Entre el shock y el gradualismo

Eduardo Curia

En una nota publicada el mes de febrero en este mismo portal , adujimos que podría tensionarse la piadosa imagen general dominante desde hace tiempo en el país, acerca de una transición económica 2015/16 afable. Los agudos desalineamientos de variables operantes –partiendo del núcleo duro macroeconómico: el set de precios relativos y las dimensiones fiscal y monetaria-, en su proyección, liman progresivamente la hipótesis de una transición automáticamente “rosa”.

Véase que el actual esquema económico oficial –que bautizamos “Plan Verano”-, y, que, aun muy condicionado, posee chances de afirmarse en una faz transitoria, si bien podría implicar cierta mejora de fachada, en sustancia, reproduciría los desequilibrios de fondo y la escasez de dólares de base. A su vez, los nuevos gobernantes, ya no gozarán del beneficio de la imagen antes citada, sino que les cabrá la severa tarea de concretarla.

Y, desde la posibilidad de una transición más adusta, al debate entre shock y gradualismo, hay poco trecho. Porque, dados los desequilibrios, su corrección implica traspasar un umbral, corporizando así dicha corrección. A mayores desequilibrios, el umbral se ubica más alto, y su traspaso exige más esfuerzo.

En el plano económico estricto, la gran ventaja del shock –vgr., un sinceramiento rápido y frontal de la distorsión de precios relativos (también tallan ajustes mesoeconómicos) y el levantamiento lo más veloz posible del cepo cambiario-, es que apunta de forma plena y directa a traspasar aquel umbral. Con cambios rápidos y de entidad, algunos eventuales desvíos de dosis de las medidas son absorbidos por el rigor de base de los cambios. Claro: aquel sinceramiento exigiría francamente –entre otros serios elementos- duras políticas fiscal y monetaria (aquí, en el límite, no debería descartarse una reforma monetaria que incorporara cierta punción o recorte de la masa de liquidez en pesos, excedentaria respecto del stock de reservas del Banco Central). A la par, el ordenamiento antiinflacionario cobraría peso como decantación ulterior de shock.

Las desventajas de la terapia de shock gravitan en la faz política y social por las tensiones iniciales involucradas; aquí “primerea” el planteo gradualista. Muchos conjugan a éste con las delicias del financiamiento externo al que se accedería fácilmente con el nuevo gobierno, el que serviría para canonizar el dólar (real) barato. Algunos, confiados en esas delicias, hablan, por ejemplo, de un ajuste fiscal tan nimio como indoloro. Otros aducen que deben adelantarse pruebas de amor: bajar unos puntos el déficit fiscal de motu propio.

También están aquellos que urgen una corrección más fuerte del atraso cambiario (temen los estragos del dólar barato enquistado), aunque sin el rigor de la del shock. Pero, la hipótesis no se salva, si desea evitar la frustración del ajuste de enero de 2014, de serios recaudos en materia de políticas fiscal, monetaria y de ingresos.

El déficit del gradualismo es que marcha hacia el umbral aludido a través de adecuaciones módicas, sumables en un tiempo extendido. Apenas se filtren desvíos, la propia marcha global puede tambalear. No se alcanzaría el umbral, y resurgiría, de segunda mano, la sombra del shock. Como sea, las dirigencias que miran al 2016 tienen mucho que pensar sobre estos delicados tópicos.