Sintonía fina del Gobierno, gruesa en las pymes

Daniel Sticco

El repentino cambio de política económica que comenzó a implementarse hace poco menos de un año a favor de mayores controles de importaciones, extrema limitación de venta de divisas a las familias y a las transferencias a provincias por la vía de la obra pública, junto al parcial desarme de los subsidios al consumo de servicios públicos, derivó en una abrupta desaceleración de la actividad económica hasta caer en terreno negativo en los últimos meses y no redujo la inflación.

Recurrentemente los técnicos que asesoran a la Presidente justifican el “cepo cambiario” en la necesidad de resguardar las divisas porque el mundo no despega como se insinuaba y Brasil aminoró la tasa de crecimiento, con lo que limitó las exportaciones a ese destino. Y el martes el viceministro Axel Kicillof agregó la necesidad de guardar dólares para completar el fuerte proceso de reindustrialización del país.

Sin embargo, un rápido repaso de las tasas de crecimiento de los países vecinos, que gozan como la Argentina de una sostenida demanda de las materias primas que producen con altos precios en una perspectiva histórica, revela con nitidez que en los últimos doce meses la Argentina lideró el ranking de mayor pérdida de puntos de crecimiento y también el que mostró más incapacidad para acumular reservas pese a los abultados superávit de la balanza comercial de los últimos años.

De ahí surge con claridad un fenómeno que ya se había advertido a lo largo de la última década, esto es, desde la salida de la depresión de 2002, la Argentina tuvo una reactivación notable, pero no respondió tanto a méritos de la política económica, sino a una circunstancia común en la región, con la única salvedad de que al partir de niveles ultradeprimidos las tasas relativas lucieron más asombrosas, pero en valores absolutos fueron insuficientes para acortar distancias con los grandes y sacar grandes ventajas con las economías más pequeñas.

Por el contrario, el espectro productivo nacional mantiene gran parte de las fragilidades del pasado, en particular en la franja más vulnerable, que es la que reiteradamente se predica como la que se quiere fortalecer, como la franja PyME, y es la que la lanzada sintonía fina la llevó a implementar una rigurosa sintonía gruesa para adaptarse al nuevo escenario que determinó el Gobierno.

Mientras que la supuesta “reindustrialización” no se corresponde con la pérdida de participación del sector manufacturero en la creación de riqueza y menos aún como generador de puestos netos de trabajo.

Datos contundentes
De los últimos datos del Ministerio de Trabajo, correspondientes al segundo trimestre del corriente año, se desprende que “la sintonía fina” que anunció la presidente Cristina Kirchner a fines de 2011 diezmó más que en las grandes empresas la capacidad de generar empleo en las PyME con hasta 200 puestos de trabajo.

Así, mientras la franja de pequeños establecimientos con una dotación de entre 10 y 49 personas hasta el último trimestre de 2011 aumentaba la nómina a ritmo de 2,3% a 2,5% por año, y la siguiente de 50 a 199 ocupados lo hacía a una tasa de casi 4% por año, ahora lo hacen al 0,6% en el primer caso y en el segundo debió caer en la destrucción de posiciones a una velocidad de 0,8% al año.

Esto es, en el primer caso la creación de empleos se desaceleró en casi 2 puntos porcentuales y en el segundo el cambio fue equivalente a 5 puntos porcentuales.

En ese período, el segmento de las grandes empresas que midió la Encuesta de Indicadores Laborales del Ministerio de Trabajo en los mayores aglomerados del país, con una nómina de más de 200 empleados, la tasa de creación de puestos pasó de un ritmo de hasta 4,1% anual en el segundo semestre de 2011, se acentuó a 4,4% en los tres primeros del corriente año y se atenuó a sólo 3,5% en el trimestre siguiente.

Además, el Informe Monetario del Banco Central, correspondiente a septiembre, reveló con nitidez las crecientes necesidades de caja de las pequeñas y medianas empresas. Basta observar el apreciable aumento de los pedidos a los bancos de autorizaciones para poder girar en descubierto sobre la cuenta corriente, y el uso del descuento de documentos, a pesar de su alto costo respecto de otras fuentes de financiamiento.

No se trata de un hecho menor, porque semejante debilitamiento de la solvencia financiera y capacidad de generar riqueza de las PyME ocurre en simultáneo con la exigencia del Gobierno de que la banca amplíe el financiamiento a emprendimientos productivos para las PyME, con un piso de 5% de la cartera de depósitos antes de fin de año, a plazos de 3 a 5 años y tasa subsidiada de 15,01% anual.

Los grandes bancos aseguran que cumplirán con esa meta, pese a que resaltan las dificultades para que sus clientes PyME y potenciales les acerquen planes de inversión para ampliar la capacidad de producción, porque en el día a día se encuentran con trabas para importar y nacionalizar máquinas que no se producen en el país, proveerse fluidamente de insumos y partes y hacer frente a demandas salariales que superan sus capacidades de elevar los precios.

Pero además, se encuentran con otro escollo: “la Secretaría PyME aún no actualizó los parámetros topes para ser considerada pequeña y mediana empresa, los cuales se elevaron el 20 de agosto de 2010, pese a que la facturación promedio se elevó en más de 40%”, indican en el sistema financiero.

Del lado de la Sepyme argumentan que eso se trata de una limitación relativa, puesto que “quien haya demostrado su calidad de PyME ante un programa público mantiene tal condición durante 24 meses, independientemente de la evolución efectiva de sus ventas”.

Sería bueno que en los próximos días, cuando se cumpla el año de la profundización del modelo, con “sintonía fina” el Gobierno haga un balance desapasionado y revise aquellas políticas que tanto han afectado al crecimiento de la economía en su conjunto y debilitado las capacidades financieras y de generación de riqueza y empleo en las PyME.