Donald Trump, el aprendiz de presidente

Dardo Gasparre

Poco antes de conocerse el aplastante y lapidario triunfo de Donald Trump en las primarias de Indiana, El Mundo de Madrid daba a conocer una encuesta de Rasmussen en todo Estados Unidos que, por primera vez, daba el triunfo al magnate en un hipotético enfrentamiento con Hillary Clinton.

Es temprano para pronosticar un cambio en la tendencia que por más de cinco puntos favorecía hasta marzo a la ex primera dama, pero el nuevo sesgo no es una novedad en la breve historia de la campaña presidencial del raro magnate, que ha venido desafiando y destrozando los pronósticos de sondeos y expertos politólogos. La derrota de Clinton frente a Bernie Sanders es un dato relevante.

El deshilvanado discurso de Trump toca fibras que se suponían tensas en muchos sectores profundos del pueblo norteamericano, pero que parecían atemperadas o superadas por los criterios modernos de relación entre países y la concepción de una sociedad universal.

La globalización, que los norteamericanos pensaron originalmente como una proyección mundial de sus mercados, ha tenido un efecto contrario muchas veces, que no fue contrarrestado con la flexibilización necesaria para enfrentar la competencia internacional, en especial en el aspecto laboral-sindical y también en el proteccionismo paraarancelario.

Eso ha tenido efectos en la calidad de los empleos y de los salarios. La crisis del 2008, cuando por razones acaso explicables se rescató con dinero público a grandes estafadores financieros, dejó un tendal de disconformes y de afectados reales.

Tampoco ayudó política y económicamente la elusión tramposa de las grandes empresas emblemas del capitalismo, que se radicaron falsamente en otros países.

El Tea Party, fruto del empecinamiento de los sectores más retrógrados, fanáticos y segregacionistas del Grand Old Party (GOP), separó al gran Partido Republicano de su real tarea en el Congreso, al transformarlo en un mero instrumento obstruccionista contra el Ejecutivo, lo que lo alejó del poder y del centro del escenario político y lo condenó a no crear grandes conductores ni figuras políticas representativas.

La fobia contra los inmigrantes mexicanos —sin entrar a analizar siquiera la esencia de la cuestión— le ganó al candidato devenido republicano más adeptos que lo que cualquiera hubiera imaginado. Ello, pese a la idea de construir un muro y obligar a pagarlo a su socio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés) bajo amenazas de aplicarle un recargo del 30% sobre las operaciones financieras.

Curiosamente, esa amenaza del recargo sobre las transacciones fue la misma que usó Estados Unidos para forzar a muchos países a subordinar su sistema bancario a las reglas norteamericanas, y para imponer su sistema de información impositiva Ley de Cumplimiento Fiscal de Cuentas en el Extranjero (Fatca, por sus siglas en inglés), ambos conceptos inspirados en la absolutista Patriot Act, creada por el presidente George W. Bush en la furia inmediata al 9/11.

Imaginemos ahora por un momento lo que un presidente no demasiado preparado ni sensato puede hacer con ese poder y con semejante paquete normativo que puede aplicar universalmente. Trump ha dicho que negociará términos comerciales del modo más duro con China y otras potencias, y les hará sentir el poderío de su país.

También ha expresado: “Cuando sepan que se puede levantar de la mesa de negociaciones e irse, tendrán más respeto por Estados Unidos”. Estos desplantes, y en especial el concepto de bazar turco con que el candidato parece encarar la política internacional, no son tranquilizantes. No sólo para los estadounidenses, sino para el resto del mundo, que recuerda el 1984 orwelliano ante esos dichos.

Aprovechar y atizar los temores y las carencias de la población y prometer solucionarlos con acciones prepotentes o provocativas es demagogia pura. Pero parece estar teniendo éxito, como suele ocurrir con la demagogia. Lo grave sería si, llegado al cargo, se tomara en serio lo que dice.

Estados Unidos, cuya participación en el producto bruto mundial era de 73% al fin de la segunda guerra y de 33% a mediados de la década de los setenta, sólo representa hoy el 22% de ese producto. Sin entrar a analizar las razones, ese hecho, reflejado en algunos aspectos de la realidad cotidiana, es un campo fértil para fogonear el proteccionismo desatado y la violencia interior y empeorar el problema norteamericano y mundial.

En una ultrasimplificación, Trump ha atacado toda la política exterior norteamericana, lo que abre otro grave interrogante para el mundo, que mira entre absorto, sorprendido, y a veces hasta admirado, esta carrera hacia una colisión inevitable contra todos los muros.

Su propio partido ha abandonado la lucha, como anunció de inmediato a su derrota previsible Ted Cruz, otro exagerado pero más prudente. Los republicanos han decidido concentrarse en mantener sus mayorías en las Cámaras, desde donde esperan controlar y neutralizar al delirante millonario.

Lamentablemente, eso condena otra vez al sistema de poder norteamericano a un juego de obstrucción y parálisis en la tarea de gobierno, como ocurrió con Barack Obama, pero esta vez con un presidente impredecible. O predecible. Y condena al mundo a un período de tremenda inestabilidad política y adicionalmente económica.

Como si Donald tratara de recrear algún capítulo de su programa El aprendiz (The Celebrity Apprentice), donde golpeaba la mesa, despedía gente a los gritos y resolvía los casos como un grotesco personaje de ficción, cree que así se puede gobernar la mayor potencia de la historia.

En una colosal paradoja, su partido espera ahora, junto con el resto de los norteamericanos sensatos y el mundo sensato, que Hillary Clinton lo derrote. Luego, los republicanos paralizarán a la candidata demócrata como hicieron con Obama. Jorge Luis Borges no hubiera imaginado este final.

Por ahora, el rocambolesco personaje sigue avanzando y cosecha adeptos y admiración. “Todavía ni empecé con Hillary”, lanza su bravata. Habrá que rogar que alguien tenga los votos suficientes como para decirle la frase que lo hizo famoso en su programa de televisión que hoy intenta llevar a la vida real: “You are fired, Donald”.