Pensar mucho en el presente y poco en el futuro

Eduardo Amadeo

No es tarea simple valorar estos 10 años sin caer en las pasiones que el mismo kirchnerismo está imponiendo en la sociedad y que nublan la objetividad. Pero trataremos de hacerlo. Aun quienes somos críticos debemos reconocer que en los primeros cuatro años, el Gobierno pudo sembrar y sostener las bases de un proceso importante de recuperación de la economía, el empleo y el salario que generó bienestar a los trabajadores (en especial a los formales), buenas ganancias a los empresarios y una base macroeconómica sólida. Los “pilares”, en especial un tipo de cambio competitivo, dieron buenos resultados.

El desendeudamiento generó un nuevo perfil para la posición internacional de Argentina, que podría haber servido para estirar el ciclo de crecimiento, de haberse aprovechado para lograr recursos de largo plazo para inversión. También fue virtuosa la decisión de mantener la demanda durante la crisis de 2009, evitando una contracción que hubiese tenido costos sociales. Pero mientras estas buenas noticias se sostenían, se cometieron otros errores en lo económico y social que se pagarían caros después, y se instalaron comportamientos institucionales incompatibles con una democracia plena.

Cuatro fueron los errores graves en economía. El primero, el espantoso manejo de variables estructurales, como energía y transportes, generando un nivel de descapitalización que será muy difícil de revertir por décadas. El segundo, la negación de las malas señales que comenzaron a sentirse desde 2007/8 y el intento de corregirlas a través de parches y regulaciones en lugar de concentrarse en ordenar la macroeconomía. El tercero, la insólita decisión “religiosa” de no salir nunca más a los mercados financieros, lo que generó una enorme vulnerabilidad a la posición de reservas y aceleró su fuga. Y, finalmente, la suma de señales negativas hacia el sector privado que aumentó la fuga de capitales y la caída de la inversión extranjera. Por todas esta razones, los 10 años encuentran al país con un nivel de incertidumbre de mal presagio.

En lo social, la demora de seis años en implementar la Asignación Universal por Hijo retrasó mucho la recuperación de los más pobres, quienes mantuvieron altos niveles de informalidad laboral, fuente de inestabilidad social. Esta cuestión tan importante no se ha podido resolver, lo que sumado a las dilaciones en mejorar la calidad de la educación pública ha generado un circulo vicioso del que cientos de miles no pueden salir.

Pero además de estas cuestiones sectoriales, a lo largo de la década se fue incubando un virus que los K ya habían exhibido en Santa Cruz y que en la actualidad se muestra con toda su malignidad: la inseguridad jurídica e institucional y el autoritarismo, que han llegado a los límites que vemos en este momento. Una de las facetas más duras ha sido el intento de silenciar cualquier voz adversa, actitud criticable en sí, y sobre todo cuando se multiplican las denuncias de corrupción. Ello ha llevado también a un endurecimiento de las relaciones sociales y políticas de incierta salida.

El kirchnerismo podría haber sentado las bases de una nueva época en lo económico y político aprovechando el impulso inicial de la economía y las extraordinarias condiciones internacionales. Los avances que se lograron en el sector formal del empleo podrían haberse trasladado a todas las familias, cambiando el mapa de pobreza de manera sustentable. Pero pensar mucho en el presente y poco en el futuro, encerrarse sobre sí mismos sin oír opiniones diferentes, insistir en dogmas sin fundamento, hicieron perder esa oportunidad.

Ahora el futuro es casi tan incierto como lo era hace 10 años; y por tanto exige un esfuerzo político y técnico enorme para reencauzar el rumbo.