Por: Dardo Gasparre
Recientemente, Elisa Carrió anunció que si intentaban robarle los votos, “sacaría la gente a la calle”. Estaba anticipando la desesperación del Frente para la Victoria (FPV) ante la posibilidad de no ganar en primera vuelta, lo que lo condenaría a la derrota en segunda.
Como la diferencia entre el cielo y el infierno kirchnerista puede llegar a ser de solo cuatro o cinco puntos, la presunción de un fraude tiene fundamentos, en especial en las zonas del malón electoral del conurbano, donde para ser fiscal de la oposición se requiere por lo menos ser cinturón marrón de karate.
La profecía de Lilita puede llegar a proyectarse hacia después de las elecciones, cualquiera fuera el candidato ganador. Sobre todo teniendo en cuenta la conformación de las Cámaras, la cristinización del Ministerio Público y el descuartizamiento y la invasión K de la Justicia.
Si el vencedor fuera Daniel Scioli, habrá que buscar maneras democráticas de hacer valer la presencia ciudadana para quitar el manto protector que el nuevo Ejecutivo tendería sobre la expresidente, con la complicidad de una Justicia acolchonada a esos efectos, luego de haberse incurrido en todo tipo de abusos y tropelías anticonstitucionales.
También la ciudadanía debería organizarse para defender al nuevo presidente contra su propio partido -una enorme paradoja- si quisiera tomar actitudes sensatas en planos tales como arreglo de la deuda, cepo cambiario, apertura de mercados, baja del déficit y de la emisión, reducción de la corrupción, o lucha contra la droga.
Scioli tendrá que buscar inexorablemente esos caminos si no quiere salir expelido por la fuerza de la realidad en una sociedad y una economía que no aguantan más insensateces. Pero si intentase algunas variantes sensatas, en especial en los meses iniciales, clave para estos cambios, se enfrentaría a la ideología, el capricho y el resentimiento sicótico de sus mayores.
En un reciente discurso a su propio entorno materno-político, el gobernauta dijo que esperaba que el Congreso diera libertad al Ejecutivo para negociar la deuda con los holdouts. No hay duda de que comprendía que los legisladores de su propio partido harían valer la letra de la Constitución para entorpecer cualquier arreglo.
En esos casos, ¿qué hará la ciudadanía? ¿Qué haremos? ¿Esperaremos en otra larga agonía hasta que el odio, el resentimiento, el miedo y la psicopatía se agoten, o marcharemos o pararemos para mostrar la disconformidad con la autocracia eternizada?
Ahora supongamos la otra opción. Un triunfo de Mauricio Macri, con el Congreso y la Justicia en las mismas condiciones que las descritas. Habrá que salir a respaldar al nuevo presidente en todas sus decisiones, tanto en las que tienen que ver con propugnar las acciones judiciales contra los corruptos como las medidas económicas impostergables que el FPV querrá, como adivinamos, neutralizar y sabotear. Un largo CV lo avala.
Usará, además de los recursos políticos, las huelgas y los paros, una herramienta habitual que ha usado con éxito el peronismo en toda su historia. ¿Habrá que asistir mansamente a otro torpedo contra la democracia como el de Saúl Ubaldini a Raúl Alfonsín?
Pero también habrá que movilizarse institucionalmente en otros aspectos. El campo y sus organizaciones no pueden simplemente hablar de que no quieren retenciones e impuestos y apuntar con el dedo a otros sectores para sacarles sangre. Tendrán que salir a pedir y presionar para que se baje el gasto, único modo de conseguir una solución duradera.
¿Está el campo preparado para ello, o solo dará discursos encendidos, con razón, pero inconducentes? Macri necesitará presión ciudadana para defenderlo de los obstáculos, y también deberá ser presionado para hacer lo que no quiere hacer.
Los grandes industriales, fuera de su genuflexión cómplice y mendiga de prebendas, no harán nada. Pero el resto del vasto sector industrial trabajador y decente, ¿no debería estar pensando ya en una presencia contestataria y activa en la calle y los foros de la república? ¿Seguirán diciendo que el tipo de cambio los funde, pero que no quieren devaluación? ¿Y qué quieren?
Las economías regionales, ¿se quedarán esperando una próxima elección si no encuentran respuestas? Difícilmente sobrevivirán hasta otra si no hacen algo concreto.
Los jubilados, que son contribuyentes a la hora de robarles los aportes personales y patronales, y mendicantes a la hora de cobrar, ¿se organizarán para protestar y presionar, o se resignarán a ponerse en cola detrás de los empleados públicos privilegiados de La Cámpora?
El populismo, y en general todo el efímero poder político, se basa en que la gente no es capaz de mirar más allá de su pequeña ventaja personal o de su pequeña comodidad. Esa comodidad consiste a veces en comprarse todo lo que le venden.
Las ciudadanías libres son aquellos que han sabido ocupar su lugar en la calle y en la vida republicana. Pacífica, civilizada, sistemáticamente, tenemos que aprender a protestar, a pedir, a presionar, a exigir, a demandar, a auditar. Y por supuesto, a apoyar lo que se crea correcto cuando se intente bastardearlo. ¿O alguien cree que los empresarios corruptos presos en Brasil no son consecuencia directa de las movilizaciones?
Contra la asfixiante hegemonía de los partidos, contra la hipocresía de una dirigencia empresaria y sindical corporativa, hay que empezar a contraponer el poder indisputable de la ciudadanía. En la calle, en todos los foros, en los medios, en las redes.
Las barricadas ya no se hacen con armas ni con palos, sino con la fuerza de la razón y de la convicción. En paz, pero con constancia y organización. Aun los reyes más poderosos y déspotas le temían al pueblo. Esta democracia no nos sirve demasiado con estas reglas. Hay que empezar a cambiarlas. Los políticos, incluso nuestros preferidos, no lo harán voluntariamente.
Usted puede elegir creer, como ocurre tantas veces con Lilita, que estoy exagerando. Puede. Solo le ruego que dentro de algún tiempo no me venga a decir que tenía razón.