Basura: una solución política y un llamado a la conciencia

Diego Kravetz

La crisis de la basura en la Ciudad de Buenos Aires tiene muchos responsables y pocas soluciones. Los porteños sufren por estos días las consecuencias de la falta de previsión política, pero también de su propia falta de conciencia. Por eso, sólo una agenda integral a largo plazo servirá para mejorar la gestión, siempre y cuando venga acompañada de un profundo cambio cultural.

El escenario es complejo. Por un lado, con un debate abierto, latente, sobre cómo administrar los residuos de manera eficiente. La licitación propuesta por la Legislatura en el 2011, con 10 años de plazo para la recolección de residuos, apuntaba al cambio de camiones -y de sistema- para una limpieza efectiva, sin excusas.

A pesar de eso, la Ciudad ha empeorado mucho en los últimos dos años. Acaso nunca estuvo tan sucia ni olió peor.

Frente a ese escenario, se deben explorar alternativas para un abordaje urgente y amplio. Por ejemplo, las nuevas tecnologías de incinerado que se utilizan en Dinamarca, Holanda y Alemania, países con altísima protección medioambiental.

Es tan evidente la saturación en los sistemas actuales, y tan claro el colapso de la lógica de administración tradicional, que sorprende la postergación de las opciones de mayor control e incineración.

Ese sensible ajuste en la matriz de la gestión ambiental debería incluir una política de recursos humanos que ofreciera las condiciones necesarias para garantizar un servicio mínimo incluso frente a los conflictos salariales o sindicales que pudieran surgir.

Desde ya, nada será suficiente hasta tanto no haya un verdadero cambio de conciencia en la agenda ecológica de cada familia. Hasta tanto no haya un compromiso de cada porteño.

El cuidado del lugar en el que vivimos es una responsabilidad de todos. Los errores y la torpeza de la política no nos hacen menos responsables por la cantidad absurda de basura que se arroja a la calle.

Buenos Aires tiene una deuda pendiente con su aire y con su tierra. Y esa deuda no es de un gobierno, es de todos. Es hora de que los porteños comprendamos que no somos turistas en nuestra ciudad. Si no damos el primer paso, es imposible.