La hora de la verdad para la economía argentina

A pocos días del ballotage, las nuevas autoridades enfrentarán una complejísima situación económica, con componentes tanto objetivos como subjetivos.

Lo objetivo gravita en lo hondo, un marco macroeconómico —el eje de la economía— que presenta un desalineamiento radical, cuyo epicentro es la enorme distorsión de los grandes precios relativos (una severa sobrevaluación cambiaria, sin olvido del desajuste de otros precios), el que calza con los desvíos en otras variables claves (fiscal, monetaria, tasas). A eso se suma una inflación alta, sólo algo contenida por la artificial ancla cambiaria. La restricción externa emblematiza la instancia, incluyendo el negativo cepo cambiario, y el resumen lo da un stock de reservas internacionales muy expuesto.

El llamado Plan Verano cumplió su circunscrita misión, con cierta mejora de la actividad y del consumo y evitó traumatismos mayores. Pero, su fondeo en dólares se desgastó y, sin chances de reciclarlo en forma, el Banco Central enfatiza ahora una mera línea de defensa a través de distintos resortes, apostando al aguante —hasta el cambio de Gobierno— sin que tallen cambios de portafolio ruidosos. Continuar leyendo

Nivel de precios y precios relativos, en perspectiva

Como se sabe, el llamado nivel de precios atañe al desempeño inflacionario, mientras el plexo de precios relativos hace a la asignación dinámica de los recursos productivos. Ambos factores interactúan íntimamente. En el caso argentino, a la tal instancia, la denominamos la “problemática de la doble problemática”.

Fácil de explicar. El país arrastra desde hace años una inflación efectiva elevada, con alguna oscilación; lo que es un problema. A la par, muestra un agudo desalineamiento de precios relativos, respecto del cual, el ligado al severo retraso cambiario real, no es el único, pero, sí, el más rudo; otro problema. Reiteradamente -un clásico de la economía argentina- se usa al cambio nominal como ancla crucial de inflación –cuestión del nivel de precios-, instigando a pleno retraso cambiario real, una tara clave en los precios relativos, y responsable principal de la instalación de la restricción externa. Es la problemática de la doble problemática.

El asunto jugó últimamente en el marco de un cuadro de estanflación estructural: mezcla de inflación con un estancamiento de base. En medio de una distorsión acusada de rentabilidades y de precios relativos, sumando expectativas y la puja de ingresos, la vivaz rotación de estos factores decantó en que, cada nueva vez, los golpes de demanda interna asumidos rindieran menos en materia de activación económica y más en términos de inflación.

Se solía argüir: bajemos el curso inflacionario, y, de paso, arreglamos el incordio cambiario real. Falso. Aun en una desinflación, atendiendo a los ritmos comparados de la inflación en baja y del ajuste cambiario en marcha, no habría que descartar una mayor sobrevaluación real.

¿Qué hacen hoy las autoridades? Pues, por un lado, buscan acotar el ritmo de la citada rotación. El canal clave al respecto: el uso desembozado del cambio nominal como ancla, consolidando el retraso real. Aportan otros medios, como el intento de un mayor encuadre del rubro salarial. Se aspira a que, en tales condiciones, ciertos influjos de la demanda interna, ahora, peguen más en la actividad y menos en la inflación. ¿Y la asfixia de dólares?. Pues, tratan de aliviarla descubriendo las delicias del neofinanciamiento externo.

Aun dados los límites sustantivos de un tal enfoque, se lo entiende hasta cierto punto en tanto capítulo del esquema que bautizamos “Plan Verano”, un plan “de tránsito”, con un horizonte ceñido al 2015. Lo notable es que, de cara al 2016 en adelante, muchas voces enarbolan un planteo similar, posiblemente, buscando un estilo más pulcro.

Así, bastaría con intentar ajustar apenas al cambio real de base, sumando algo de devaluación fiscal, colocando entonces el acento en un supuesto aluvión de dólares asociado a la cuenta capital, alentado por una confianza redimida. De paso, bajo maquillaje, el cambio nominal persistiría como ancla, y el dólar (real) seguiría esencialmente barato.

¿Así se resolvería en serio la problemática de la doble problemática?. Es verdad que las alternativas –vgr., un shock de precios relativos que, a posteriori, derivara en un plan antiinflacionario-, también se las traen. Pero, convéngase que la opción recién comentada, no se libra de serias dudas.

¿Se consolida una alternativa market-friendly?

