Por: Dardo Gasparre
Llueven críticas, improperios, descalificaciones y vaticinios nefastos sobre el manejo de la economía argentina. Con toda justicia.
Todos puntualizamos lo que se ha hecho mal, o lo que se ha dejado de hacer bien. Con total razón.
Todos decimos, algunos ahora, otros hace rato, que el próximo gobierno (pero esta misma ciudadanía) heredará un galimatías económico complejísimo, un presente griego inmanejable. (Nunca mejor empleado lo de griego)
Permítaseme agregar un cuarto vaticinio dramático, total, no cobran por eso: el próximo gobierno encontrará un entramado socio político que le dificultará aún el mínimo cambio.
En algunos casos, como el de los subsidios energéticos, un trabalenguas que contiene desde errores de geopolítica hasta grandes retornos, donde el destino final es el sinceramiento que será inaceptable para el usuario.
En otros, se encontrará con la oposición política en las Cámaras y en los gremios, que, como se sabe, siempre son mansas en las épocas de peronismo y salvajes en las épocas democráticas.
En esas condiciones, aún las mejores soluciones, si las hubiera, se vuelven inservibles ante la decisión de entorpecer, envuelta para colmo en los harapos de la ideología vernácula perdedora y agotadora.
Conociendo cómo piensan y actúan los políticos que vienen, y también los economistas que vienen, tengo mucha aprensión a las soluciones paulatinas, o que se basen en el crecimiento para enterrar el peso del gasto y la deuda, o en el endeudamiento para crecer y entelequias similares.
Es por eso, que estoy convencido de que todas las soluciones pasan por la libertad económica.
La libertad económica no requiere dictar leyes. Más bien derogarlas o no aplicarlas. No requiere un enorme monitoreo paralizante, ni serie de ecuaciones, ni matrices de premios nobeles aplicadas sobre la producción de tampones, ni controles de precios, ni permisos para todos y todas.
Tampoco es tan fácil detenerla con huelgas. Ni saboteando la sanción de leyes.
Usemos como primer ejemplo el mercado de cambios. Salir del cepo puede tomar cien años o 10 minutos. Digo cien años porque las soluciones gradualistas no solamente van perdiendo fuerza en el tiempo, sino que tienen el famoso efecto del ¨teorema del segundo zapato¨ según el cual todos esperamos que siga ocurriendo la próxima devaluación para ahí vender, y mientras tanto, compramos todo lo que podemos.
Mi propuesta es establecer de modo instantáneo un mercado libre de cambios. Libre quiere decir sin el Banco Central como vendedor y comprador de última instancia. Eso también implica la liberación de los mercados de futuro y todos los controles ad hoc.
También implica la libertad para vender o no divisas de exportación, girar dividendos, entrar o sacar capitales o préstamos y correlativas.
Curiosamente, nada de todo ello requiere una ley.
Adviértase que la medida implica una puesta en marcha y resurrección inmediata de toda la economía en estado de coma inducido o suicidio asistido actual, con efectos fenomenales, uno de los más notorios e inmediatos en el agro.
También significa que se reinician todos los proyectos de inversión interna y externa que se habían cancelado durante todos estos años.
Todo ello sin necesitar de una ley, apenas cambiar o dejar sin efecto algunas resoluciones y reglamentaciones.
Los grandes prudentes de la economía fracasada, dirán que eso generará más inflación. Pausa para una sonrisa. La inflación se generó, como sabemos, cuando se emitió, se gastó y se convalidó con aumentos de sueldos irresponsables.
Contener la caída eventual del peso para que esas barbaridades no se reflejen, es seguir matando de hambre al paciente. Esto incluye la precariedad de aplicar un cepo o ancla cambiaria, léase convertibilidad, que consiste en apretarle la garganta al paciente para que no vomite.
Por último, habrá que tomar la actitud de soportar lo que los economistas americanos han denominado una ¨see through inflation¨, que viene a ser el equivalente al ¨bancátela hermano¨ que tan bien aplica la Señora Lunfarda presidencial.
Pero la realidad es que si se quiere parar la inflación, el único camino conocido es detener las causas, que son la emisión, el gasto y su traslado a sueldos. Y esa sí, es una lucha ineludible que hay que dar, y muy al principio.
Pero aún si no se diera, el mercado de cambios libre se ocuparía de hacer sentir su rigor y –aunque menos adecuadamente – se haría un ajuste que asegurase la competitividad y la continuidad de las actividades, como ocurre ahora en Brasil.
Estoy imaginando los comentarios de mis queridos lectores al pie de esta nota, y pido perdón a mi madre muerta por haberla metido en este maltrato. Seguramente recordarán a Domingo Cavallo y a José A. Martínez de Hoz, y los llamarán neoliberales o liberales, etc.
Siento decirles que ninguno de los dos aplicó un mercado libre de cambios. Más bien todo lo opuesto. Los dos con resultados en algunos puntos centrales igualmente perniciosos y negativos.
Siento decirles que ninguno de esos dos ministros fue liberal, ni neo liberal (si eso es algo) ni nada parecido. Sus políticas fueron estatistas, conductistas, restrictivas y de poco protagonismo de los factores. Todo lo opuesto al liberalismo.
En toda la historia moderna del país, el único gobierno con mercado de cambios realmente libre, fue el de Marcelo Torcuato de Alvear, hasta 1928, curiosamente, el momento de mayor apogeo de la Argentina, y curiosamente, el momento en que el país alcanzó el mítico puesto de la sexta economía del mundo. De modo que entren a Google, repasen y dejen tranquila a mi mamá.
