¡El 2011 ya fue!

Daniel Sticco

Sí, el 2011, porque el cuadro cambió radicalmente en este 2012.

En los últimos tiempos diversos funcionarios del gobierno nacional y también legisladores del oficialismo han intentado desarmar las advertencias sobre el severo deterioro de los números de la economía actual resaltando los resultados obtenidos en el año anterior, cuando triunfaron en las elecciones de modo aplastante e incuestionable.

No somos pocos los que queremos ver que se repitan aquellos logros, más aún considerando que el escenario internacional mucho no ha cambiado, al menos en la magnitud como para explicar el brusco cambio de tendencia, aunque claro está ¡de modo sustentable!.

Y no se trata de una expresión de buenos deseos de quienes no comulgan con la política del Gobierno, sino incluso de muchos de los que votaron por la continuidad del modelo, especulando con que la profundización en un segundo mandato los iba a favorecer con un mejor estado de bienestar.

La batería de indicadores que mensualmente difunde el Indec sobre el desempeño de la producción, el comercio interior y exterior, el costo de la construcción, la situación del mercado laboral, así como los de recaudación de la AFIP y el gasto público, junto con los monetarios del Banco Central, revelan con nitidez un severo contraste entre la situación actual y la de doce meses antes. La excepción es la inflación que mide también el Indec.

En el orden social, el deterioro no es menor, y no se trata de sensaciones sino de acciones concretas que afectan a todos, a los que no votaron al Gobierno y a los que lo votaron.

Por eso es de esperar que las manifestaciones masivas de un cambio o revisión de la política económica, pero también de reclamos de acciones efectivas contra la inseguridad, no sólo jurídica, sino también física, sea visto como un pedido desesperado a quienes asumieron la responsabilidad de aceptar el mandato de las urnas para que respondan con políticas superadoras.

Qué dicen las fuentes oficiales

A poco más de doce meses de la decisión de imponer más restricciones al comercio exterior, hasta la compra de divisas por parte de las familias, de reformar la Carta Orgánica del Banco Central para regular mejor la orientación del crédito, la expropiación de la mayoría accionaria de YPF en mano extranjera, la pesificación forzosa del mercado inmobiliario, entre otras decisiones impensadas un año atrás, se observa que los efectos han generado inquietantes costos y no se perciben los beneficios.

Hasta las reservas del Banco Central caen, pese a acumular un superávit comercial cercano a u$s12.000 millones en diez meses y la deuda pública crece a ritmo de u$s12.000 M al año, -aunque se licúa en unos u$s6.500 M por el efecto de la devaluación sobre las deuda en pesos-, pese a pagar con reservas unos u$s10.000 M al año por la predicada política de desendeudamiento.

Incluso, se ha llegado al extremo de imponer la pesificación de toda la economía, pese a la extrema y constante depreciación de la moneda nacional, aunque casi a diario los funcionarios y la propia Presidente hablan de dólares: “pagaremos en dólares”, “los turistas que viajan al exterior gastaron tantos dólares”, “pagamos importaciones por millones de dólares”, “vamos a cuidar los dólares”, “el superávit de la balanza comercial ya llegó a tantos dólares”, etc., etc.

No se aprecia la misma devoción por el peso. La razón es muy simple: a fines de 2001 el billete de máxima denominación permitía comprar una cantidad igual de dólares; hoy, al cambio oficial, con $100 los importadores y algunos elegidos turistas apenas pueden adquirir poco más de 21 dólares y se reduce a menos de 15 al cambio fuga.

Un año atrás esas proporciones eran sustancialmente mayores, de ahí la preocupación de los economistas por la pérdida de competitividad de la producción argentina, incluso la de origen agropecuario que es la que ostenta las mayores ventajas, pese a las abultadas retenciones.

Alto potencial intacto

No es mucho lo que se reclama, porque la respuesta superadora es posible.

Las riquezas naturales están intactas, las capacidades de los trabajadores, también. Además del ocio en el uso del crédito y ahora se agregó la alta capacidad inutilizada en la industria.

Sólo se necesita volver a las fuentes de recuperar la capacidad de ahorro del sector público, devolver valor a la moneda a través de una drástica reducción de la inflación y fomento de los negocios, con productos nacionales y extranjeros.

Sólo así la economía en su conjunto volverá a generar empleos y cerrar el nefasto capítulo del default que, en el caso del Club de París, ya acumula más de 10 años por un total de u$s10.000 millones, entre capital e intereses.

Der ese modo, se podría sacar provecho de la abundante liquidez internacional para reindustrializar el país y encarar las demoradas obras de infraestructura de viviendas, hospitales, escuelas, oferta y reservas energéticas, caminos, ferrocarriles, autopistas y puentes, puertos de carga y de pasajeros.