El contundente triunfo del PRO en CABA, además de su incidencia local, fortalece la candidatura presidencial de Mauricio Macri. ¿Qué influencia general, en lo económico, puede desprenderse de esto? Pues, prima facie, la consolidación de un planteo económico que busca ser decididamente alternativo a la gestión en curso. Desde ya, siguiendo la vieja terminología genérica, se perfilaría una opción de cuño liberal, aunque Macri se ha preocupado de “reconocer” banderas peronistas y de mostrar una vocación más centrista.

Carlos Melconián, Federico Sturzenegger y Rogelio Frigerio son los colegas más visualizados en su entorno. Naturalmente, se formulan críticas sobre la política oficial corriente en el plano de la inflación, en cuanto a las acciones en materia monetaria y fiscal, al exceso de intervencionismo, entre otros tantos puntos. Pero, a la postre, nadie puede sustraerse al tema “estrella” que concentra gran parte de la atención: el cepo cambiario. Que roza varias otras cosas claves, empezando por el tipo de cambio.

Siguiendo algunas declaraciones sobre el particular, la noción general de la propuesta, en interpretación propia como es obvio, trataría de vender la impronta central (más allá de otras medidas ad hoc, como bajar retenciones) de la “confianza market friendly”. O sea: una postura de, en la jerga, reconciliación con los mercados, dispuesta a “hacer los deberes” de ordenamiento, y que, por lo tanto, suscitará un fuerte efecto confianza que tenderá a movilizar en un santiamén una avalancha de capitales externos. La que, en teoría, resolvería la escasez de dólares, permitiría hacer un ajuste “dulce”, energizaría a la economía enseguida, y posibilitaría levantar el cepo rápido. De allí el estereotipo de “levantarlo en 24 horas”.

No haremos aquí el análisis de un tal perfil de propuesta, que, en hipótesis, encajaría mucho arribo de capitales del exterior con un tipo de cambio real deprimido. Lo que sería interesante, para concluir esta nota, es intentar imaginarse cuál será la tónica definitiva de lo que constituiría la contracara en términos del espacio oficialista. En este orden, véase que hasta hace poco, el gobernador Scioli, en su rol de candidato o precandidato, se presentaba flanqueado por Bein y Blejer. Cabría preguntarse, en cuanto a posicionamientos básicos, qué diferencias existen entre estos colegas y los arriba mencionados. La otra pregunta, advirtiendo algunos gestos recientes, es si dicho flanqueo, hoy, sigue siendo plenamente válido y vigente.

Entre el shock y el gradualismo

En una nota publicada el mes de febrero en este mismo portal , adujimos que podría tensionarse la piadosa imagen general dominante desde hace tiempo en el país, acerca de una transición económica 2015/16 afable. Los agudos desalineamientos de variables operantes –partiendo del núcleo duro macroeconómico: el set de precios relativos y las dimensiones fiscal y monetaria-, en su proyección, liman progresivamente la hipótesis de una transición automáticamente “rosa”.

Véase que el actual esquema económico oficial –que bautizamos “Plan Verano”-, y, que, aun muy condicionado, posee chances de afirmarse en una faz transitoria, si bien podría implicar cierta mejora de fachada, en sustancia, reproduciría los desequilibrios de fondo y la escasez de dólares de base. A su vez, los nuevos gobernantes, ya no gozarán del beneficio de la imagen antes citada, sino que les cabrá la severa tarea de concretarla.

Y, desde la posibilidad de una transición más adusta, al debate entre shock y gradualismo, hay poco trecho. Porque, dados los desequilibrios, su corrección implica traspasar un umbral, corporizando así dicha corrección. A mayores desequilibrios, el umbral se ubica más alto, y su traspaso exige más esfuerzo.

En el plano económico estricto, la gran ventaja del shock –vgr., un sinceramiento rápido y frontal de la distorsión de precios relativos (también tallan ajustes mesoeconómicos) y el levantamiento lo más veloz posible del cepo cambiario-, es que apunta de forma plena y directa a traspasar aquel umbral. Con cambios rápidos y de entidad, algunos eventuales desvíos de dosis de las medidas son absorbidos por el rigor de base de los cambios. Claro: aquel sinceramiento exigiría francamente –entre otros serios elementos- duras políticas fiscal y monetaria (aquí, en el límite, no debería descartarse una reforma monetaria que incorporara cierta punción o recorte de la masa de liquidez en pesos, excedentaria respecto del stock de reservas del Banco Central). A la par, el ordenamiento antiinflacionario cobraría peso como decantación ulterior de shock.