Como nadie sabe cuál sería el tipo de cambio en un mercado libre, esa idiotez llamada ¨tipo de cambio de convergencia¨, aún los más ortodoxos temen la aplicación de este tipo de mercado.
En tal caso, nunca debieran ser agricultores, que toman todos los días de su vida, riesgos cambiarios y climáticos mucho más grande que ése al que tanto temen. De estos temores se alimentan los gobiernos populistas y proteccionistas. De este tejido de miedo están hechos los esclavos.
Hemos resuelto el tema del cepo y muchísimos otros el primer día de gobierno. Sigamos usando y abusando de la libertad. Vamos al comercio internacional.
Este aspecto es paralelo no euclidiano con el del mercado libre de cambios, porque en algún punto se tocan. Ciertamente, está lleno de miedos, mitos, patrioterismos, intereses creados, mucha coima, amiguismo, lobbies, gritos, acusaciones y descalificaciones.
Sin embargo, si hay un tema central de la economía que está probado totalmente en la teoría y en la práctica, es que la libertad de mercado es el componente esencial de la riqueza de las naciones. Y es conveniente aun cuando se comercie con países proteccionistas.
En un mundo globalizado, países como el nuestro tiene mucho más que ganar que lo que puede perder si abre sus mercados. Por supuesto que con la pancarta de la generación de empleo, las industrias prebendarias convencen a la población, a los gobiernos y a los sindicatos de que es mucho mejor pagar un auto, por ejemplo, al doble de precio que en su país de origen, para conseguir puestos de trabajo. Lo siento, pero eso no es cierto en nunca en ningún caso que se haya estudiado en profundidad.
Al contrario, el proteccionismo daña seriamente la riqueza de las naciones y de su gente. Cosa que la gente se niega a entender.
Nuevamente se hablará de Domingo Cavallo y su nefasta gestión como un ejemplo del fracaso del libre comercio. Sin embargo, ese ministro fue el mayor defensor del sistema automotor proteccionista actualmente vigente. Doy fe. Por ante mí.
Tampoco hacen falta grandes cambios legales para hacer estos cambios. Y otra vez, a quienes argumenten que la historia argentina está llena de ¨entreguistas¨ vuelvo a recordarle que el único momento de libre comercio pleno, (en ese momento se llamaba librecambismo) fue en la Presidencia de Marcelo T de Alvear, la mitológica etapa de la grandeza y la riqueza nacional. (Es cierto que Martínez de Hoz liberó las importaciones, pero no con libertad cambiara, sino con otro cepo atrasado y con tipo de cambio asegurado, combinación mortal, que no prohíjo por ninguna razón.
Usted que es productor, comerciante, fabricante, dueño de Pyme, vitivinicultor, cañero, industrial de los que la rema, quintero, piense en todas las oportunidades que se le abren. Y los problemas que se acaba de sacar de encima. Por supuesto que tendrá que enfrentar la competencia internacional en muchos casos. Pero nada es peor que tener que pelear contra el Estado argentino.
Vienen luego el gasto descontrolado y los subsidios irresponsables. Sin duda requieren abocarse de inmediato a la solución de esos problemas, ya que la inflación a los actuales niveles es no sólo inaceptable sino que impide cualquier actitud creativa o constructiva, a la vez que distorsiona el consumo y las decisiones de inversión.
He escrito varias notas en esta columna, que el lector puede encontrar a la derecha de esta pantalla, así que no volveré sobre ellas. En algunos aspectos, la tarea ahí consiste en eliminar el latrocinio empresario en todos los presupuestos, que es más grave que las prebendas del proteccionismo.
Cuanto mayor sea el marco de libertad económica, mayor serán las oportunidades de resolver tan complicado tema. Es mucho más fácil la solución en un mercado de alta demanda laboral.
En otros aspectos, se trata también de una apelación a la libertad y a todos los desafíos que ella plantea. Se trata de abandonar la comodidad casi delictiva en muchos casos, de vivir de un estipendio del estado en cualquiera de sus formas, para integrarse a una actividad productiva.
Más, se trata de convencer a muchos que ni siquiera incorporan el trabajo como una posibilidad seria en sus vidas, de que hay un futuro digno y promisorio para ellos.
Comprendo que no es tarea fácil, pero será menos fácil con el estado subsidiando esa manera errónea de pensar y ese proceder cuasi delictivo de hoy.
Para bajar la inflación, el gasto, la carga impositiva, la deuda, el país tiene que crear, en los próximos 4 años, no menos de 5.000.000 de empleos privados. ¿Cómo lo logrará?
Mi respuesta es: con la libertad.
Ser libre requiere coraje, como sabemos. Y cuesta reacostumbrarse. Por eso los pichones de dictador siempre agitan el miedo. El fracaso en libertad siempre permite otra oportunidad, o muchas oportunidades. En cambio, en el estatismo, el proteccionismo o el populismo no hay oportunidad ni éxito posible.
Sé que algún lector me dirá que todas estas ideas son impracticables en la Argentina, por diversas razones que seguramente me acercará. Como en todos los temas de fe, la conversión está a la vuelta de la esquina.
De Alvear, que puso a la Argentina como la sexta economía del mundo, se dijo que como era un “niño bien” casi no trabajaba, y entonces gobernaba poco y dejaba hacer mucho. Eso que parecía entonces tan negativo, acaso sea un buen resumen de lo que necesita nuestro país: que lo dejen ser. Y no me refiero sólo al agro. También a la gente y a su historia.
Y quizás lo que estemos eligiendo en octubre es alguien que nos haga creer de nuevo en las ventajas de ser libres.