porque había que tener coraje o dignidad personal o respeto por sus funciones en una compañía multinacional, instalada en el mundo, para hacer lo que hizo en tiempos de euforia y consagración kirchnerista.

Tampoco actuaron los empresarios genuinos frente al avance atropellado y sospechoso de los llamados “empresarios del poder”, que hicieron todo tipo de negocios superando cualquier instancia y a espaldas de ciertas reglamentaciones que se deben respetar. De igual manera, no hubo manifestaciones de protesta por la arbitrariedad del cepo cambiario ni por las limitaciones a las importaciones, que en muchos casos traban directamente  sus líneas de montaje.

Queda claro que Moreno y el Gobierno, sin excepciones, fracasaron  estrepitosamente en sus empeños. La inflación se está acercando al 40 por ciento anual.

Por todo ello los empresarios vieron crecer el deterioro de su imagen. Una pena, porque el país tiene gran cantidad de emprendedores y creadores dispuestos a respetar las reglas del juego, siempre y cuando las normas sean claras. Una de las tareas principales que tienen por delante los líderes del sector privado es ésa: los empresarios forman parte  fundamental de la dinámica de producción. Son imprescindibles. Sin producción no hay empleo, no hay cadenas de valor, ni proveedores, ni pagos ni cobranzas. De lo contrario cargarán con la sospecha de que trabajan para el lobby, para la negociación con el poder político, para el acomodo temporario, antes que para darle vigor a la economía  y los bienes indispensables que necesita el país.