Las desventajas de la terapia de shock gravitan en la faz política y social por las tensiones iniciales involucradas; aquí “primerea” el planteo gradualista. Muchos conjugan a éste con las delicias del financiamiento externo al que se accedería fácilmente con el nuevo gobierno, el que serviría para canonizar el dólar (real) barato. Algunos, confiados en esas delicias, hablan, por ejemplo, de un ajuste fiscal tan nimio como indoloro. Otros aducen que deben adelantarse pruebas de amor: bajar unos puntos el déficit fiscal de motu propio.

También están aquellos que urgen una corrección más fuerte del atraso cambiario (temen los estragos del dólar barato enquistado), aunque sin el rigor de la del shock. Pero, la hipótesis no se salva, si desea evitar la frustración del ajuste de enero de 2014, de serios recaudos en materia de políticas fiscal, monetaria y de ingresos.

El déficit del gradualismo es que marcha hacia el umbral aludido a través de adecuaciones módicas, sumables en un tiempo extendido. Apenas se filtren desvíos, la propia marcha global puede tambalear. No se alcanzaría el umbral, y resurgiría, de segunda mano, la sombra del shock. Como sea, las dirigencias que miran al 2016 tienen mucho que pensar sobre estos delicados tópicos.

Apuntes sobre la transición económica

Una cuestión que sin dudas ganará espacio con el tiempo es la manera de abordar la transición económica 2015-16.

Hoy por hoy, este escenario se plantea light por varios motivos: a) porque a esta altura –arrancando 2015- puede lucir prematuro intentar avanzar más, faltando referencias; b) porque la lucha electoral, aun a tiempo vista, exige un sensible cuidado –distinguir entre lo exotérico y lo esotérico- sobre lo que se puede decir, y cómo; c) porque prima un “lugar común” o imaginario –de una transición afable-, con anclaje interno y externo, que se asocia a la convicción de que el simple recambio de autoridades posibilitará automáticamente, por propio peso, encauzar de modo rápido, fácil y hasta indoloro, el severo plexo de desequilibrios que afronta la economía. Imaginario o convicción que se proyecta sobre los principales referentes, incluido el más conspicuo, actualmente, del sector oficialista.

Sin embargo, si se prescinde por un momento de todas estas semblanzas y restricciones, la percepción del desafío que, probablemente, implique la transición, debe tomarse con particular seriedad y profundidad. Justamente, si hay una nota que reafirma en especial esta condición, es el perfil que trasunta el fenómeno de sobrevaluación cambiaria real en curso. Lamentablemente, el parcial ensayo devaluatorio de hace un año, desprovisto de un encuadre orgánico, se frustró, deparando más molestias que beneficios.

Pero la contracara de ello es que el retraso cambiario real -a un nivel agudo- tiende a consolidarse, y hasta puede acentuarse. Es sabido que hablar aisladamente del tipo de cambio es una soberana necedad y que, en definitiva, tallan marcos macroeconómicos. Precisamente, se encuentra en marcha un esquema de política económica –que tratamos bastante, bautizándolo como “Plan Verano”-, que, en principio, tiene chances en los meses venideros de presentar, aun sin exagerar, una fachada más atractiva que la floja imagen que mostró el 2014.

El quid es que ese mayor retraso cambiario –sobre un nivel de por sí delicado-, tendería a operar como un exigido colateral de aquel esquema (tanto menos se lo respetara, tanto más peligraría la matriz de dicho esquema). Pero, entonces, cabría hablar de un desalineamiento cambiario, con un panorama que se extendería asimismo a los (desalineamientos) de orden fiscal y monetario. Pudiéndose avanzar desde este núcleo duro hacia otros diversos vectores con bemoles (vgr., expectativas de inflación, costo laboral en dólares, tarifas).

El hecho es que no es descartable a priori cierto éxito del Plan Verano en los próximos meses, con una marcha comparativamente favorable frente al 2014. Pero, a la par, el otro hecho es que el tal fenómeno no implicaría encauzar los referidos desalineamientos. A no dudar, la confluencia de estos dos hechos se las trae. Quizás, avanzando el año, esa confluencia pueda alentar tensiones. Llegado el caso, la perspectiva de la transición, por ende, podría ir instigando una faz más adusta, y colocando más a prueba aquel imaginario tan confiado que se citó arriba. Incluyendo a tantos que habrían hallado la panacea, enarbolando la apelación al neoendeudamiento externo y a “un toquecito aquí y allá”.

