Por: Dardo Gasparre
Se ha hecho común decir que la Señora de Kirchner deja una bomba de tiempo al próximo gobierno y por supuesto a todos los argentinos. Como una encaprichada hada maléfica de cuento infantil, no conforme con haber sacrificado una década llena de oportunidades, parece disfrutar planificando la manera de perpetuar el mal que ha hecho e impedir su remisión.
Por supuesto que el análisis frío hace comprender que ese proceder no es un capricho, sino un modo de quedarse con cartas de negociación para garantizarse un futuro sin demasiadas persecuciones ni visitas a tribunales, lo más lejano posible del 10 de diciembre.
Pero si he de utilizar un término bélico, prefiero sintetizar el futuro inmediato que deberemos encarar con la figura de un campo minado, un símil que considero más adecuado a la problemática que recibirán los nuevos optimistas que nos gobiernen durante el próximo período.
En la primera línea de minas, está, por supuesto, el cepo cambiario. Trampa mortal para los que armaron el explosivo y para quienes intenten desarmarlo. Lo sigue el arreglo de la deuda, que ya hemos analizado y que volveremos a analizar desde un ángulo político en breve, una mina que va aumentando su potencia y riesgo con cada nueva barbaridad del aprendiz de ministro de economía y los aprendices de política internacional que nos han tocado.
Los subsidios son luego una de las minas que pueden estallar al menor descuido, tanto en lo social como en lo económico, una disyuntiva de hierro que obligará a tomar riesgos dignos de una película de suspenso bélico, con el héroe desactivando el explosivo.
Y como un campo minado, cuando se pasa la primera línea de minas se encuentran otras y otras, casi infinitamente: vienen luego el proteccionismo, la infraestructura, la no-política energética, el sistema jubilatorio inviable, la regularización de las estadísticas falsas y los juicios que ello generará.
Detengo aquí las similitudes porque no es el objeto de esta nota hacer el detalle de los peligros que se avecinan, sino concentrarnos en la primera mina, que no será estrictamente económica, sino política, aunque terminará afectando la economía.
La primera mina es el Presupuesto Nacional.
Las normas legales que rigen la confección del Presupuesto, que empiezan en la Constitución Nacional y siguen con un paquete de leyes, decretos, reglas, interpretaciones y resoluciones, son, como toda la burocracia, un galimatías deliberadamente indescifrable. Ni que hablar cuando se llega a la Oficina Nacional de Presupuesto, encargada de enredar toda la información hasta que se vuelva incomprensible y fundamentalmente inútil. (Y no indaguemos cuánta gente tiene en sus planillas de sueldos y contratados)
Todas esas disposiciones, arrojan una sola fecha cierta: el 15 de septiembre de cada año es la fecha límite que tiene el Poder Ejecutivo para elevar al Congreso el Proyecto de Presupuesto del año siguiente. Y el Congreso no sólo sanciona o no este instrumento, sino que puede introducirle todas las modificaciones que considere oportunas, solicitándolas al Ejecutivo. O en su defecto, puede no aprobarlo. Es decir, el presupuesto es una ley de Congreso, como cualquier otra.
En ninguna parte de esta tupida y confusa maraña regulatoria he podido encontrar ninguna norma que contemple el caso especial de lo que ocurre en el año de la asunción de un nuevo Presidente. Es decir, existe el riesgo latente de que, en una de sus cabriolas tramposas, el kirchnerismo proceda, con este Congreso- escribanía, a aprobar un Presupuesto para el año 2016 que le ate las manos al nuevo gobierno por un año que será clave, y que le cree fenomenales dificultades.
(Si alguien tiene un dato mejor que el mío que corrija esta percepción, me prestará un gran servicio si me lo hace saber, y sobre todo, se lo prestará a la sociedad) Tal vez exista algún acuerdo no escrito, o una norma casi de cortesía parlamentaria en esas trampas que son los reglamentos de cada Cámara. Pero el kirchnerismo es experto en traicionar todos los acuerdos y romper todos los códigos, como sabe bien el radicalismo, violado varias veces con esas inconductas.
Me limito simplemente a puntualizar esta posibilidad, sabiendo que si hay un daño que se pueda hacer con ese vacío, el gobierno lo hará. Y como puede imaginarse, los efectos de tamaño condicionamiento sobre un Poder Ejecutivo que necesitará justamente todo lo opuesto, o sea una gran flexibilidad política y velocidad jurídica, pueden ser dramáticos.
Pero supongamos que se pasa con éxito esa línea Maginot, para seguir en el léxico de Von Clausewitz. El siguiente obstáculo inmediato será el tratamiento y aprobación del presupuesto para 2016. Es obvio que el proyecto se presentará y será tratado tardíamente por el Congreso, aún suponiendo un imprescindible llamado a extraordinarias.
