La toma de deuda interna por el gobierno: solo un gesto

Eduardo Curia

El gobierno completó días atrás la colocación de deuda interna por unos $10.000 millones (la última tasa fue del 28%). La movida luciría como una colaboración con el Banco Central, en términos de absorción de liquidez vía deuda. Cooperando, si cabe hablar así, en la lucha contra el blue, la brecha cambiaria, y, si fuera el caso, la inflación. Con límites para apelar a los adelantos transitorios, surge otra opción para allegar fondos.

Pero, ¿cuál es el estricto alcance de esa movida? Sabemos que el Banco Central vino en el año, con algún altibajo, aplicando un gran esfuerzo de esterilización monetaria, superior al de 2013. Sumando sus bonos y los pases pasivos, rebasa el sentido expansivo proveniente de la liquidación de divisas y del sector público (claro: aquí ayuda la picardía del cómputo de las utilidades del Banco Central en el resultado primario), deparando un corte de la base monetaria en el período. Pero, el asunto opera por medio de altas tasas de interés cercanas al 30% (hace poco, se redujeron un par de puntos).

El fenómeno instala un sesgo de endogeneidad en el curso monetario, con sus factibles implicancias en términos emisionarios y de renovación de bonos a su vencimiento, con una densa carga en cuanto a cantidad y a costo. En el total de pasivos de la entidad monetaria ganan espacio los remunerados. La esterilización monetaria también fue un “tema” en el lapso 2003-07, pero, entonces, las coordenadas eran muy distintas: la financiación del Banco Central del sector público era muchísimo menor, “sobraban” los dólares, y el cambio competitivo estaba más perfilado.

Ahora bien, juntando los indicios hasta la fecha y la estacionalidad fiscal ínsita al segundo semestre, suena arduo que el peso y el desequilibrio de tenor fiscal dejen de incidir con vigor. En ese caso, la toma de deuda gubernamental sólo sería un gesto, con un aporte marginal; el Banco Central debería, pues, seguir asumiendo de lleno el sensible tándem emisión-absorción (con su reflejo en las tasas), definiendo un ancla de dudosa eficiencia.

¿Ayudaría una menor liquidación de divisas? Irrumpiría, entonces, otro delicado ítem: la restricción externa, y las dificultades en la dinámica de dólares y en la suma de reservas (aun durante la estacionalidad sojera).

No extraña, por ende, que el Banco Central, por un andarivel, parezca retomar las microdevaluaciones, factor no sin complejidades; y, por otro, se busque mejorar el perfil financiero externo y que arriben dólares por la cuenta capital. Quizás, al propio financiamiento externo se lo vea en lo inmediato como un atajo que alivie presiones devaluatorias y favorables al ajuste fiscal. Da la impresión que estos dos andariveles, en algún momento, pueden colisionar.

En fin: la reciente toma de deuda gubernamental, más bien, tiene una impronta gestual dentro de un espectro fiscal-monetario muy complicado, distante de despejarse. Y que interactúa mucho con otras serias cuestiones aun abiertas, como el devenir de la inflación, el derrotero de las tasas de interés, el direccionamiento de la política cambiaria y el cauce definitivo del frente financiero externo, entre otras. En resumen: es el propio esquema macroeconómico en su conjunto el que aun no logra una articulación consolidada, con los daños que ello acarrea.