Un rey argentino para la monarquía más oscura

Diego Rojas

La institución más reaccionaria del planeta ha elegido a su nuevo monarca, cuyo origen es argentino –circunstancia que se introdujo en la política local con las características que tiñen a esta época de acuerdo con la antinomia “kirchnerismo-antikirchnerismo”–. Sin embargo, más allá del fervor nacionalistaazuzado por el origen peronista del nuevo comandante en jefe de las fuerzas armadas de la religión– y las alegrías geopolíticas que devienen del nombramiento de Francisco (de Flores) como nuevo sumo pontífice, no es recomendable olvidar el tinte retrógrado de toda la cuestión.

Se ha alabado la supuesta racionalidad de la decisión de Ratzinger de abandonar el trono papal antes de sucumbir ante los mecanismos de la vejez, cuando lo más probable es que haya renunciado por el miedo. Miedo, incluso, ante la muerte. Nadie debería omitir que la nación vaticana está atravesada por las mafias: no es sólo una percepción sino que hay documentos que lo prueban –y que el mayordomo papal Paolo Gabriele, una de las personas del círculo íntimo del alemán, se había encargado de filtrar a la prensa–. Los VaticanLeaks que el mayordomo suministró a periodistas italianos –y que le costó una condena de un año y medio de prisión perdonada por el mismísimo ex Benedicto XVI– muestran la debacle moral, cultural y financiera de la Santa Sede, y señalan las internas del poder que habrían decidido ponerle fecha al fin del reinado de Ratzinger mediante su fallecimiento. Movida criminal a la que antiguo jefe de la Congregación de la Fe (llamada en sus orígenes “Inquisición”) se habría adelantado suplantando una tumba en el mausoleo vaticano por un fin de temporada terrenal en los jardines del palacio papal de Castelgandolfo.

La institución católica está atravesada por quiebras eclesiales en todo el mundo –sobre todo en Irlanda y Estados Unidos, cuyos episcopados pagan cifras multimillonarias a las víctimas de abusos sexuales realizados por curas de la iglesia (entre 2007 y 2009 los católicos norteamericanos pagaron más de mil millones de dólares en juicios por violaciones realizadas por hombres de túnica blanca y comunión diaria a las seis de la mañana)– que oscurecen aún más el panorama económico del privilegiado barrio romano en el que se erige la Santa Sede. Un panorama económico en declive que, pese al supuesto favor de Dios en todo este asunto, no es ajeno a la crisis económica mundial que atraviesa el capitalismo. Ettore Gotti Tedeschi es el nombre del director del Intituto para las Obras de Religión (eufemismo que designa al banco vaticano) que fue destituido de su cargo por el propio Ratzinger. Tedeschi también temía por su muerte y así lo hizo saber públicamente. Dejó un dossier en el que revelaba los negocios cada vez menos fructíferos de la mafia vaticana invertidos en la producción y tráfico de armas (los católicos son los principales inversores en el Beretta Holding, uno de los principales productores de armas mundial), en el lavado de dinero y en el negocio inmobiliario en todo el orbe. Se puede caracterizar que la renuncia de Ratzinger es un epifenómeno de la crisis capitalista.

(Una digresión: la tercera parte de la gran obra fílmica El Padrino, de Francis Ford Coppola, es una muestra de lo visionario del arte cuando observa a su alrededor: “The Inmobiliare”, la empresa vaticana a la que se sumaba el clan Corleone, muestra lo pútrido de la institución católica cuando se ocupa de administrar las cosas de este mundo).

El argentino Jorge Bergoglio se ha encaramado en las cimas de un estado teocrático de terrible influencia en todo el planeta. Bergoglio, de ahora en más conocido como Francisco, perteneció a la derechista Guardia de Hierro en los setenta y se ocupó de limpiar de tercermundistas (esos ilusos activistas de izquierda del catolicismo) en su congregación jesuita. El cura criado en el barrio de Flores forma parte de una Iglesia que fue cómplice en su conjunto de la dictadura y no se le conocen declaraciones condenatorias del rol eclesial bajo la dictadura –muy por el contrario, esa fallida congregación anticientífica nunca (pero nunca) condenó al capellán Christian Von Wernich, cura de picana en mano y Biblia en la otra–. Bergoglio caracterizó al matrimonio entre personas del mismo género como una “una movida del Diablo” (sic y con mayúsculas) y fue la cabeza de una Iglesia con influencias en la educación (en Salta la materia “Religión” es obligatoria) y la conformación retrógrada de la cultura argentina. Pero por sobre todo, el cura Bergoglio –hoy Francisco de Roma– es un adalid de la lucha contra el aborto legal y gratuito en el país (además de oponerse al inocente reparto, también, de preservativos). Su rol en contra de la legalización de un derecho fundamental para la mujer lo ubica en el campo específico y privilegiado de la reacción. Oscuro panorama el del movimiento de la mujer cuando su máximo enemigo reina hoy en el Vaticano.

La presidenta Cristina Fernández, más allá del temor del activismo kirchnerista ante la posible influencia del hombre encaramado a –perdón, ciencia– interlocutor de Dios, acuerda con Bergoglio en un tema fundamental: ambos se oponen fervientemente a la legalización del aborto. La presidenta Fernández es parte de ese campo político que le rinde pleitesías demagógicas a un exponente de las fuerzas existentes en contra del avance científico y cultural del mundo y de nuestra nación. Todos chupacirios. Desde el más alto lugar del Ejecutivo hasta las oposiciones internas de Daniel Scioli o Sergio Massa a las externas de Hermes Binner, Fernando “Pino” Solanas, Elisa “Lilita” Carrió: todos saludaron la asunción de un argentino a la cumbre de la institución mundial más reaccionaria.

No hay nada que festejar.

Mientras existan regímenes teocráticos (así como sucede en Irán, Israel y el Vaticano, entre otros) nuestras sociedades estarán en deuda con sus propios intereses históricos y trascendentes. Estratégicos para la humanidad en su conjunto.