Por: Dardo Gasparre
Siempre se dijo que el mundo estaba inundado de dólares. Hoy quedan pocas dudas. Un contexto menos imperialista lo pone además en evidencia tras interconectar y liberar los mercados. Pero parece que la inundación de papelitos verdes no es suficiente y ahora será deliberada, sistemática y perversa.
La idea que varios delirantes barajan es producir inflación core en Estados Unidos, vía emisión descarnada. Impresión de billetes. Esto suena tan absurdo y criminal como si un Gobierno echara Gamexane en el agua potable para matar los mosquitos y otras plagas. Para asegurar el éxito de semejante plan, también se plantea la idea de aumentar los salarios por ley, por encima de las pautas normales de la economía.
Esto no es nuevo. Franklin Roosevelt hizo lo mismo con los salarios en la Gran Depresión, y por supuesto que con la inflación contenida en su inútil New Deal. También Gran Bretaña —con la conducción personal de John Keynes— aplicó ideas similares que terminaron en una pavorosa devaluación de la libra, un colosal default disimulado bajo el nombre de inconvertibilidad de la libra, que licuó todas las reservas mundiales —que sufrió Argentina— y en la depreciación del imperio a un ex país de primera, en los últimos puestos de la tabla.
La crisis del 2008, originada en el robo de los grandes bancos mundiales mediante los subprimes, terminó de poner en evidencia algo que ya venía observándose desde siete años antes: la economía mundial no alcanzaba a mantenerse por su propio impulso, no había suficiente generación de nuevos empleos, la apertura comercial había sido exitosa en incorporar nuevos participantes y distribuir ingresos, pero no en agregar riqueza global real.
El hecho de que Estados Unidos, cuya participación en el PBI mundial alcanzara el 73% al fin de la Primera Guerra Mundial, bajara al 33% al fin de los años setenta y llegue hoy sólo al 22% es un dato que debe haber leído con mucho cuidado Donald Trump, cada vez con más energía en su carrera a la Presidencia norteamericana, sin abrir juicio de valor.
Ben Bernanke, que capitaneó la FED entre 2006 y 2014, explica en su autobiografía profesional, The Courage to Act, los esfuerzos monetaristas para salir de la recesión crónica. Leyéndolo se comprenderá que Estados Unidos ya no tiene un proyecto económico. Sólo una estrategia de manoseo financiero. El globo, sistemáticamente inflado desde 2000 por George W. Bush, no se sostiene. Pierde aire todo el tiempo.
Retrocedo aquí para recordar lo ocurrido al final del mandato de George Bush padre. Enfrentado a una recesión, le pidió a la FED un manoseo keynesiano para poder ganar la reelección. Alan Greenspan decidió mantener la independencia de la FED y negarle ese favor. Bush perdió contra Bill Clinton su reelección, justo cuando la economía comenzaba a repuntar por su propia fuerza. Bush padre diría después sobre Greenspan: “I appointed him, he disappointed me”. Intraducible juego de palabras: “Yo lo designé, él me desilusionó”. Una confesión de intento de manoseo de la economía en toda la regla.
El manejo presupuestario de Clinton, sobre todo al eliminar las hipótesis de conflicto y reducir el presupuesto de armamentos (madre de la corrupción norteamericana) culminó en que al final de su mandato el problema era que, por primera vez en la historia, Estados Unidos no tendría déficit ni deuda.
“No sabemos cómo manejar la economía sin deuda, ya que no podremos controlar la tasa de interés”. Confesión de Greenspan en sus memorias, repugnante para cualquier liberal y hasta para cualquier cerdo capitalista.
Felizmente (?), el 9-11 le dio pie a George W. Bush para hacer lo que venía predicando desde hacía un año: conseguir la aprobación de la Patriot Act, un lamentable retroceso para las libertades mundiales y lograr que la FED, ahora con un Greenspan bueno, convalidara con monetarismo su déficit fiscal armamentista, básicamente para perseguir en una suerte de Wag the Dog hollywoodense a su barbado amigo y ex aliado Osama Bin Laden, en las convenientes cuevas de Afganistán.
Ahí se acabó el problema del superávit norteamericano y el patético Bush hijo avanzó en un proyecto incomprensible hasta dejar de rodillas a la nación más poderosa de la historia. ¿O comprensible?
No es que ahí haya empezado la bastardización del capitalismo, pero fue un buen remate. En rigor, la FED había empezado a ser un títere del Estado cuando, a fines de los setenta, se modificó su estatuto, que la obligaba como único objetivo a defender el poder adquisitivo del dólar, por dos objetivos: defender el empleo y, recién luego, el valor del dólar.
Ese cambio, que cubría las espaldas de los directores de la reserva, también abrió el camino de lo que en términos despectivos denomino el manoseo de la economía. Otros dirán que eso se trata de keynesianismo, pero me niego a utilizar ese término como si fuera una teoría económica seria.
Ahora se piensa en una vuelta más de tuerca: cambiar el paradigma del inflation target por el GDP target. O sea, todo vale. O sea, la política monetaria a cargo del manejo integral de la economía. Una publicación como The Economist, con más prestigio que conocimientos, defiende estas ideas que, tarde o temprano, como hace siempre, terminará execrando. Pero después de los hechos.
Supuestamente, esta idea de generar inflación con emisión y aumento obligatorio de salarios, digna de cualquier país de película de Woody Allen, por ejemplo argentina, redundará en un aumento de consumo, lo que hará crecer la economía norteamericana y, por derrame, la economía mundial, ya boqueando.
No gastaré una palabra más en explicarles a mis compatriotas la estolidez de tal razonamiento, que no es más que populismo en la peor de sus formas, aunque lo preconicen Paul Krugman, Nouriel Roubini, Thomas Piketty y cualquier otro famoso o premio nobel habido o por haber.
En mi próxima nota abordaré el tema de la generación mundial de empleos o, mejor dicho, del fracaso de la generación mundial de empleos, y consecuentemente de la globalización, que está en terapia intensiva a estas alturas, para no decir en coma inducido.
El fracaso en la generación mundial de empleos es también el fracaso más rotundo de la teoría económica ortodoxa. Pero esa es otra historia, como aman decir los contadores de cuentos.
Mientras tanto, Donald Trump, racista, xenófobo, facho y quién sabe cuántos calificativos más, va camino a ser el candidato republicano para suceder a un Barack Obama de opaca gestión. El billonario representa una vasta corriente de opinión que no se compone exactamente de los ricos. Es la clase media norteamericana. Si gana Trump, su primer acto será desconectar el respirador de la globalización.