El Congreso que lo tratará será una mezcla explosiva en sí misma. Kirchneristas remanentes y nuevos, en número importante, influyente y todavía fieles a su abeja reina. Justicialistas con ropajes varios, pero justicialistas al fin. Radicales, Socialistas, progresistas y sensibles varios en dulce montón. Y Macristas, quién sabe con qué ideas.
En otro corte, habrá legisladores experimentados y otros noveles, sin fogueo ni capacidad de negociación y hasta sin conocimiento de la formación de leyes. También oferentes de votos al mejor postor.
Imaginémonos ahora a todos ellos discutiendo un presupuesto elaborado por funcionarios del Poder Ejecutivo que tampoco tendrán mucha experiencia, ni conocimiento de cada área, ni habrán podido empaparse de la problemática – y mucho menos de las posibles soluciones - inherentes a cada área. Y sobre todo, imaginemos un escenario de confrontación deliberada planteado por el kirchnerismo y sus aliados en la ideología, la conveniencia, la corrupción o la idiotez.
Con el kirchnerismo con un negativismo vengativo que recordará al Tea Party de Sarah Palin, con un desconocimiento del funcionamiento de la administración, cuyas líneas (todas k) también opondrán sus propios obstáculos, y sin las alianzas mínimas para negociar acuerdos, por lo menos hasta conseguir moneda de canje, el nuevo Ejecutivo encontrará un rompecabezas jurídico-político bajo el mismísimo dintel del Congreso.
Por una cuestión de oportunidad, el gobierno electo deberá machacar en caliente. Y en esa línea deberá ser el presupuesto que someta a la consideración del Legislativo. Tal presupuesto no será aprobado, por la suma de razones que se han esbozado.
Aún si fuera aprobado, lo sería con insoportables modificaciones, y de todos modos nunca al principio de año, donde se requiere justamente la mayor urgencia de acción. Me atrevo a decir que el presupuesto 2016 no tendrá sanción, con lo que es probable que el nuevo Presidente deba usar el presupuesto 2015 con las adaptaciones, quitas y agregados que prevén las normas legales.
Pero ocurre que el Presupuesto 2015, es, como sabemos, una basura técnica, no ya por las cuestiones filosóficas e ideológicas que lo componen, (que también son escatológicas en muchos casos), sino porque contiene burdas subestimaciones deliberadas en cuanto a la inflación y todos los elementos estadísticos falsos que incorpora. Entre otras razones, para poder utilizar sin control algunos los excedentes deliberados, vía ATN´s o reasignaciones.
O sea que, de utilizar el presupuesto 2015, no solamente se copiarían sus distorsiones absurdas, sino que se agregarían las nuevas a producirse durante la gestión de 2016, tanto en sus números reales, como en el contenido filosófico/económico que imponga el gobierno.
Si se quiere esto más claro, la gestión de la Administración en 2016 bordeará lo ilegal, pero por el lado de adentro de la ilegalidad. Y ciertamente, el presupuesto, inútil herramienta durante estos años, será más inútil aún.
Esta situación será más o menos grave, más o menos paralizante, dependiendo no sólo del signo del partido/facción triunfante, sino del tipo de programa socio-económico que se desee encarar. Debe recordarse que durante todo el gobierno K, los presupuestos fueron casi siempre teóricos, pero el kirchnerismo contó con la inconstitucional y babosa complicidad legislativa que le delegó poderes fulminados por la Constitución.
Esa generosidad cómplice (en el sentido más negativo posible del término) y los presupuestos crecientemente basura, le dieron casi un poder ilimitado sobre las cajas, del que todavía sigue disfrutando aún en la agonía.
Es claro que si el futuro programa socio-económico es de tipo continuista, o simplemente refleja el socialismo romántico y vigésimo siglo de la Capital Federal, tendrá más afinidades con el contenido de ese presupuesto basura, que podrá ser modificado con la delirante autorización que la Constitución de 1994 otorga al Jefe de Gabinete y piloteado con un manejo más o menos serio de sus excedentes, que triplicarán – en una economía ya más que kafkiana – las cifras originales.
Pero si alguien intentase encarar las reformas y cambios que considero esenciales para que el país salga de esta espiral suicida donde fue metido gratuitamente, no será este presupuesto que describo el instrumento adecuado. Más bien será un contrapeso insoportable y paralizante.
Porque quien quiera hacer cualquier cambio importante y serio en las condiciones descriptas, escuchará el terrible ¨clic¨ que denunciará que ha pisado una mina. Y el problema no será la explosión. Será que el miedo le impida levantar el pie y dar el paso siguiente por miedo a la detonación.
El presupuesto 2016: la primera mina de Cristina.