Paradojas en el bienio 2015-2016

Un análisis de días atrás de S&P señalaba que el año 2015 podía lucir en lo económico mejor que el 2016. No tomamos a S&P como cátedra, pero el comentario no deja de ser útil, ligado a un “juego de estrategia” que bascula entre el 2015 y lo que puede venir después. Lo caracterizamos diciendo que interactuamos entre el síndrome del Plan Primavera (1988) y lo que llamamos el efecto de la buenaventura futura.

Al aludir a aquel síndrome, no negamos diferencias de situación, ni nos centramos en los detalles y en el resultado. La analogía reside en el desafío operante: cómo defender en lo económico –que está en un curso muy flojo-, ante comicios cercanos, una determinada continuidad política. Fácil de definir en 1988; menos, ahora. La apuesta de continuidad exige armar un “producto”, propio de una transición corta, más presentable que la experiencia reciente, pero, sin pretender corregir a fondo los gruesos desalineamientos en danza.

Véase que hoy las autoridades esbozan la posibilidad de una inflación algo más baja en 2015, buscando anclas al efecto (que, claro, no pasan por lo fiscal-monetario), y de una demanda doméstica más tonificada. Por cierto, esto debería empalmar sí o sí con una respuesta consistente en materia de divisas en el año, algo aun en barbecho. Se percibe que se busca erigir un tinglado macro que, aunque apoyado sobre bases limitadas, permita mostrar una faz más airosa que la de 2014.

Lo curioso es que una visión muy optimista sobre el futuro a partir de 2016 puede ayudar a la estrategia de transición. Es el efecto de la buenaventura futura, que enfocamos en un paper titulado “La Argentina del Futuro:¿”Edén” y Enfermedad Holandesa?”. Tal visión, no exenta de toques de chamanismo, aludiría a una pronta -y casi indolora- corrección de los desvíos que carga la economía. Pudiendo disparar una modalidad retráctil de aquel efecto, beneficiando el margen de maniobra presente. Tanto más crecía esta imagen a mitad del 2014, hasta que el abominable fallo del juez Griesa escupió el asado.

Entonces, ¿ahora qué? Pues, cuaja la interacción arriba citada. Por un lado, sabiendo de los límites del plan de transición, habrá que ver si, por lo menos, inspira una convicción básica para respaldar su sostenibilidad. En su defecto puede apurar una instancia crítica, capaz de precipitarse a pleno sobre la nueva administración.

Pero, a su vez, perdurando y funcionado hasta cierto punto dicho plan -por más que ello no signifique resolver desequilibrios de fondo, e incluyendo expectativas que pueden tomar nota de esto en determinado momento-, cabría un eventual contraste entre un año 2015 relativamente digerible en la epidermis, y un 2016, ya con una nueva administración, donde el imaginario optimista debe empezar por la ordalía de un paquete de ajuste de tono no trivial.

Alguien llamaría a esto una paradoja: el 2015, vía un esquema de transición –síndrome del Plan Primavera-, no centrado en atacar los desvíos sustantivos, presentaría una imagen genéricamente más llevadera que la hirsuta del 2016, donde el ajuste puede imponerse a modo de primer paso, justamente, para encarar esos desvíos. El comentario de S&P alude a algo de esto. Quizás, no debamos echar en saco roto la posibilidad de estas paradojas en el bienio.

El ajuste ya está sucediendo

En un plano que cabría llamar “preelectoral largo”, por lo que falta para los comicios de 2015, se instaló algo así como el debate acerca del “ajuste”; sobre quienes, supuestamente, son o no adeptos al mismo. La clave política del asunto se capta. Pero ¿qué ocurre en lo estrictamente económico?

De hecho, nuestra economía atraviesa actualmente una clara etapa de ajuste. Es verdad que se suele aludir a los “planes de ajuste”, en tanto enfoques integrales que incluyen diversas medidas de contención de gastos y/o amplias correcciones de precios relativos.

Ahora, no juega esa integralidad. Sin embargo, es innegable la situación de evidente estancamiento en actividad y ventas, la alta inflación, los daños en el mercado laboral, las remuneraciones reales apremiadas, las reservas bajo tensión y la visible caída de las exportaciones, entre otros factores. En sustancia, opera una instancia de arrastre, de fuente endógena en lo esencial, asociada al esquema macro aplicado en 2010, que alentó el retraso del tipo de cambio y la falta de dólares, y dio cauce al disfuncional cepo cambiario.

