Balance del primer año de sintonía fina

Daniel Sticco

“El gran desafío que vamos a tener en esta etapa que viene es mejorar la competitividad, que no pasa ni por el club de los devaluadores, ni por el club de los endeudadores, que pasa por el club de los que queremos generar mayor valor agregado”, expresó la presidente Cristina Kirchner doce meses atrás.

A un año de ese anuncio, que comenzó con un complejo sistema de presentaciones de declaraciones juradas de necesidades de importación -de todo tipo: desde bienes de consumo hasta insumos, bienes de inversión e incluso instrumental para tratamientos médicos- y luego siguió con la veda a la venta de dólares a las personas –no sólo para ahorrar, sino también para viajar–, la estatización de YPF, la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central para direccionar discrecionalmente el crédito y ahora avanzar sobre el manejo de los fondos de las compañías de seguro y lo poco que queda del mercado de capitales, los resultados logrados, según las estadísticas oficiales, fueron desastrosos.

Antes de enumerar los cambios que sufrieron los principales datos que sintetizan el comportamiento de las empresas y de las familias, no parece ocioso advertir que la coyuntura internacional –la crisis europea, la desaceleración de Brasil– tuvo mínimo impacto, porque no hay país en el mundo que haya cambiado tanto su desempeño como lo hizo la Argentina, ni las devaluadas economías de España, Grecia o Portugal.

Los números oficiales hablan

Sin duda, la economía real –esto es, la producción de bienes y servicios– fue claramente la más afectada: la inversión bruta interna pasó de crecer a tasas de más de 23% a caer más de 15%, en respuesta al freno del crecimiento del PBI; de expandirse a un ritmo de 9% en octubre de 2011, se atenuó a 1,4 por ciento. Mientras que la producción industrial pasó de aumentar 4,4% a caer 1 por ciento.

Semejante derrape tuvo su correlato –como causa, pero también como efecto–: la pérdida de impulso del consumo interno.

Las ventas en los shoppings ya no crecen 22% al año, sino 10,9%, en la medición del Indec, mientras que, si se ajusta por la inflación real y la cantidad de cadenas relevadas, pasó de crecer más de 7% a contraerse 3 por ciento.

En el caso de los supermercados, que involucra consumos masivos, la tasa oficial de expansión se redujo de 19,4% a 12,7% en un año, mientras que bien medida acusa contracción de 2,6%, en contraste con un incremento de más de 7% un año atrás, cuando la mejora de los salarios rendía frutos en la calidad de vida de los argentinos.

El cuadro del comercio exterior fue aún más drástico y no se explica ni por Brasil, ni por el efecto de la sequía en el campo que limitó la oferta de productos, principalmente la soja.

Las exportaciones que crecían a una tasa de 26,6% ahora se contrajeron 12%. Sin duda, los principales responsables fueron el cepo cambiario y las restricciones a las compras de bienes esenciales para integrar la producción nacional.

Esas medidas provocaron un derrape de las importaciones -que de elevarse a ritmo de 27,1% disminuyeron más de 14%-, como la acumulación de pérdida de competitividad cambiaria que provoca la persistencia de alza de costos salariales, impositivos, de servicios públicos y privados superiores en más de 15 puntos anuales a la tasa de devaluación del peso en el mercado oficial de cambios.

El único dato positivo que arroja el balance de un año de la sintonía fina que anunció la Presidente fue la brusca desaceleración de la fuga de capitales, aunque hay dudas sobre la forma de cuantificación, porque las reservas de divisas en el Banco Central pasaron de caer u$s3.569 millones un año atrás a sólo u$s410 millones, a partir del salto del saldo de la balanza comercial de u$s8.161 millones a 10.942 millones. Pero los depósitos en dólares se derrumbaron en u$s5.700 millones.

El mayor perjuicio lo sufrió el mercado laboral

De generar empleos netos a un ritmo de más de 500.000 puestos por año hasta octubre de 2011, ahora apenas se cuentan 90.000, de los cuales 70.000 los crea el sector público en su conjunto.

Con ese cuadro no sorprende que el mercado financiero, que debiera ser el lubricante de una economía en crecimiento con inclusión social, por la vía del aliento del ahorro privado para canalizarlo a la inversión productiva, haya sufrido también una desaceleración, principalmente del lado del crédito, pese a la ampliación de la oferta a tasas subsidiadas en más de 10 puntos porcentuales.

Los depósitos privados, suma de pesos y dólares, pasaron de crecer a ritmo de 26,4% a crecer 21,4%, mientras que los préstamos privados desaceleraron la tasa de expansión de más de 51% interanual a 29 por ciento.

Tiempo de reflexión

El balance de los primeros doce meses de sintonía, con profundización de los controles sobre la actividad privada y cepo cambiario, resulta extremadamente más negativo, en particular en materia de actividad productiva, comercio interior y destrucción de empleos netos en el sector privado, si se toman los recálculos privados de los propios datos oficiales.

La contundencia de los resultados permite advertir que no responden a los naturales costos de implementación y de adaptación de la sociedad a las nuevas reglas, sino a claros errores de diagnóstico, primero, y de implementación, después.

De ahí que si realmente la Presidente de la Nación tiene vocación de impulsar la inclusión, sin alimentar por otra vía la legión de excluidos, y mejorar el estándar de vida del conjunto de los residentes a través de empresas y emprendedores que crecen hacia el mercado interno y externo, debería cambiar los caminos elegidos.

No se trata de ‘estatismo o marxismo sí y liberalismo o neoliberalismo no’, o viceversa, sino de revisar la historia económica de la Argentina y de otros países y ver quiénes en uno u otro caso, u optando por caminos intermedios, han logrado sus objetivos y quiénes prefirieron introducir cambios a tiempo para alcanzar las metas predicadas.

No hacerlo provocará, como hasta ahora, un persistente retroceso en cualquier ranking virtuoso de indicadores sociales y de bienestar, y ascenso en los viciosos de inflación, pobreza, índice de riesgo país, violación de las instituciones, donde los más perjudicados serán, como siempre, aquellos a los que supuestamente se quiere favorecer.