Transición económica: ¿afable o adusta?

Eduardo Curia

Naturalmente, una cuestión que, suponemos, ganará espacio con el tiempo, es la relativa a la manera de abordar la transición económica 2015/16.

Hoy por hoy, aquélla se plantea light, por varios motivos: a) porque, a esta altura –arrancando 2015-, puede lucir prematuro intentar avanzar más, faltando referencias; b) porque la lucha electoral, aun a tiempo vista, exige un sensible cuidado –distinguir entre lo exotérico y lo esotérico- sobre lo que se puede decir, y cómo; c) porque prima un “lugar común” o imaginario –de una transición afable-, con anclaje interno y externo, que se asocia a la convicción de que el simple recambio de autoridades posibilitará automáticamente, por propio peso, encauzar de modo rápido, fácil y hasta indoloro, el severo plexo de desequilibrios que afronta la economía. Imaginario o convicción que se proyecta sobre los principales referentes, incluido el más conspicuo, actualmente, del sector oficialista.

Sin embargo, si se prescinde por un momento de todas estas semblanzas y restricciones, la percepción del desafío que, probablemente, implique la transición, debe tomarse con particular seriedad y profundidad. Justamente, si hay una nota que reafirma en especial esta condición, es el perfil que trasunta el fenómeno de sobrevaluación cambiaria real en curso. Lamentablemente, el parcial ensayo devaluatorio de hace un año, desprovisto de un encuadre orgánico, se frustró, deparando más molestias que beneficios.

Pero la contracara de ello es que el retraso cambiario real -a un nivel agudo- tiende a consolidarse, y hasta puede acentuarse. Es sabido que hablar aisladamente del tipo de cambio, es una soberana necedad, y, que, en definitiva, tallan marcos macroeconómicos. Precisamente, se encuentra en marcha un esquema de política económica –que tratamos bastante, bautizándolo como “Plan Verano”-, que, en principio, tiene chances en los meses venideros de presentar, aun sin exagerar, una fachada más atractiva que la floja imagen que mostró el 2014.

El quid es que ese mayor retraso cambiario –sobre un nivel de por sí delicado-, tendería a operar como un exigido colateral de aquel esquema (tanto menos se lo respetara, tanto más peligraría la matriz de dicho esquema). Pero, entonces, cabría hablar de un desalineamiento cambiario, con un panorama que se extendería asimismo a los (desalineamientos) de orden fiscal y monetario. Pudiéndose avanzar desde este núcleo duro hacia otros diversos vectores con bemoles (vgr., expectativas de inflación, costo laboral en dólares, tarifas).

El hecho es que no es descartable a priori cierto éxito del Plan Verano en los próximos meses, con una marcha comparativamente favorable frente al 2014. Pero, a la par, el otro hecho es que el tal fenómeno no implicaría encauzar los referidos desalineamientos. A no dudar, la confluencia de estos dos hechos, se las trae. Quizás, avanzando el año, esa confluencia pueda alentar tensiones. Llegado el caso, la perspectiva de la transición, por ende, podría ir instigando una faz más adusta, y colocando más a prueba aquel imaginario tan confiado que se citó arriba. Incluyendo a tantos que habrían hallado la panacea, enarbolando la apelación al neoendeudamiento externo  y a “un toquecito aquí y allá”.