La economía, pues, registra una conducta muy negativa, ligada a un agudo desalineamiento de sus variables básicas, incluidas distorsiones de precios relativos y de tenor fiscal-monetario. No aplicamos en sí un plan de ajuste amplio, pero, el citado desalineamiento impone un serio ajuste de facto, con muchas dudas de que el cuadro pueda revertirse. Luego, ¡el ajuste ya está en casa! Por ende, ¿a qué viene el debate sobre el ajuste? Es como discutir sobre el sexo de los ángeles.

Una hipótesis de color rosa, es que las autoridades –luego del actual plan de emergencia para amparar las reservas en estos meses inmediatos- consigan en 2015 armar un flujo neto de divisas positivo, incluidos recursos frescos más allá de los compromisos existentes. En todo esto, el quid pasaría por la incidencia que cabría al arreglo con los holdouts. En el summum de la hipótesis, la economía repuntaría un poco, bancándose cualquier atraso cambiario sin expectativas de devaluación, y gambeteando exigencias en lo fiscal, lo monetario y en lo relativo a la inflación.

Late la idea del continuum feliz. Ahora, se aprovecharía un pedazo del “valor actual” de la edénica Argentina de mañana, post 2015, con su plétora de recursos naturales a mano -sin olvido de la infraestructura-, a activar mediante el ingente aflujo de capitales del exterior en un nuevo clima. Sin duda, este libreto ve al atraso cambiario como algo trivial. No obstante, ¿seguiría la “piedra libre” en materia fiscal, monetaria e inflacionaria? Mmm…

Desde ya, si se cree que el duro retraso cambiario haría estragos en sectores productivos claves y en el empleo, exigiendo rectificación, entonces, previo a decantar en las ventajas (de crecimiento y de empleo) de un esquema de dólar competitivo, se requiere un set de correcciones que alguien podría tildar de ajuste.

A nivel preelectoral, el debate por el ajuste tiene su retórica, mientras lo estrictamente económico marca su lógica. De facto, ya cursamos un ajuste, con una economía muy desalineada. Por esto, aun jugándose a futuro por el crecimiento –habría que ver el cómo-, luce arduo obviar una primera fase de correcciones, no muy alegres, seguramente tachada de ajuste.

El default y el síndrome del cobayo

Juntando las contingencias derivadas del fallo de Griesa, da la sensación de que estamos incursos en el síndrome del cobayo. Nos explicamos.

Como siempre dijimos, el fallo de Griesa es una abominación, por su pleno desconocimiento de la lógica de las negociaciones dirigidas a encauzar default soberanos. Asimismo, su cabal cumplimentación bordea lo imposible: con frentes entrecruzados, la cobertura de alguno de ellos tiende, necesariamente, a desguarecer algún otro. No obstante, el fallo, en simultánea, es una fiera realidad: luce firme, en el seno de una jurisdicción que nosotros elegimos. Opera, pues, una disociación.

Lo de la abominación ha sido receptado, bajo formas y dosis diferentes, en múltiples ámbitos. Conspicuos economistas, prestigiosos, periódicos mundiales, el propio FMI, el G-77 y China, la International Capital Market Association, entre muchos otros, han advertido sobre la negatividad del fallo en lo puntual y en cuanto a sus proyecciones más generales. En función de esto, hay propuestas de adecuación de la legislación mundial para, hacia el futuro, evitar recidivas de estas compulsiones de buitres y afines.

Pinta edificante,  pero convengamos que luce de lege ferenda (reforma legal futura). Mientras tanto, la “carátula” del asunto ahora la redactan otros: los poderosos que, a hoy, digitando la semántica pertinente, nos endilgan, de entrada, el default selectivo. A su vez, con la iniciativa oficial de Pago Soberano, en el núcleo (y más allá de múltiples matices de procedimiento), da la impresión de que esa carátula sería ratificada, sumándose un eventual desacato. Como corolario, la perspectiva de un default corto o semicorto, con algún viso negociador, se diluye. Ello, en medio de una dura restricción externa de arrastre que sufre el país. En principio, tendería a empastarse la vía -por la cuenta capital externa- a la que aspiraba el gobierno para obtener dólares.

He aquí la disociación. Por un lado, el affaire Griesa-Argentina logra una gran repercusión mundial. Y no porque no hayan existido antes otras avivadas de los buitres. Ocurre en aquel affaire que la postura argentina alborotó bastante el ambiente, por lo intensa en agitación y en la presentación del caso ante terceros (aunque algunos alegan que se omitió el más crucial: el G-20). Esto ayudó a marcar la diferencia en cuanto a repercusión. Sin embargo, mientras las reformas legales se hallan en barbecho, nosotros padecemos, ya, complejas secuencias problemáticas.

