Por: Dardo Gasparre
Leemos con una fría distancia que les bancos de Japón y Alemania han comenzado a pagar una tasa negativa a sus depositantes. O para ser más claros, comienzan a cobrar por los depósitos que reciben. Eso ya había pasado con algunas letras alemanas.
La tasa de interés es un indicador central en la economía, y nada de lo que pase con ella debería sernos indiferente. Por eso, no ya como una lejana cuestión internacional, sino como un tema que nos concierne de cerca, importa reflexionar sobre lo que está ocurriendo.
La tasa es esencialmente un precio. El precio del capital. Que ese precio sea negativo ya es sorprendente. Sería equivalente a que para vender una botella de Coca Cola, por ejemplo, la emblemática empresa tuviera que pagarle al consumidor para que se la llevase. Suena ridículo, ¿verdad? En el caso de los intereses es todavía más ridículo.
¿Cómo se llega a esta particular situación? Para comenzar, porque el Estado en algunos de sus disfraces (para estar a tono con el carnaval) ha decidido manipular la tasa de interés con algún artilugio monetario, emisión, compra de acciones o bonos del Estado, o cobrando un interés a los bancos por el dinero que poseen los propios bancos, otra aberración.
Luego porque ya no es posible tener dinero fuera del sistema bancario. Las leyes draconianas anti lavado mundiales y la practicidad de la operatoria electrónica, obligan a que el dinero de cualquier monto y cualquier origen o destino esté bancarizado.
En tales condiciones, la ley de oferta y demanda deja de tener vigencia. Nadie puede hacer otra cosa sino depositar sus tenencias en el banco, con lo cual la oferta de dinero es infinita. La tasa, en esa instancia, puede ser cualquiera.
Otra razón obvia es que hay mucho dinero circulando, que no guarda relación con el tamaño de la actividad económica, concepto sobre el que hay que reflexionar. Si bien no se ha producido aún la inflación que los abusos emisionistas globales presagiaban, el hecho de que el capital no tenga valor es un indicador relevante.
Se dirá que en estos casos puntuales se trata del dinero a la vista, no de inversiones más complejas o sofisticadas. Si bien todavía no han llegado a la exageración de la tasa negativa, todos los bonos y letras, estatales o privados, han sido apretados contra el piso por políticas estatales como el QE1, QE2 y QE3 americanos, o peores y más directas como las del Banco Central Europeo. También de modo artificial, también con manipulación flagrante del Estado, también sin libertad de mercados.
Los defensores de estas políticas estatistas – suponemos que no se disputará el apelativo – dicen que se llevan adelante para fomentar que los bancos presten el dinero en vez de tenerlo en reserva, por temor a episodios como los vividos en 2008.
Dejando de lado que la catástrofe de 2008 fue culpa (sic) de esos mismos bancos descontrolados, ese intervencionismo también indicaría el poco entusiasmo del sistema global en encarar nuevos emprendimientos.
Tradicionalmente, los préstamos bancarios para emprendimientos eran del 75% de su cartera, mientras que el 25% restante estaba colocado en hipotecas. Las cifras hoy se han invertido, lo que muestra esa falta de empuje y entusiasmo del sector privado. Y también la poca predisposición de los bancos a tomar riesgos clásicos asociados al interés que ganaban en esos negocios. Prefieren el moral hazard garantizado, como se ha visto.
Pero la conclusión que no puede evitarse es adónde conducen las exageraciones monetaristas y matematicistas con las que se intentan manipular el mercado y la realidad. Cuando se aplican las maravillosas fórmulas que han merecido varios Premios Nobel (y han quebrado a tantos fondos de inversión) se corre el riesgo de llegar a absurdos como la tasa de interés negativa.
Se puede asistir hoy en el corazón del mercado global, Estados Unidos, a las discusiones entre esos teóricos del capitalismo estatista, que se arrojan con fórmulas que tratan de predecir e influir el comportamiento de los mercados, y que luego, cuando las conclusiones y resultados no coinciden con lo que las fórmulas predecían, tratan de alterar el comportamiento de los individuos y del sistema para que coincida con las fórmulas. A eso se le llamaba en otras épocas estalinismo.
Ahora se le llama economía de avanzada. Una economía en la que las acciones no pagan dividendos, las deudas tienen interés negativo, el riesgo financiero se licua con el bailout estatal sistemático de los fracasados o estafadores y el dinero ha dejado de ser un bien escaso.
La preguntas son: ¿se puede llamar capitalismo a esto?, ¿se puede hablar de libertad de mercados?, ¿se puede hablar de libertad, lisa y llanamente? La manipulación sistemática de los factores financieros con fórmulas y algoritmos que se supone infalibles no es capitalismo. Si se parece a algo, se parece a lo peor del comunismo. Mucho más cuando la realidad se niega adaptarse a las fórmulas y entonces se tuerce el brazo de la realidad para que el resultado sea el esperado.
Capitalismo estatal formulocrático. La mayor mentira de la democracia americana en toda su historia.