Por: Eduardo Amadeo
Uno de los peores vicios de la política internacional de un país es ser impredecible. Ni malo, ni bueno; ni de derecha ni de izquierda: ser no confiable es el camino más seguro al aislamiento. ¿Quién va a asociarse con un país que no mantiene su palabra, que puede cambiar su rumbo sin avisar, que no es respetado en el oficio de la diplomacia?
Este es tal vez uno de los peores vicios de la lamentable gestión de Hector Timerman, quien en su desesperación por ser alabado por la Presidenta y por los diarios adictos, es capaz de las peores tropelías. Los grandes cancilleres de la historia han sido políticos silenciosos, que sólo buscaron el aplauso por sus logros al final del camino; capaces de guardar un secreto; imaginativos en la búsqueda de alianzas; respetuosos de la experiencia de sus equipos profesionales. Esos políticos convirtieron a sus países en relevantes, o sea importantes en las decisiones internacionales, y por eso brindaron un gran servicio.
Timerman ha sido exactamente lo contrario. Desesperado por las tapas de los diarios, hirió de muerte la relación con EEUU con el ridículo episodio del avión. Ignorante de la importancia de las alianzas estratégicas entre los países grandes, agredió a Europa y al G20 y se quedó sin interlocutores para Malvinas y otros temas relevantes. Poco inteligente, se sumó pasivamente a los delirios izquierdistas de Chávez y se aisló en Latinoamérica, observando pasivamente cómo se generan nuevas alineaciones regionales. Inescrupuloso, ignoró la tradición diplomática argentina de apoyo a los derechos humanos siguiendo a Chávez y guardando silencio cómplice en Libia, Siria y ahora arrodillándose frente a Irán.
Pero una vez más, su mínimo profesionalismo –agravado por la limpieza ideológica que produjo con la vieja línea de embajadores profesionales de la Cancillería– le ha llevado a cometer un error que debería ser el último de su fracaso crónico. Sin consultar a terceros países acerca de la estructura del poder iraní, olvidando los reiterados incumplimientos de palabra (por ejemplo con las misiones de vigilancia nuclear), “vendiendo” a la Presidenta que Irán daría marcha atrás con años de protección del terrorismo, Timerman ha fracasado otra vez. El comunicado oficial iraní dice más que lo que dicen los títulos. No sólo dice que el ministro de Defensa no será indagado, sino también que “el tema de la indagatoria de un responsable iraní es totalmente falso, parece que los que se inquietan por este acuerdo (con Argentina) difunden este tipo de informaciones”, lo que excede en mucho al propio ministro de Defensa.
En síntesis, el “acuerdo histórico” está herido de muerte. ¿Quién será esta vez el responsable? ¿Una conspiración planetaria? ¿O tal vez la incapacidad de quien no entiende los principios básicos de la buena diplomacia e intenta taparlo con la obsecuencia?