Gutiérrez pasa varios días haciendo cálculos, mirando facturas, revisando los extractos de los bancos y los resúmenes de las tarjetas. Una noche, con gran seriedad, le dice a su mujer: “Querida, estamos en descubierto en los dos bancos y las tarjetas ya no nos dejan comprar más, porque las cuotas han saturado el límite. Vamos a tener que bajar los gastos”.

—¿Pero es tan grave, querido? —dice la mujer, que es experta en ignorar la realidad.

—Sí —responde el marido—. Vamos a tener que achicarnos.

—¿Y no hay manera de que te paguen un poco más en tu laburo? —dice la optimista.

—Puede ser, pero tomará tiempo —contesta el marido, con paciencia—. Tendría que aumentar bastante mis ventas, así me pagarían más comisión y tal vez me ascenderían a gerente de ventas si tengo suerte. Pero la cosa está muy pesada…

—¿Y entonces? —pregunta la mujer, con miedo de oír la respuesta.

—Podemos vender el auto, así además de lo que nos pagan bajamos los gastos —sugiere el marido, casi en un murmullo.

—¿Y cómo llevamos a los chicos al colegio? ¿Te parece justo que después de tantos años de sacrificio nos quedemos sin auto? ¿Y cómo llevo a mamá a su tratamiento si apenas puede caminar? —Catarata de preguntas retóricas de la esposa.

Gutiérrez ensaya otro camino.

—Podríamos cambiar a los chicos a un colegio más barato, o a la escuela de la parroquia, que es muy buena.

—¿Estás loco? No podemos dejarlos sin futuro. Además, acaban de empezar las clases, no vamos a sacarlos ahora, y se van a quedar sin amigos.

El hombre intenta otra línea.

—¿Y si cambiamos la prepaga? Se nos va veinte por ciento de mi sueldo ahí —La esposa reacciona casi a los gritos—. ¡Eso es matar a mamá! Ninguna la acepta con su edad y sus problemas. Y habría que cambiar los médicos de los chicos… imposible.

La áspera charla continúa varios días, casi hasta llegar al divorcio. El marido propone nuevos ahorros, la mujer contraataca explicando por qué no se puede bajar ni un centavo el presupuesto. Peor, acusa a su esposo de insensible y desalmado con cada recorte propuesto.

—¿Les dimos esta vida, los acostumbramos y ahora les vamos a sacar todo de un día para otro? ¿En qué momento te convertiste en un monstruo sin corazón, Gonzalo?

Gutiérrez baja la cabeza y calla. Por tres o cuatro días no se toca más el tema. Un día llega eufórico a su casa.

—¡Flopy, tenemos que hablar, tengo la solución! —grita. La mujer acude asustada mientras agita las manos recién hechas para que se sequen. Despide apresuradamente a su manicura y se sienta a escuchar.

—Estuve hablando con un amigo financista y tengo una salida. Seguime con cuidado en la explicación antes de opinar.

—Dale —dice Flopy.

—Hipotecamos la casa, nos dan una buena plata, con eso pagamos las cuentas atrasadas y quedamos al día. Nos queda bastante para darnos tiempo a achicarnos y reorganizarnos —sigue el hombre—. Eso nos permite que los chicos terminen el año y vayamos buscando colegio sin apurarnos.

—¡Perfecto! —dice encantada la esposa—.Y también podemos tomarnos ese tiempo para que mamá termine el tratamiento y ver de encontrar una prepaga más barata.

—Obvio —dice el marido—. Y podemos ver de poner el auto a trabajar en Uber, y darle tiempo a Gabriela para que se busque algo medio día y se quede con nosotros cuatro horas para la limpieza y la cocina.

—Pero el viaje a Disney lo hacemos, ¿no? Los chicos están muy ilusionados —dice la esposa, sensible.

—Sí, por supuesto. Pero después nos olvidamos de vacaciones por tres años, ¿eh? —La mujer asiente con la cabeza.

—Lo que tendremos que hacer es borrarnos del club —sigue el marido.

—Bueno, pero en cuanto te paguen mejor o te asciendan lo retomamos, ¿verdad?

—Sí, claro, me voy a matar para vender más y conseguir más comisiones y un ascenso. Ya hablé con mi jefe y le propuse varias ideas que le gustaron mucho. Me tengo una fe bárbara. —Cierra Gonzalo, abraza a su mujer, que lo contempla con admiración.

Detengo aquí la metáfora, porque supongo que nos entendimos. Me quedan algunas preguntas:

¿Mejorará sus ventas y comisiones Gutiérrez?

¿Conseguirá el aumento o un ascenso?

¿Le alcanzará la plata a la familia para seguir gastando al mismo ritmo?

¿Irán achicando paulatinamente el gasto como planean?

¿Podrán pagar la cuota de la hipoteca, de lo que nunca hablaron?

¿Conservarán su casa o la perderán?

¿En dos años, estarán mejor o peor que ahora?

Esas son las incógnitas y los riesgos de tomar deuda para pagar gastos. Por supuesto, le deseo a la familia Gutiérrez el mayor de los éxitos. Con fe, optimismo y sensibilidad. Y que todo sea para bien.