Por: Eduardo Amadeo
Artemio López, respetable profesional y buena persona, es tal vez el más transparente de los comunicadores K: dice realmente lo que se oculta tras el discurso presidencial; cuáles son las verdaderas intenciones. Es decir, desnuda la verdadera política del kirchnerismo.
No entraré en afirmaciones relacionadas con el pasado, porque caeríamos en un charco en el que muchos jerarcas colaboracionistas del Ejecutivo quedarían mal parados. Pero sobre todo, porque no se trata de hablar del pasado, sino del futuro; del futuro de la vida y los derechos de todos los ciudadanos, como es de la esencia de la democracia, y como lo manda la Constitución.
En este sentido, el artículo que publicó Artemio sobre la Justicia es tan franco que debería merecer un duro reproche presidencial. Mientras que CFK habló de la “democratización de la Justicia” como una gesta en beneficio de los ciudadanos y las instituciones, de la transparencia y hasta de la honestidad, Artemio dice que “se trata de abrirla definitivamente a la política, la cual en su formato conservador ya la rebasa de cabo a rabo, y sin hipocresías dejar que toda la política ingrese en el ‘inmaculado’ Poder Judicial (…) No se trata entonces de ‘despolitizarlo’, vieja consigna liberal conservadora, sino de politizarlo al límite. Democratizar la Justicia, una propuesta que rememora, discretamente, aquella conmovedora sentencia con la que Louis Althusser describía su método de pensamiento: ‘Jamás pude alcanzar la transparencia. Entonces he practicado como Mallarmè, como Heidegger, el obscurum per obscurius. A lo oscuro por lo más oscuro’”.
Cualquier búsqueda elemental de frases autoritarias sobre la Justicia puede conducirnos a caminos semejantes al que proponen la presidenta y Artemio. Por ejemplo Hitler profirió: “En la misma medida en que soy partidario de que haya un máximo de equidad en el orden social establecido, siento el derecho de juzgar con un rigor despiadado al que pretenda socavar este orden”. O también, el concepto de cómo debe ser la actuación de los jueces nazis, según el ministro de justicia Hans Frank: “No existe ninguna independencia de la ley respecto al nacionalsocialismo. En cada decisión que adopten, díganse a sí mismos: ¿cómo actuaría el Führer en mi lugar? En cada decisión, pregúntense: ¿Es compatible con la conciencia del pueblo alemán?”.
Otro ejemplo de Justicia “politizada al límite” es la de Stalin. Según el procurador Andrei Vychinsky (1934), en nombre de la lucha contra el “formalismo” en la aplicación de la ley o para adoptar una “actitud dialéctica”, el juez no tiene necesidad de “establecer el hecho objetivo de la comisión del delito”, sino que puede contentarse con la “semejanza máxima”; como las condenas por pertenencia “a un grupo criminal” sin participación alguna en la acción de los acusados.
Se dirá que estoy extendiendo el argumento, pero no es así. Las citas que he tomado están absolutamente en línea no sólo con el principio de la politización al límite, sino también con la cita de Mallarmè que orienta a Artemio: a lo oscuro por lo más oscuro… ¿Qué hay más oscuro que estas semejanzas entre lo que pretende el kirchnerismo y las experiencias históricas dictatoriales?
Una vez que se politiza la Justicia, se cambia su objetivo. Ya no estará para defender a los ciudadanos de la violación de sus derechos por el Estado, sino que estará para lo contrario: para defender al Estado contra las pretensiones de los ciudadanos. No estará para tratar a todos los ciudadanos por igual, sino para privilegiar a quienes compartan la ideología de los jueces políticos.
Sólo como colofón, cito a Émile Zola, en ocasión del juicio Dreyfus, uno de los mas escandalosos casos de justicia “politizada al límite” (como le gusta a Artemio): “Cuando un pueblo desciende a esas infamias, está próximo a corromperse y aniquilarse. Una vez que la Justicia deja de ser ciega, no hay garantías para nadie”.