En síntesis, somos parte de un experimento en vivo. Hemos sabido, integrando el experimento, despertar curiosidad y atención. O sea: somos un cobayo…¡exitoso! Quizás, a raíz del experimento, se concreten al final las reformas que, hacia delante, pongan coto al mórbido proceder de los fondos buitres. La gran pregunta es: ¿qué le pasa al cobayo -Argentina- en el interín?.

¿Cómo se procesa la relación costo/beneficio en el interín? Si, a tiempo vista, fructifica la reforma, a la par que nosotros seguimos arrastrando todo el sambenito (el cobayo del experimento), ¿se podría esperar alguna retroactividad a nuestro favor, como sugiriera Kicillof?. ¡Hum! ¿Cuál y cómo?

Podemos quedar en la historia como motivadores de un importante cambio legal mundial; pero, a la par, el cobayo podría resultar muy chamuscado. Parece que el síndrome del cobayo es cosa seria.

Un modelo agotado y una coyuntura compleja

Decía el celebre filósofo italiano B. Croce que “toda historia es historia contemporánea”, porque lo histórico es ineludiblemente abordado a partir de los planteos y perspectivas del presente.

Esto aplica mucho al actual férvido debate acerca de la última década (larga), “ganada” o “perdida”, a gusto del interlocutor. Esta “homogeneidad” en un sentido u otro, talla, en especial, en el plano político.

Frente a esto, y ya en la esfera estrictamente económica –macroeconómica general-, sostengo la tesis que de ningún modo se trató de una década homogénea, sino que se dio en ella una fractura –un quiebre- interna crucial, cuyas implicancias gravitan tanto en el presente como signan las opciones abiertas hacia delante. Revitalizándose así el péndulo argentino del que hablaba Diamand, bajo una acepción puesta al día. Con más amplitud, expuse esta tesis –con una impronta teórica y empírica- en un reciente texto intitulado El Quiebre del Modelo Macroeconómico de Desarrollo 2003-07 y la Incertidumbre Hacia el Futuro. La Sombra del Péndulo Argentino (Editorial Dunken).

Existe un rudo contraste en materia de concepción y de performance –esto último, reafirmado por las nuevas mediciones de la contabilidad nacional, más allá de los interrogantes y perplejidades aun en pie- entre el modelo competitivo productivo de 2003-07 (uno de los quinquenios más destacados de nuestra historia económica), ligado al cambio de régimen de 2002, y el enfoque de 2010-13 (haciendo a un lado 2008 y 2009, por su peculiaridades internas y externas).

Cuando se caracteriza al primer modelo como asentado en el dólar (real) alto, los superávit gemelos (sin mayores digitaciones al respecto), el desendeudamiento externo sin óbice para una saliente acumulación de reservas internacionales, la política monetaria de metas múltiples, y una inflación superior a la de los 90 pero tolerable, entre otros factores, el esquema de 2010-13 aparece como su radical contrafigura en prácticamente todos y cada uno de los elementos relevantes.

La resultante básica, atendiendo a resortes principalmente endógenos, es una contraposición flagrante en cuanto al desempeño del crecimiento global, de la inversión, de los superávit, de la acumulación de reservas, de la inflación, del empleo, del déficit externo de la manufactura MOI… and so on. Atravesando la fase del disfuncional cepo cambiario, el esquema 2010-13 remató en un desgarrador trípode: agudo retraso cambiario-restricción externa o de dólares-notable pérdida de reservas.

Este trípode tradujo el agotamiento ilevantable del esquema, y dio paso al giro estratégico oficial en curso, con una dosis de mayor realismo, pero con toda su problemática instrumentación. La coyuntura, más allá del tramo actual que luce algo más apaciguado, es muy compleja, con una incertidumbre todavía no redimida. Pero, en la propia coyuntura en marcha -y con el rústico esquema anterior habiendo quedado exangüe-, “late” el debate profundo en términos de modelo económico básico entre la opción del crecimiento liderado por el ahorro externo, y la liderada por el tipo de cambio competitivo.

En resumen, la difícil coyuntura de hoy es ininteligible sin considerar con seriedad aquel quiebre o fractura; y, a la vez, más allá de sus inherentes retos, aquélla cobija el debate modélico sustantivo hacia el futuro en lo económico.