Los vindicadores

Diego Rojas

1. “¡A mí no me grita nadie!”. ¿Cuál es la gota que colma el vaso de la paciencia cuando el cansancio frente a los maltratos conduce a tomar la más definitiva de todas las decisiones? ¿Cómo es el momento en el que la palabra “basta” atraviesa la conciencia y se transforma en un acto de la más extrema materialidad, es decir, la muerte? El pasado fin de semana la conmoción ganó a la localidad de Adolfo Gonzales Chaves (a 50 kilómetros de Tres Arroyos), luego de que -en el pueblo rural llamado Juan E. Barra- el peón Alberto Bonifacio Martínez pronunciara las palabras que encabezan este texto, dichas a Jorge Pizarro Costa Paz, su patrón -con quien discutía en tono airado- antes de pegarle un tiro de escopeta y matarlo. Martínez -de 72 años, oriundo de la zona, de oficio puestero, analfabeto- ingresaba así a la lista argentina de los actores de la vindicación, hecho mediante el cual el crimen construye, a través de formas confusas, una declaración de la dignidad.

2. “El único que me gritó ha sido mi padre, y murió hace 50 años”. Esa fue la advertencia con que previno Alberto Bonifacio Martínez a Jorge Pizarro Costa, quien -según los testigos que entrevistó Jorge Mendiberri, periodista de Tres Arroyos- mantenía un conflicto con el anciano peón desde hace mucho tiempo debido a una relación signada por el maltrato, las bajas pagas, la falta de beneficios sociales y la precariedad en general de las condiciones de vida que le ofrecía como patrón.

Estos mismos días se estrenó en la cartelera local la película Django unchained, la última y elogiada producción de Quentin Tarantino, que también se introduce en los laberintos de la venganza social y política en los años previos a la guerra civil estadounidense, conflicto armado que terminaría acabando con el régimen de la esclavitud. Django es un esclavo que es liberado y convertido en socio por el cazarrecompensas alemán doctor King Schultz. De este modo, convierte su sagacidad natural y su aptitud con las armas en las señas que le permitirán recorrer el camino de la venganza contra los hombres blancos que habían convertido el régimen social de la esclavitud en un pretexto para el sadismo basado en la combinación de placeres pugilísticos salvajes, la frenología justificadora de la superioridad blanca y los negocios realizados con la carne humana llegada desde el África. El film -notable en cada fotograma, en cada diálogo, en cada banda de sonido musical elegida para cada escena- usa las armas de la ficción para dar cuenta de las venganzas individuales fructíferas pero que sólo podrían tener un correlato exitoso a través de transformaciones sociales masivas, históricas, revolucionarias.

El personaje de Django surge de una situación social real que se expandía en los Estados Unidos antes de su guerra civil. La historia nacional podría -y lo ha sido- ser fuente para relatos sobre la vindicación. Desde aquellos bandidos rurales como Juan Bautista Bailoretto -que produjo la muerte de varios policías que lo perseguían y fue conocido como “Robin Hood” por repartir el resultado de sus atracos entre los pobres, además de ser difusor de propaganda anarquista- hasta Kurt Wilckens -también ácrata, que ajustició al coronel Héctor Varela, responsable de los fusilamientos de los obreros huelguistas de la Patagonia Trágica- pasando por “Mate Cosido” –sobrenombre de David Segundo Peralta, famoso por sus atracos a grandes empresas como Bunge y Born, Dreyfuss o la hiperexplotadora La Forestal-, la Argentina forjó vindicadores. Esas personas que apelaron al delito para intentar resolver el espíritu de una época -la capitalista- atravesada por el crimen contra los humildes.

3. “Le voy a pegar un tiro”. Esas fueron las palabras con las que Alberto Bonifacio Martínez -puestero de 72 años, analfabeto, trabajador rural de Gonzales Chaves- interrumpió la discusión que sostenía con su patrón Jorge Pizarro Costa Paz para ingresar a su rancho rural precario, tomar su fusil, volver a salir y disparar y matar al hombre que le había gritado como nadie lo había hecho desde que su padre le gritara, hacía más de cincuenta años. El peón rural había dicho: “basta”. Alberto Bonifacio Martínez permanece preso en la comisaría de Tres Arroyos. Es de esperar que, dadas las circunstancias de su crimen y su edad, sea -si es que así lo decide la Justicia– condenado a cumplir prisión domiciliaria.