Por: Dardo Gasparre
Mauricio Macri mira ya a las elecciones de 2017. No tiene otro camino. Su apuesta en los dos próximos años es apenas mostrar algunos logros de relativa importancia, pero no a costa de perder el apoyo del Congreso en leyes que necesita imperiosamente para que el país vuelva a funcionar.
En ese malabarismo, debe oscilar entre desilusionar a quienes esperan decisiones fundacionales y desairar a quienes no quieren resignar ni un centavo en el robo futuro, no conformes con el robo pasado, estatal y privado.
La clave es llegar a esas elecciones con un razonable nivel de popularidad, sin que en el camino se hayan producido desastres en materia social, política, económica, de salud o de seguridad.
Esto parece un objetivo muy pequeño, pero, sin embargo, es esencial para poder enfocar cambios en serio, que implícitamente se sobreentendieron con el nombre de su alianza.
Más allá de las políticas que Cambiemos pretenda aplicar, necesita que la masa residual kirchnerista que resiste en las dos cámaras desaparezca por la simple matemática democrática. Cualquier resultado de los comicios parlamentarios le asegurará por lo menos la posibilidad de negociar la legislación de fondo. Y de evitar las leyes y las acciones obstruccionistas que se preparan.
Esta necesidad de llegar a 2017 en condiciones razonables no es ignorada por los factores de poder político y económico. Por eso, se advierte el triste espectáculo de amigos y enemigos reclamando cada uno su libra de carne para apoyar o para no obstruir, en dramática parodia al mercader de Venecia. Y así aparecen todos los personajes.
Los gobernadores no aliados, que son peronistas o kirchneristas según les convenga, pero que quieren que sus barbaridades presupuestarias sigan siendo pagadas por el Estado nacional.
Los gobernadores aliados, que descubren ahora el federalismo y la coparticipación, una contradicción grosera y hacen juicio a la nación para cobrar deudas que ya cobraron vía chupamedismo a Cristina Kirchner.
Gobernadores de todo signo, que piden subsidios entongados con sindicalistas y empresas privadas para evitar que “se incendie el país”. Tal los casos de la industria del petróleo, una vergüenza, y de los bodegueros, una transferencia de pérdida por imprevisión. Y seguirán las firmas.
Los sindicalistas que, desde el apoyo o la oposición, desde el sector estatal o el privado, reclaman ahora por aumentos por sobre la inflación que ayudaron a crear, y el mantenimiento de un poder adquisitivo que jamás se mereció. Preparan la reedición de las huelgas de Saúl Ubaldini a Raúl Alfonsín.
El peronismo “peronista”, que pide en la sombra ventajas y prebendas para mantener contentos a sus amigos gobernadores, intendentes, punteros, empresarios y sectores de actividad afines, jurando que garantiza la gobernabilidad.
El peronismo kirchnerista, que pese a oponerse a todo también está dispuesto a negociar, en su mayoría, con las correspondientes contrapartidas. Esto será más cierto en el caso de los legisladores en la medida en que se acerque el límite de su mandato, momento en el que el conjuro de su hada madrina se esfumará y donde venderá [sic] caro su final.
Los empresarios, empezando por el círculo rojo, que inventan todos los días alguna necesidad social, algún subsidio para evitar el desempleo, algún acuerdo secreto con gobernadores para seguir ordeñando los presupuestos. Esto, sin haber empezado todavía el tironeo por obras públicas, licitaciones y anexos. El proteccionismo prebendario en su momento más rentable, aferrado al Mercosur indefendible.
Los banqueros y los financistas, que, por un lado, apoyan con crédito limitado, pero, por el otro, consiguieron un negocio monumental con los futuros del dólar, que inventaron con la gestión canallesca de Alejandro Vanoli, pero que exigieron cumplir, en nombre de la seguridad jurídica, a un país exangüe.
Los holdouts, que estaban dispuestos a hacerle quitas al Gobierno anterior, pero endurecen su posición cuando el país quiere pagar, a sabiendas de que pueden aprovecharse de la necesidad imperiosa de crédito e inversión.
La Justicia, desde algunos fallos inoportunos de la Corte hasta casos obstruccionistas que se preparan, y que serán negociables, al igual que decenas de casos pendientes. Los reclamos por la eliminación de subsidios serán una muestra representativa.
Ni siquiera tiene sentido hablar del sistema de medios, desesperado por la amenaza de la eliminación de la pauta, que los transforma en quebrados de un día para otro, ávido de cobrar favores.
En una estructura presupuestaria donde las provincias tienen el triple de empleados públicos que la nación, con un sistema democrático y partidista que se autoanula, las libras de carne se multiplicarán. Descarnadamente.
Cada cual quiere su libra de carne. Para apoyar, para no obstruir, para votar, para suavizar la crítica, para no oponerse. Pero una libra de carne por vez. Por cada favor, por cada concesión, por cada apoyo, por cada voto.
No hay apoyos ni acuerdos definitivos. Será caso por caso. Una libra de carne por vez. Como Shylock. Cobrando al contado rabioso. Macri sabe que tiene que pagar. Pero el cuerpo del que saldrán las libras de carne es el cuerpo martirizado y dolorido de la república.