¿Contracíclico o a contramano?

Daniel Sticco

Cada mes, y cada vez más tarde, la Secretaría de Hacienda difunde el resultado de las cuentas públicas del mes previo y justifica el persistente deterioro del ahorro primario en las “políticas contracíclicas”.

Desde los tiempos de John Maynard Keynes, casi desde mediados del siglo pasado, los economistas profesionales recomiendan a los gobiernos impulsar el gasto cuando la actividad agregada tiende a enfriarse y a contraerlo cuando sucede lo contrario, de modo de contribuir a un crecimiento armónico entre lo público y lo privado, sin generar tensiones inflacionarias o deflacionarias.

El martes el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, destacó que el Gobierno “está tomando políticas contracíclicas” y enfatizó que “están convencidos de que este es el camino correcto“, al justificar el aumento del rojo fiscal financiero en 36% en octubre.

Y nuevamente, repitió, en diálogo con periodistas acreditados en el Palacio de Hacienda, el libreto de los meses previos: “Estamos en un contexto internacional complicado y vemos cómo esto afecta a todas las economías del mundo. Pero nuestra economía se mantiene dinámica aun en este contexto”.

Ya en esta columna he mostrado cómo en el mundo son los menos los países que muestran un frenazo de la actividad productiva y comercial como el que acusó la Argentina en los últimos doce meses. Ni España ni Grecia acusan la pérdida de más de cinco puntos en la tasa de crecimiento del PBI como ocurre aquí, en promedio.

Hay casos extremos, como la construcción, la producción y venta de automotores, el transporte de carga, la venta de los supermercados, el mercado inmobiliario, en los que la desaceleración no sólo superó los diez puntos porcentuales, sino que se llegó a extremos de pasar de crecer a tasas de más de 20% a descender más de 10%, sin contemplar los extremos.

Cambio de rumbo

Los jóvenes economistas que tomaron el control de la política económica en los últimos doce meses consideran que las medidas contracíclicas que pusieron en práctica, como el cepo cambiario, el monitoreo de las importaciones, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central para orientar compulsivamente el crédito a las Pyme y a YPF, la confiscación de las acciones de extranjeros en la petrolera, la agudización del cobro del impuesto inflacionario sobre los asalariados y también a las empresas, el desaliento al pago de dividendos, la pesificación forzosa de todas las transacciones y el impulso de los planes de vivienda para sectores de altos ingresos, entre otros, buscaron sostener la actividad económica y proteger los puestos de trabajo.

El resultado de esas acciones fue contundente e inmediato, pero, hasta ahora, en sentido inverso al anunciado.

El crecimiento del PBI pasó en un santiamén de subir a tasas reales de más de 6% (9% en las cuentas oficiales) a menos dos o cero, según datos del Indec.

La demanda de inversión, sea en construcciones, sea en equipos de transporte o equipamiento industrial, tornó de crecer a tasas de dos dígitos a contraerse a tasas de dos dígitos, con el consecuente efecto sobre la destrucción de empleos y aumento de la desocupación.

Los largamente promovidos superávit gemelos, del comercio exterior y de las cuentas públicas, sufren un acelerado e inquietante deterioro que explican la escalada de la tasa de riesgo país, alejando las posibilidades de la Argentina, de sus empresas y de su gente de acceder al crédito internacional a tasas a un cuarto a las que pagan hoy en el mercado interno.

YPF no logra seducir a los inversores internacionales para participar de un emprendimiento que ofrece una elevada renta real asegurada y que está llevando a la petrolera a competir por el crédito doméstico, con el consecuente impacto alcista sobre las tasas de interés.

Con ese cuadro, no sorprende que los indicadores de consumo, como las ventas en supermercados y en centros de compras acusen caídas en cantidades superiores a 5% anual, en contraste con un crecimiento de similar magnitud, o más, un año antes.

Y la inflación, lejos de desacelerarse, se mantiene a ritmo de dos dígitos altos y en ascenso.

De ahí surge que más que una política contracíclica, lo que se ha estado ensayando, y no aparecen señales de cambio, ha sido la profundización de la marcha a contramano del mundo, pese a que se han ido agotando todas las reservas acumuladas en el pasado.

De manual

Si realmente los técnicos de Economía quisieran revertir o atenuar el efecto de la recesión de la actividad privada, primero deberían ponderar mejor cuánto fue por efecto de la sequía y el enfriamiento de la economía de Brasil y cuánto al impacto de las medidas enumeradas más arriba.

No hace falta ser eruditos, simplemente basta con tener capacidad para ver qué hacen los países vecinos para revitalizar sus economías cuando por causas endógenas o exógenas caen en un repentino enfriamiento:

• Atacar la inflación,

• Reducir los impuestos a la producción,

• Subsidiar la tasa de interés a los emprendimientos productivos para incorporar máquinas y tecnología de última generación, sacando provecho de los bajos precios internacionales,

• Fortalecer las finanzas públicas, con racionalización del gasto para no competir por el crédito con los privados,

• Intensificar los convenios bilaterales para ampliar el comercio internacional, de exportación e importación,

• Seducir a la inversión extranjera con reglas de juego estables e instituciones revaluadas.

Nada o, si se prefiere, muy poco de esto se observa hoy en la Argentina: todo lo contrario.

De ahí que no sorprende que el resultado de la relatada “política contracíclica” haya sido el paso sin anestesia de una economía con alto crecimiento y elevados vicios a otra recesiva y con más vicios, con el consecuente e inquietante efecto de la destrucción de empleos en la industria, la construcción, el comercio, las inmobiliarias. ¿Eso era lo que se buscaba?