El costo del raro proteccionismo energético

Dardo Gasparre

Nadie informado puede cuestionar la recomposición tarifaria energética, ni en su oportunidad ni en su magnitud. Tanto la producción eléctrica como la de gas y petróleo habían llegado a una situación insostenible, que roza el desastre de suministro y el económico.

Esta nota es para recordarle al consumidor que parte importante de estas tarifas que ahora debe pagar tienen que ver con el proteccionismo que impera en la matriz energética en todos sus formatos, y con la connivencia entre esas diversas versiones y el Estado.

Tras la quiebra de 2001, el Gobierno decidió controlar las tarifas de todas las empresas privadas, decisión que luego continuó y profundizó Néstor Kirchner y que exageró luego hasta la caricatura trágica su esposa Cristina.

Con excepción de Shell, sin demasiado peso en la ecuación, el resto del sistema energético guardó silencio o emitió suaves quejidos ante la destrucción de la producción. Era lo que correspondía dentro de un sistema secreto y áulico, el del proteccionismo prebendario.

Las tarifas se congelaron y se subsidiaron, dos pasos ruinosos simultáneos. La exploración, la extracción y la distribución se tornaron económicamente imposibles, pero las empresas protegidas, controladas guardaron silencio. Lo mismo la población subsidiada, como corresponde al populismo, que siempre es bifronte.

Cuando se produjo el colapso inexorable, se lo hibernó con medidas-parche, que además incluían su cuota de corrupción y acomodo: importación carísima de gas que se vendía a una fracción de su costo, empresas del Estado sin función, creadas como cáscaras del fraude, acuerdos de apuro con las empresas productoras, que nunca se explicaron adecuadamente.

Paralelamente, fueron creciendo los acuerdos de las provincias en las áreas de explotación up stream, bajo el amparo de la nación. Los apellidos tradicionales del proteccionismo se fortalecieron y se repartieron concesiones, regalías, retornos, favores, que enriquecieron a gobernadores, legisladores, presidentes y, obviamente, a los protegidos empresarios, ahora invitados a la mesa con Barack Obama.

Néstor Kirchner descubrió que se podía dar un paso más: quedarse personalmente con una parte de las empresas energéticas, que ahora dependían de su limosna y de su regulación. Entonces comenzó su avance sobre Repsol y varias de las privatizadas eléctricas, con formatos de una creatividad asombrosa.

Fondos y personajes totalmente ajenos al rubro y al manejo de capitales aparecieron de pronto comprando empresas que les vendían una participación como si les vendiesen un auto usado. El escandaloso caso de Repsol es emblemático, pero sólo una muestra. La empresa fue premiada por regalarle el control a un amigo de Néstor, con el permiso al vaciamiento, que culminó con la recompra de sus acciones por el Estado a un precio delirante. La producción obviamente fue insuficiente y las reservas (de petróleo y dólares) se perdieron. No distinto a lo que pasó con el gas, la electricidad y las áreas de exploración y extracción, con las variantes propias de cada actividad y del creativo de turno. Testaferros, importaciones ruinosas, concesiones contra inversiones que siempre se esfumaban o se transformaban en juicios y reclamos.

Las cláusulas secretas del contrato con Chevron no son las únicas. Todos los contratos de las zonas de exploración y explotación las tienen. No son por cuestiones técnicas. Son prebendas que concedieron los Estados nacional y provinciales. ¿Contra qué? Por cualquier duda, preguntarle al fiscal Guillermo Marijuan los datos de los pagos que encontró en Estados Unidos relacionados con la concesión de Cerro Dragón a uno de los heroicos empresarios nacionales.

Cada piedra que se levante, cada contrato que se analice, cada acuerdo, cada subsidio, está lleno de prebendas, protección, retornos y, como consecuencia, ineficiencia, despilfarro; en resumen, altos costos. La tomografía de un modelo proteccionista en descomposición, donde los protagonistas conviven promiscuamente en una mezcla de papeles.

Hoy se asiste al show hipócrita de las provincias del sur pidiendo recursos de amparo para que no se aplique el aumento de tarifas que con su permisividad encarecieron. O a los mismos legisladores que aprobaron contratos que son de lesa patria interpelando a los ministros por tratar de paliar las barbaridades incurridas. Y al kirchnerismo residual (de residuos), director de la orquesta mussoliniana desorbitada, reclamando como si el aumento en las facturas fuera obviable o postergable.

Lo importante es que el consumidor y la ciudadanía toda deben entender que las tarifas energéticas, incluyendo la nafta, tienen estos niveles por culpa del proteccionismo, el estatismo, la corrupción y la ineficiencia que ambos acarrean siempre.

Las empresas privatizadas fueron llevadas —vía ahogo tarifario— a un proteccionismo que aceptaron gustosas, a un esquema destructivo y corrupto, y finalmente a una sociedad anónima con los funcionarios, no con el Estado, que nos llevó a todos a la ruina. Ahora se están intentando arreglar los efectos del problema. Pero eso no arregla el problema. El problema es el proteccionismo. El problema es el Estado. Eso es lo que usted paga de más en la factura de cada mes. Valdría la pena recordarlo.